Llevo un principio de curso de lo
más atareado. Programaciones didácticas, ordenar mi hogar, recuperar la figura,
alimentarme adecuadamente, cursos varios, un nuevo libro y algún que otro
proyecto en el horno, dar cariño y amor (para eso siempre hay que sacar tiempo),
y un montón de cosas más hacen los días muy livianos.
Lo peor de todo es que los
vecinos llevan un tiempo sin dejarme dormir (niños, demencias seniles e
incivismo son el pan de cada día) y he tenido que echar mano de los tapones, un
objeto que no me gusta utilizar pero que me está dando la vida, no sólo porque
descanso mil veces mejor (eso es importante si no quieres morirte pronto), sino
porque mi mente está más despejada y la imaginación puede ir in crescendo.
No sé si es gracias a los
múltiples y surrealistas sueños que me regala la noche pero el caso es que mis
ideas fluyen a una velocidad pasmosa (les juro que no he sucumbido ante las
anfetaminas). Me pongo a cavilar y es como si todo tuviera sentido, como cuando
era un crío. Da igual dónde o cómo, pero mi universo onírico cada vez está más
enriquecido.
Les admito que es un hecho que me
encanta. Me entusiasma poder ver que todavía sigo en la brecha, saltando de
idea en idea, que estoy mejor que nunca (no como mi amigo el Alfon, a él le
basta con ir a la pelu y ponerse unas zapatillas de quinceañero). Siempre he
creído que la verdadera fuente de la eterna juventud reside en nuestra
capacidad para imaginar, para evadirse de lo cotidiano, e incluso para
cambiarlo.
Imaginar es pensar para adelante,
nunca para atrás (No me gustan nada esas personas que cavilan con negatividad).
Que inventen, que sueñen, que abonen el germen de nuevas ideas, que las
trabajen, que les den forma por muy estúpidas que sean. Quizá esta sea la única
forma de acabar con el aburrimiento, la envidia y otras vergüenzas que asolan
la naturaleza humana.
Si hubo un hombre que practicó
hasta su muerte esta bendita afición, ese fue sin duda Arnold Lobel, pues este
gran autor de la Literatura Infantil se pasó la vida entera (corta pero entera,
algo que envidiar y admirar) imaginando historias hermosas con las que deleitar
a un público que supo y sabe reconocer esa cualidad. Gracias a la editorial
Niño, se acaba de editar en castellano (pues es la primera vez que este libro
suyo ve la luz) El pájaro cucurucho y
otras aves extrañas, un álbum rimado de 1971 que tiene mucho de imaginativo
y que seguro que hará las delicias de todo el mundo, sea o no fan de este
extraordinario autor.
Por hablar de dos peculiaridades,
apuntaré a que este es uno de los primeros libros de Lobel con una amplia
paleta de color, un estilo que comienza con El
rey de los colores (curioso) y que también es la segunda de las obras de
Lobel en verso -empezaría con Martha, The
Movie Mouse, la historia de un ratón cinéfilo- que se adscribirían a las “nursery rhymes” surrealistas o
sinsentido, un estilo al que retornaría en su última etapa profesional con
títulos como El libro de los guarripios o la también inédita Whiskers & Rhymes, tras dedicar más de una década a sus
clásicos libros-serie de colecciones de cuentos como Sapo y Sepo.
No sé cuántas veces he dicho que
me encanta Lobel y no sé cuántas más se lo diré, pero el caso es que no pueden
dejar pasar la oportunidad de leer un libro que mucho tiene que ver con su
admirado Edward Lear, con las retahílas, con los juegos de palabras y, sobre
todo, con la desbordante imaginación.
Y mientras les invito a que sigan
mi canal de YouTube (ya hay una centena de monstruos que disfrutan con vídeos
de libros infantiles acompañados de las bandas sonoras más variadas), me
despido con unos versos del título de hoy, el que le da título:
Vainilla con chocolate,
granizado de frambuesa:
el Pájaro Cucurucho
será siempre una sorpresa.
Por muchos sueños mas!
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