Como buen animal social, acostumbro a tratar con todo tipo de
personal. Obreros y burgueses, culturetas e ignorantes, progres y fachillas,
lectores y no lectores, guapos y feos, jóvenes y viejos. Todos tienen sus cosas
pues sus experiencias son tan diferentes como sus etiquetas (¿o quizá no?),
pero si me tuviera que quedar con alguna de estas dicotomías, preferiría la
última, una donde encuentro gran sustancia, pues lo anacrónico en lo humano
produce un germen más que interesante.
A veces no comprendo la imperiosa necesidad que mis amigos,
los jóvenes, tienen de vomitar su día a día en las redes sociales, sobre todo
cuando las imágenes se acompañan de textos verdaderamente vergonzantes (cuando
la Gemita se pone intensa es para darle como a los conejos: en to’ la cepa de
la oreja). Tampoco comprendo a mis amigos, los viejos, pues cuando no quieren
hacer frente a polémicas o tomar decisiones, siempre echan mano de sus cónyuges
y/o prole, pues bien es sabido que la mierda, para los contrarios manque
pierdan.
Si bien es cierto que es más fácil la comprensión con los
viejos (uno puede hablar con ellos de libros, de la escuela de antaño, de
facturas e impuestos, y otras cuestiones laborales), con los jóvenes todo es más fluido, pues están exentos de muchas de esas preocupaciones, se dejan llevar por
su frescura y están en la onda, en las últimas novedades, llámense música,
televisión y ropajes.
Yo me hallo en medio, como los jueves -siempre me han
gustado más los miércoles pero habrá que ser fiel a la tradición-, algo que
creo necesario, pues hay que enriquecerse de unos y otros aunque al final yo
siga a lo mío, con buena letra y despacio. Ellos no sé qué pensarán. Unos, probablemente que soy un trasnochado, otros que estoy en la
preadolescencia, pero lo cierto es que los únicos que salen perdiendo son
ellos y sus prejucios.
Estaba yo en esas cuando cerré Rigo y Roque, un texto de Lorenz Pauli, ilustrado por Kathrin
Schärer y editado por Milenio que, entre otras, nos habla de estas cosas, pues
nace de una historia de amistad entre un viejo leopardo y un jovial ratón doméstico.
Tengan colegas ancianos o jóvenes, creo que todo el mundo debería leerse un libro
como este, porque se lo digo a bocajarro: no deja indiferente, es un texto
hermoso y único por varias razones.
En primer lugar es una historia entrañable que habla de
diferencias y coincidencias, de entendimiento y discrepancias, muchas de las impresiones en las que descansa cualquier vida, cualquier relación humana.
En segundo lugar hay mucho de (sin)sentido en los diálogos
de estos dos personajes que por un lado divierten (¡El capítulo con palabras
inventadas es tan infantil y lúdico…!), y por otro le restan trascendencia a
posibles desencuentros intergeneracionales que se parecen más a un debates
dialécticos que a conflictos irresolubles.
En tercer lugar es una historia que interpela al lector. Para que piense por sí mismo, para que encuentre respuestas y filosofe si quiere. Todos somos susceptibles de hallar un discurso, un camino y
por ello estos dos personajes nos hacen preguntas como ¿De verdad que todo sería mejor si se pudiera hacer de nuevo? ¿Qué
grosor tiene un rayo de sol? ¿Qué es más importante, la pregunta o la respuesta?
Para terminar de hablar de las bonanzas de este libro les
recomiendo tres pasajes que quitan el sentío. El primero es aquel que habla de
la vejez y la sabiduría, el segundo el del cumpleaños de Roque, y sobre todo el
que lo cierra y que lleva por título
Dentro de nosotros.
Cuestión aparte es el tema de la traducción, pues ha
suscitado ciertas controversias ya que en el original en alemán el ratón
protagonista no se llama Roque y no es un macho, sino que es una fémina y se llama
Rosa (ya saben, cuestiones del guión y el género de las palabras de la lengua
germana). Si bien es cierto que en una historia de amistad poco importa entre
quienes se establezcan dichos lazos, sí me parece importante el mensaje final,
porque se agradecería que el sentido final, tal y como pretenden los autores,
suceda entre personajes de distintos sexo y obviemos ese tono clasicón de “los
chicos con los chicos, las chicas con las chicas”.
Espero que lean este libro con pausa, porque realmente lo
merece, y que de paso consideren sus relaciones de amistad, porque como bien
nos indican estos dos señores Con un buen
amigo incluso se pueden ver cosas que para otros no existen.
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