En vez de hijos, tengo libros, e incluso de vez en cuando,
escribo algunos de ellos. No sé muy bien las razones que me mueven a ello (por
diversión, por compartir una idea, por aprender...), pero el caso es que todas
las historias que pululan por las estanterías de bibliotecas o librerías tienen
un principio, esa chispa adecuada que enciende la máquina y hace girar los
engranajes. Y hoy toca explicarles de dónde surgieron las ideas para ¡Crea! el libro que acabo de publicar
junto a Sergio Arranz, un artista de pies a cabeza, y la modesta pero siempre
arriesgada editorial leonesa Amigos de Papel.
Nos pasamos buena parte de la infancia y la juventud en la
escuela. Algunos no la hemos dejado nunca (se ve que nos va la marcha).
Colegios, institutos, universidades, lugares creados por el ser humano para
formarnos, instruirnos y convertirnos en mujeres y hombres de provecho. O al menos,
eso es lo que se piensa, pues hay casos en los que es poco productiva (seguro
que conocen más de un niño perdido).
Si bien es cierto que la institución me da un poco de tirria
(ya saben que todo lo que huele a política y burocracia no es lo mío, incluso formando
parte del tinglao… será por eso), siempre he creído en el factor humano de
esta, los maestros, los profesores, personas que, por distintos motivos, están
ahí dando el callo.
Los maestros no somos maravillosos, ni mucho menos infalibles.
Podemos ser tan decepcionantes, como amables, tan desagradables, como
comprensibles, tan incomprensibles, como excepcionales. No conozco ninguno que
sea la quintaesencia de la perfección, entre otras cosas por nuestra condición
humana. Así que no lo olviden, los maestros también se equivocan. Y de eso va
este libro: de profesores que la cagan.
El segundo de los pilares que sustentan este libro es el arte.
Lo pueden poner con mayúsculas, sí, porque en él no sólo se habla de
creatividad, sino de qué es ser un artista, de si el artista nace o va tomando
forma poco a poco, con constancia o trabajo, de los sueños frustrados que tiene
cada artista. También habla de los grandes artistas y sus obras, muchos de
ellos incomprendidos como Ben, el protagonista de la historia. También habla de
mí, de mis deseos en la infancia y juventud, cuando soñaba ser un gran pintor,
de cuando mi padre quería que yo fuera ingeniero (no lo consiguió tampoco y estudié
biología, la carrera de ciencias experimentales más bella, y por tanto
artística, que hay).
Y así, entre escuela y arte, nos ha quedado un libro bien
apañao. Con las ilustraciones de Sergio, que te arrancan una sonrisa (este tío
es muy grande aunque él se crea tan pequeñito como Benjamín, nuestro
protagonista) y alguna carcajada (la primera vez que vi esa escena de niños
zombis me desternillaba). Con la labor editorial de Asunción, que nos ha dado
bastante libertad a pesar de algunos encontronazos y discrepancias. Con
la ayuda recibida del maquetador (¡Gracias aunque no sepa ni tu nombre!), los sobrinos del propio Sergio, y los ánimos
de amigos y desconocidos, ha salido del horno uno de esos libros que da gusto
leer.
Seguramente le encontrarán pegas (hasta ahora han sido pocas), pero yo (y no es porque sea
mío), le veo cosas muy buenas. Mucho humor, es crítico, un poco irreverente y
canalla, tiene un lado tierno y entrañable, odioso a veces, otras triste,
guarda sorpresas y mueve muy, muy bien las caderas. ¡Qué les voy a decir si lo he
parido yo!
¡Enhorabuena, Ramón! Espero que el libro triunfe y lo disfruten muchos peques y mayores también, por supuesto. ¡Un abrazo grande!
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