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miércoles, 22 de mayo de 2019

Buenos amigos



Como buen animal social, acostumbro a tratar con todo tipo de personal. Obreros y burgueses, culturetas e ignorantes, progres y fachillas, lectores y no lectores, guapos y feos, jóvenes y viejos. Todos tienen sus cosas pues sus experiencias son tan diferentes como sus etiquetas (¿o quizá no?), pero si me tuviera que quedar con alguna de estas dicotomías, preferiría la última, una donde encuentro gran sustancia, pues lo anacrónico en lo humano produce un germen más que interesante.
A veces no comprendo la imperiosa necesidad que mis amigos, los jóvenes, tienen de vomitar su día a día en las redes sociales, sobre todo cuando las imágenes se acompañan de textos verdaderamente vergonzantes (cuando la Gemita se pone intensa es para darle como a los conejos: en to’ la cepa de la oreja). Tampoco comprendo a mis amigos, los viejos, pues cuando no quieren hacer frente a polémicas o tomar decisiones, siempre echan mano de sus cónyuges y/o prole, pues bien es sabido que la mierda, para los contrarios manque pierdan.


Si bien es cierto que es más fácil la comprensión con los viejos (uno puede hablar con ellos de libros, de la escuela de antaño, de facturas e impuestos, y otras cuestiones laborales), con los jóvenes todo es más fluido, pues están exentos de muchas de esas preocupaciones, se dejan llevar por su frescura y están en la onda, en las últimas novedades, llámense música, televisión y ropajes.
Yo me hallo en medio, como los jueves -siempre me han gustado más los miércoles pero habrá que ser fiel a la tradición-, algo que creo necesario, pues hay que enriquecerse de unos y otros aunque al final yo siga a lo mío, con buena letra y despacio. Ellos no sé qué pensarán. Unos, probablemente que soy un trasnochado, otros que estoy en la preadolescencia, pero lo cierto es que los únicos que salen perdiendo son ellos y sus prejucios.


Estaba yo en esas cuando cerré Rigo y Roque, un texto de Lorenz Pauli, ilustrado por Kathrin Schärer y editado por Milenio que, entre otras, nos habla de estas cosas, pues nace de una historia de amistad entre un viejo leopardo y un jovial ratón doméstico. Tengan colegas ancianos o jóvenes, creo que todo el mundo debería leerse un libro como este, porque se lo digo a bocajarro: no deja indiferente, es un texto hermoso y único por varias razones.
En primer lugar es una historia entrañable que habla de diferencias y coincidencias, de entendimiento y discrepancias, muchas de las impresiones en las que descansa cualquier vida, cualquier relación humana.
En segundo lugar hay mucho de (sin)sentido en los diálogos de estos dos personajes que por un lado divierten (¡El capítulo con palabras inventadas es tan infantil y lúdico…!), y por otro le restan trascendencia a posibles desencuentros intergeneracionales que se parecen más a un debates dialécticos que a conflictos irresolubles.


En tercer lugar es una historia que interpela al lector. Para que piense por sí mismo, para que encuentre respuestas y filosofe si quiere. Todos somos susceptibles de hallar un discurso, un camino y por ello estos dos personajes nos hacen preguntas como ¿De verdad que todo sería mejor si se pudiera hacer de nuevo? ¿Qué grosor tiene un rayo de sol? ¿Qué es más importante, la pregunta o la respuesta?
Para terminar de hablar de las bonanzas de este libro les recomiendo tres pasajes que quitan el sentío. El primero es aquel que habla de la vejez y la sabiduría, el segundo el del cumpleaños de Roque, y sobre todo el que lo cierra y que lleva por título Dentro de nosotros.


Cuestión aparte es el tema de la traducción, pues ha suscitado ciertas controversias ya que en el original en alemán el ratón protagonista no se llama Roque y no es un macho, sino que es una fémina y se llama Rosa (ya saben, cuestiones del guión y el género de las palabras de la lengua germana). Si bien es cierto que en una historia de amistad poco importa entre quienes se establezcan dichos lazos, sí me parece importante el mensaje final, porque se agradecería que el sentido final, tal y como pretenden los autores, suceda entre personajes de distintos sexo y obviemos ese tono clasicón de “los chicos con los chicos, las chicas con las chicas”.
Espero que lean este libro con pausa, porque realmente lo merece, y que de paso consideren sus relaciones de amistad, porque como bien nos indican estos dos señores Con un buen amigo incluso se pueden ver cosas que para otros no existen.



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