A veces sueño con bollos de mosto, más todavía cuando la
vocecita del postureo me taladra el oído interno con su sonsonete cojonero. “Cierra
el pico o te vas a poner como la Tomata, Romancico”… Una tortura vietnamita
teniendo en cuenta que el ser humano ha sido concebido para el engorde y con poco vamos (es lo
que tienen los animales homeotermos).
Sí, señoras, señores, la operación bikini se cierne sobre nuestras
cabezas. Y sólo hay dos salidas si queremos lucir un físico óptimo (N.B.: Baratas,
claro está. Si no quieren sacrificarse siempre les quedará la lipoescultura,
las fajas de compresión e incluso las salas de espejos de algún circo). Elijan: o
seguir comiendo y menear el papo, o estarse quietecico y tragar mucho menos (y
si es tiritando como los pájaros, más calorías gastamos). Como siempre hay
tiempo para zamparse medio gorrino y ofrecer nuestros cuerpos al sedentarismo, un servidor, que todavía quiere dar la lata unos cuantos años más y lucirse
aceptablemente en Instagram, se queda con
la primera opción, la del ejercicio para seguir cebándose.
No intenten consolarse (que mal de muchos…) y sean
conscientes de que esta navidad se han puesto como El Tenazas (a no ser que la
hayan celebrado cual Ramadán). Tibios a base de turrón y otras delicias
heredadas de los árabes -paradójico tema que siempre me ha entusiasmado-, de asados
cárnicos (donde esté un buen cordero manchego…), los menos de pescado (¿Se ha
extinguido el besugo?), con buen marisco (¡Viva el ácido úrico!), embutidos
ibéricos (a los que los chinos se están aficionando), frutos secos y encurtidos
de todo tipo (los altramuces de la infancia que no falten), quesos añejos,
buenos vinos (en mi casa, de La Mancha) y sidra (para que empape la pringue).
Ahora que lo pienso, ¡anda que no comemos! ¡Semejante amasao
pegado al riñón! ¡Nos parecemos a Finn
Hermann!... ¿Qué no saben quién es este señor? Pues uno de los cocodrilos más
famosos de la LIJ (escrito por Mats Letén, ilustrado por Hanne Bartholin y
editado por Libros del Zorro Rojo), uno al que no se le resiste ningún manjar
(entiéndase por ello cualquier otra mascota más pequeña que él), nada oiga, que
engulle todo lo que pilla. Lo mejor de todo es que lo hace en un abrir y cerrar
de ojos-página (por todos es sabido que los reptiles no mastican como nosotros) y no
se entera ni su dueña.
No tomemos su ejemplo (que su estómago no tiene fondo) y
comamos con mesura, que es la mejor manera de mantener la línea. Ni por encima
ni por debajo, que ningún exceso es bueno.
FINN HERMAN, el pobre cocodrilito...... Ocupa un lugar destacado en mi biblioteca.
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