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jueves, 23 de mayo de 2019

¡Pon un caimán en tu vida!




Aunque hoy en día escasean, hubo un tiempo en que los reptiles eran muy abundantes, tanto que reinaron sobre el resto de formas de vida de nuestro planeta durante muchos millones de años, sobre todo durante el Mesozoico, un periodo en el que  los grandes saurios habitaron todos los medios, acuáticos, terrestres y aéreos. Más tarde el clima se enfrió y estos animales poiquilotermos (incapaces de regular su temperatura corporal y por tanto dependientes de la del exterior) se vieron abocados a la extinción o relegados a zonas atemperadas del globo como los trópicos y los desiertos. Tanto fue así que de los cientos de miles de especies que anduvieron por océanos y continentes, sólo sobrevivieron y/o evolucionaron unas seis mil.


Muchos biólogos sentimos cierta pena del trato que reciben por parte de la cultura de masas estos bichejos, pues parece ser que la religión (¿Quién malmetió entre Adán y Eva?), los medios de comunicación (¡Apártense de serpientes y cocodrilos!), la literatura (se me ocurre citar las fábulas de Esopo) o el cine (aquí sólo tienen que fijarse en los malos de Disney) los han convertido en enemigos acérrimos del ser humano. Venenos, dentelladas, movimientos espasmódicos o de reptación, sangre fía y pupilas fragmentadas o verticales, hacen de estos animales, inmejorables candidatos para encarnar el mal, pero sin embargo hay casos que nos dicen lo contrario, véase el libro de hoy.


La caimana, con texto de María Eugenia Manrique e ilustraciones del siempre genial Ramón París (ediciones Ekaré) nos cuenta la historia de José Faoro, un orfebre de origen italiano que se instaló a principios del siglo XX en San Fernando, una villa del estado de Apuré (Venezuela) que, habiendo encontrado una cría de caimán con tres días, lo adoptó y crió. Basada en hechos reales (ya saben que la vida siempre supera a la ficción) esta narración donde el afecto entre los seres vivos desmonta esos mitos mal llevados.
Les diré que me ha encantado. Que hay mucho de selvático en él, mucho de Latinoamérica, de sus mitos, de su exuberancia y plasticidad, de Quiroga y de realismo mágico (nunca mejor dicho). Pero lo que no les voy a contar es el final de este álbum hermosísimo que deben descubrir por sí mismos.
No obstante sí quiero apuntar a diversas cuestiones sobre los reptiles que tienen que ver con esta historia y que, a pesar de parecer alucinantes, no lo son tanto… A saber:


Primero de todo hablaré de la impronta, un mecanismo etológico que en reptiles y aves es muy importante. Consiste en que las crías recién nacidas reconocen las características de sus progenitores a través de un mecanismo instintivo complejo. No es de extrañar por tanto que esta caimana, al tener tan sólo tres días de edad cuando se topó con Don José, asimilara su figura a la de un padre, uno más de su especie con quién establecer un vínculo de por vida.


Llama poderosamente la atención el carácter dócil de la caimana, más todavía cuando en el libro nos habla de cómo esta interaccionaba con los niños que José y Ángela Filomena criaron (una docena para ser más exactos). No tienen de qué sorprenderse pues la mayor parte de los reptiles son inofensivos (más todavía cuando no viven hambrientos), incluso me complace informarles de que mueren más humanos por picaduras de abeja que por ataques de los actuales saurios, así que les recomiendo que alejen ese dato de su subconsciente.


Para terminar, decir que no es de extrañar que El Negro -en principio se creyó macho para ser rebautizado después como La negra-, esa caimana que acompañó a Faoro a lo largo de su vida, alcanzara más de sesenta años de edad, pues como bien sabemos muchos biólogos, algunas especies de reptiles entre las que destacan los cocodrilianos y los quelonios –nombre del grupo de las tortugas- pueden ser muy longevos e incluso alcanzar los ciento cincuenta años.
Lo dicho: ¡pongan un caimán en su vida!

1 comentario:

  1. Me encanta la caimana, pero creo que para la ciudad soy más de cocodrilos desde que conocí a Lyle.
    Felicidades por la entrada. Sabes si "Lyle, Lyle, crocodile" esta publicado en español?

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