Dicen los famosos que serlo es una lata. Que si no les dejan
en paz, que mire usted lo pesados que son los paparazzi, que si no se puede
andar tranquilo por la calle, que intentan sacarles las corás, que pobres de
sus familiares… Eso es la fama, señores. Y como decía aquella de la serie, la
fama cuesta. Cuesta ganársela, cuesta mantenerla y cuesta sobrevivir a ella.
No todo el mundo vale para ser famoso, sobre todo porque
implica mucho sacrificio. Hay famosos que estudian mucho para ser reconocidos
mundialmente, véanse astronautas, científicos o literatos. También hay famosos
que se recorren todos los programas de televisión, todos los cirujanos
plásticos, y todas las consultas de psiquiatría habidas y por haber. Están los
que ya nacieron famosos, léanse aristócratas, príncipes e hijos de grandes empresarios,
a quienes cuesta mucho esfuerzo mantenerse a la altura de sus apellidos y
circunstancias. Los menos son los del efímero golpe de suerte, pero para
mantenerse en el candelabro, como bien decía la Mazagatos, hay que currárselo.
También hay que hablar del éxito a menor escala… Puestazos
en empresas, una gran familia, reconocimiento intelectual, una herencia que
administrar… Todo lo que suponga cierta responsabilidad para con los demás,
podría traducirse en fama.
Es cierto que muchas veces la fama te atrapa y que es
complicado administrarla, pues especie humano y éxito es un tándem complicado.
No les tengo que recordar la de estos personajes que acaban en la cuneta… Enganchados
a los estupefacientes, sucumbiendo a sus propios miedos, o refugiados en
cualquier tipo de miseria… Marionetas rotas que necesitan una catarsis o por el
contrario, una muerte digna y loable.
No se equivoquen, son muy pocos los que están formados para un
cara a cara con la fama (“Como ser famoso” sería un curso bastante útil para
todos esos miles de interesados que ansían encumbrarse en calidad de
influencers o de niños guapos), y salir airosos de situaciones comprometidas,
ponerse en su sitio cuando la ocasión lo requiere, y tomar el rumbo adecuado.
De todas estas cosas y muchas más nos habla Jimmy Liao en Las alas, su último libro publicado por
Barbara Fiore, su editorial de cabecera en castellano. Tan metafórico como
siempre, el autor coreano hace un ejercicio de crítica bastante complejo (ya
saben que su universo onírico no es precisamente fácil, ¿o quizá sí?), en el
que nos habla de los pormenores de la popularidad.
El argumento parece sencillo. El director general lo tiene
todo: una familia, un buen trabajo y una oficina maravillosa. Es reconocido y
admirado hasta que en su espalda empiezan a crecer dos alas... No les cuento
más, porque seguramente ustedes extraerán sus propias conclusiones acerca de un
álbum denso y enriquecido en el que el mismísimo Liao explora su propia fama
(fíjense en las referencias a obras como Desencuentros
o El sonido de los colores) y la de todos
aquellos que se ven sobrepasados por sensaciones encontradas entre el yo individual
y la imagen que proyectan. Soledad, aislamiento, incomprensión, desesperanza,
rabia… ¡Ufff! ¡Menos mal que no soy famoso! ¡Prefiero ser libre como un pájaro (sin alas)!
Interesante tema. Los hados nos liberen de la fama.
ResponderEliminarHe visto las referencias de entradas de tu blog, se debería subtitular wikilij. ;-)
Gracias por tus entradas, Román. Te lo habrán dicho mucho, pero yo insisto, porque temblé cuando hablaste este verano de lo harto que estabas, de que si ibas a dejarlo... Para quienes nos gusta la LIJ tu blog se ha convertido en una cabecera imprescindible. Qué soledad sería no recibir en el email tus entradas. Abrazos.
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