Estoy rodeado de críos. No sólo en el trabajo (sí, sí…
aunque sean de tamaño considerable y vayan cambiando la voz, siguen siendo
criaturas) sino en el vecindario (¡Menudo rapapolvo se marcó ayer la vecina con
su niño! ¡Casi me pongo firme yo!) y hasta en la familia (sobrinos… que un
servidor todavía no ha dado el paso…).
No lo voy a negar, el asunto se pone muy alegre, pues donde
hay niños, todo es alegría (Profundo suspiro.- ¡El mundo de los adultos es tan
aburrido a veces…!), pero no seré yo quien niegue que cuando los nenes se ponen
tontos, no hay quien los modere. Ni sus estrictos padres ni la dulce maestra ni
los tíos enrollados ni siquiera las dulces abuelas, pueden con un buen
soponcio o una sarta de jugarretas.
“Paciencia, mucha paciencia…” Siempre la misma (y veraz)
cantinela. Que los chiquillos son así. Variables, inesperados, desbocados, los
niños son así y punto. Evidentemente los hay muy maleducados (Virgencica nos
asista…), pero incluso los que atan corto te pueden salir por peteneras en un
momento dado. Si a ello añadimos que la mayor parte de ellos deben aprender a
administrarse, no sólo las palabras, sino también las emociones, la crianza se
torna difícil, que por eso es una cosa seria.
No podemos negar que los niños viven momentos dulces y otros
tantos amargos. No sólo hay parques de bolas, cuentacuentos y cumpleaños.
También hay celos fraternales o muertes repentinas. Lo importante es que
adquieran herramientas para gestionarse lo bueno y lo malo. Que de todo hay en
la vida, se lo dice un niño grande.
Y como esta semana va de libros poco visibles (N.B.: Les
confieso que este comienzo de temporada
me ha pillado el toro. ¡¡No se pueden imaginar la de cosas que llevo entre
manos!), hoy traigo a la palestra un libro muy poético, familiar y más que bien
llevado. Historia de un pulóver azul con texto de Florencia Gattari e
ilustraciones de Albert Asensio (editorial Milenio) es uno de esos libros que
te entran ganas de regalar, no sólo por lo barato (cosa que se agradece en
estos días de excesos), sino porque deja el alma rebosando. Haciendo uso de un
objeto metafórico (un jersey) su autora nos narra una historia cotidiana en la
que diferentes sentimientos se entremezclan en el universo de un niño. Celos,
tristeza, añoranza, cariño, crecimiento… Todo cabe en una hebra de lana azul.
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