Estaba ayer dándole brío a uno de mis vídeos en Instagram, cuando
de pronto me escribe la Elena Detalleres. Después de temblar un poco, pues esta
señora es un sacapuntas, y resoplar aliviado (se ve que los domingos es más
inofensiva), me dice que hace unos días, durante una comida, se había dedicado
a destriparme ante cierto bibliotecario. Según ella, este señor es un verdadero
fan de este sitio de monstruos. Que me leía asiduamente, que estaba pendiente
de mis boletines de noticias (Igor, siempre publico a estas horas porque es
cuando las clases me lo permiten) y que hacía mucho caso de mis
recomendaciones. Se ve que esto le picó a la Elena en el cogote y me puso a caer
de un burro. Que si yo era un rollero, que si un clásico, que si un anticuado...
Este hombre, un auténtico hooligan (me robó el corazón ipso facto), le espetó que
de ninguna manera, que yo sabía lo que decía. Me imaginé a la Elena con la
patata retorcida y, acorralada, ya le tuvo que soltar al Igor que ella me había rebatido
ciertas cosas y que yo había claudicado (porque ella lo vale, si señor)
mientras él la escuchaba incrédulo.
Yo leía todo esto y me lo pasaba pipa.
Primero por saber que un desconocido y un muy buen profesional (según las referencias que me
daba Elena), me tenía en tan alta estima, pues me
llena de orgullo y satisfacción además de ser un acicate para seguir con esta labor que a veces es poco gratificante. En segundo término, porque el hecho de que dos personas dejen
a un lado la política y se enzarcen en debates a costa de libros y enterados
LIJerarios es de mascletá. En tercer lugar porque yo había alentado a la Elena
a volverse otra chafardera del libro-álbum y veo que la cosa fructifica. Y por último: en esto de de la
literatura infantil no debe faltar el humor pues hay mucho estúpido buscando asentimiento en un universo donde no hacen falta ni
lentejuelas ni brilli-brilli, sólo leer y pasarlo bien.
Tras descojonarme un rato y digerir que casi soy atropellado
por mi propio padre (inaudito pero cierto), decidí que les iba a dedicar esta
entrada del lunes a ambos en agradecimiento a tan buen momento y de paso
intervenir en esa conversación a la que fui invitado, si no en cuerpo, sí en
espíritu…
Escuchadme, melones. No os pongáis a la gresca por este
monstruo. Igor, aunque intento valorar todas las cuestiones de un libro, reconozco
que ando algo pez en ciertos aspectos, sobre todo los gráficos de última hornada. Hay libros a los que no les encuentro la gracia, y a otros les encuentro
demasiada. En esos momentos echo mano de personas como Elena que, apasionadas por ese mundo del
álbum, el diseño y sus vanguardias, rellenan mis carencias (aunque tampoco hay
que darles mucho vuelo, que ya sabes que la tontería es gratis y cada uno coge la que quiere).
Elena, buscar sinergias en los libros, en lo literario, nos
ayuda a entender una creación cultural desde varios puntos de vista y, al igual
que tú con las imágenes, mi visión sobre las palabras y/o su relación con las ilustraciones también es importante,
pues nos ayuda a entender íntegramente una obra híbrida y posmoderna como el
álbum. Lo metaliterario, los guiños a los clásicos, la estructura narrativa, su
inmersión en un contexto y otras circunstancias que trascienden intrínseca y/o extrínsecamente al objeto libro, se pueden clasificar como rollo y petardeo, pero
también son necesarios. Sin embargo convengo contigo en que a veces, en este
ecosistema de la crítica de libros infantiles hay mucho meapilas que aburre a
las piedras con tanta disquisición.
Para zanjar mi intervención os mandaré deberes (así, en la
distancia). Como soy un rollero y no quiero amuermaros, la cosa consiste en que
leáis un libro, que si bien se aleja un poco de la estructura del álbum, me
parece muy adecuado para el apunte de hoy, y que más tarde dejéis vuestras impresiones en
los comentarios de esta entrada. Ni se os ocurra decir que es un título sin
chicha, pues la edición de este Cosa de
niños de Peter Bischel, ilustrada por Federico Delicado y publicada por Los Cuatro Azules, nos habla de tantas cosas textual y gráficamente, que creo que tendréis suficiente trabajo. Yo me quedo con un mensaje que ahonda en ese mismo por el que he
abogado desde que empecé esta andanza hace once años: lo mejor de los libros
para niños es que los leemos los niños. No dejemos que nuestras apariencias de
adultos nos contaminen con sus miserias. Quitémosle hierro al asunto y disfrutemos
de su belleza lo mejor que sepamos.
P.S.: Y si suspendéis el examen, tendré que destripar este libro convenientemente en los comentarios (que siempre se agradecen más aquí que en las redes sociales).
P.S.: Y si suspendéis el examen, tendré que destripar este libro convenientemente en los comentarios (que siempre se agradecen más aquí que en las redes sociales).
¡Ajajá!
ResponderEliminarNos ponemos a ello inmediatamente!