“Necesito algo de calma.”
“También una pizca de prisa.”
“Últimamente me río mucho.”
“Y me acuerdo de cuando lloraba.”
“Nueces, castañas, almendras y aceitunas.”
“El frío se abre camino y yo con estas pintas.”
“Pronto llegará el verano y andaremos por la orilla.”
“¡Qué zascandil es este chiquillo! ¡Lo que le gusta una
risa!”
Son pensamientos que recorren mi interior mientras veo pasar
los días. Unos que no están llenos ni de fama ni de gloria alguna, sólo de vida
tranquila. Soy un tipo más o menos normal… Bueno, a veces lo dudo, más todavía cuando
asoma alguna madre en el despacho y me espeta que estoy loco. Yo pienso que
ojalá. Tengo mis cosillas. ¿Y quién no? El pescadero, el conductor de tren, el
basurero, la alumna de la primera fila e incluso Jacominus Gainsborough,
nuestro protagonista.
Por primera vez en la dilatada producción de Rébecca
Dautremer encontramos un título protagonizado enteramente por animales. No sólo
conejos, la especie a la que pertenece Jacominus, sino todo un
elenco de aves, mamíferos y anfibios llenan las delicadas páginas de este libro. Quizá
para que seamos capaces de identificarnos con los personajes de manera
sencilla, quizá porque simplemente le apetecía.
En este libro de gran formato, Dautremer se explaya, quiere
desbordarse. Prueba de ello es la combinación de sus dos técnicas más
conocidas, el lápiz de grafito, las tintas grises y desdibujadas (véase su versión de Seda), una que utiliza en las dobles páginas llenas de lo que
parecen ser fotografías y recuerdos del protagonista, y la técnica mixta
(generalmente acuarela, gouache y lápiz de color) que usa en las ilustraciones
de gran formato que llenan la doble página. Este contraste favorece la
dicotomía entre vida pública y vida privada, una que nos ayuda a penetrar en la
personalidad de Jacominus.
Aunque la autora no se aleja demasiado de su estilo plagado
de planos cinematográficos y el trazo sinuoso, dulce y desdibujado al que nos
tiene acostumbrados, sí noto cierta luminosidad en la paleta de color, cierta
intensidad que nos traslada a la historia vitalista del conejo Gainsborough.
No podemos olvidarnos de los guiños a los muchos escenarios
que conforman el atrezzo de nuestro deambular cotidiano. Bibliotecas, jardines,
patios de recreo y cementerios son los lugares elegidos por la Dautremer para
narrar el paso de los días de un conejo tullido por los avatares de la guerra,
otra cicatriz para cualquier hijo de vecina.
Amigos, familiares, momentos compartidos, también de soledad,
alegrías y pesares, dificultades, golpes de suerte. Todo para que la vida siga abriéndose
camino. Recitando versos, dibujando rimas.
LLevo varios años suscrita a su blog y cada vez que me llega un e-mail de Donde viven los monstruos, una sonrisa de placer se aparece sin permiso en mi cara.
ResponderEliminarGracias por mostrarme libros maravillosos.
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