Soy tan galgo que de pequeño soñaba con ser pastelero. No
cabe duda de que si alguien desea ganarse mis favores sólo tiene que acudir con
un buen pastel (Información para navegantes: nada dulzones y de sutiles
sabores, con chocolate y frutas ácidas mediante). Tras una confesión en familia
y algunas risas, mi madre me disuadió de
hacer realidad esa idea haciéndome saber que los confiteros no sabían de camas
y sueños, ya que, sobre todo en aquella época, vivían a fuerza de madrugones.
Yo me lo pensaba, pero seguía en mis trece, más todavía cuando le hincaba el
diente a los palos de crema, las milhojas o los miguelitos de La Roda.
Con el tiempo y unas cuantas madalenas de por medio,
descubrí que la repostería no es nada
fácil y que, a pesar de recetas y alquimia (muchos comparan cocina con química),
te puedes pasar con el azúcar o la harina, y hacer engrudo en vez de auténticas
delicias. Así que me dejé de tonterías, que siempre hay tiempo de acudir a una
buena pastelería y disfrutar de la buena mano de otros y un par de golosinas.
No obstante, todavía me sigue gustando eso de toparme con
una pastelería y asomarme al escaparate. Salivando como el niño que era. Lo
mismo sucede con los programas de la tele o los canales de Instagram sobre
tartas de boda, “cupcakes” u otras historias (¿No les resultan hipnóticos el
movimiento de las batidoras o las mil y una formas con las que decorar a base
de manga pastelera?). Y concluyo que sin abusar de los postres (ya saben que
hay que guardar la línea), a nadie le amarga un dulce porque bocado que no
echas, bocado que no recuperas (no seamos resignados y catemos nuevas
experiencias).
Con todo esto y un bizcocho, llegamos a un libro que, además
de robarme una sonrisa, me ha trasladado a esos sabores de la infancia que no
se olvidan. Y es que Prímula Prim, un
álbum de Catalina González Villar y Anna Castagnoli (editorial Los cuatro
azules) en el que los protagonistas son una pareja de conejos que regentan una
pastelería tiene mucho que contar a través de sus sencillas palabras y sus
evocadoras ilustraciones. La historia comienza con la llegada de la primavera y
un regalo de aniversario muy especial, casi mágico, continua con muchos vítores
(Morir de éxito debe ser bastante triste, ¿no creen?) y termina con un giro
inesperado sobre la sencillez de lo cotidiano y el retorno a la felicidad.
Una historia de siempre llena de luz, una historia de calor
bajo la que cobijarse en estos días de invierno… Hasta que llegue la primavera
y nos impregnen sus aromas.
Gracias por tu trabajo y generosidad
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