Alumnos, compañeros de trabajo, repartidores, camareros,
dependientes y desconocidos dan muchos calentamientos de cabeza, pero ¿y la
familia, qué? No se crean ustedes que no ofrecen pocos disgustos. De hecho
considero que tus allegados siempre son quienes tienen la mayor capacidad para
sacarte de tus casillas. Bien por la confianza que depositas en ellos, bien
porque los conoces demasiado bien, siempre acaban amargándote la existencia.
Viejos manipuladores, madres chantajistas, abuelas regentes,
hijos parásitos, nietos lloricas, cuñados pusilánimes, otros también borrachos
y cansinos, primos impertinentes, y demás fauna se entrenan para ponerte a
prueba cada día, en cada reunión familiar, en los hospitales y los cementerios,
en encuentros fortuitos y Dios-sabe-qué-más circunstancia.
Mi abuela, muy refranera ella, siempre decía que “El que se
cabrea, tira la garrota, y cuando la recoge ya la tiene rota”. Hay que aprender
a no molestarse, a hacer oídos sordos a todo tipo de necios, compartan tu
genética o no, pues al final uno se lleva el sofoco y los demás se van de
rositas, una opción poco contemplable pues también decía la matriarca que “Los
disgustos se dan, no se toman”.
¡Ay, si Hamlet hubiera hecho caso a mi señora abuela! ¡No se
hubiera ahorrado malos tragos…! ¡Incluso la vida! Pues esos congéneres
obnubilados por la envidia y la miseria no merecían tanto drama… Y es que Shakespeare,
que era muy listo sabía muy bien lo que decía en sus tragedias que, como esta,
bebía de toda suerte de jugarretas familiares.
Ya sé que soy una rara avis y que no todo el mundo se
encuentra con fuerzas de leer la más extensa obra de Shakespeare (admito que el
teatro tiene su intríngulis pero una vez que cambiamos el chip, sólo hay que
recrear escenario y actores en nuestra imaginación, y dejarse llevar), es por
ello que hoy les invito a que disfrutar de Mira
Hamlet, un albúm ilustrado sencillamente genial de Barbro Lindgren y Anna Hõglund
editada en nuestro país por la editorial Thule.
La primera vez que vi este libro, me llamó mucho la
atención, no sólo porque la historia de este príncipe de Dinamarca repleta de
envidia, tretas palaciegas, inquinas personales y azar, está protagonizada por animales
–conejos, zorros o ratas-, sino porque el texto se presenta de modo muy
abreviado, pues en cada doble página aparecen las ideas básicas de cada acto de
forma telegramática.
Les digo con sinceridad que la idea me ha fascinado, por un
lado es fiel a los sucesos de la obra original, y por otro interna al lector,
infantil o adulto (creo que muchos de ustedes, aunque crean conocer esta obra
cumbre de la literatura, seguramente no sea así) en la lectura de creaciones
sobre las que se construye la literatura occidental.
No debemos olvidar que, al igual que Shakespeare, este álbum
de formato muy agradable e ilustraciones a grabado, adereza con cierto humor la acción a pesar de su vis
trágica (me encanta que se aferre a la realidad ¡Cómo en la vida
misma!). Ojalá hubiera más versiones como esta de El mercader de Venecia, Medea, La Celestina, Macbeth o La vida es sueño, que aproximándose a
los pequeños lectores no dejen de ser los fieles reflejos de la vida pasada,
presente y futura, pues ahí radica la importancia de los clásicos y su mensaje
que sigue resonando en nosotros mismos: la humanidad.
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