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viernes, 4 de octubre de 2019

De unicornios




Llegó la moda del unicornio a nuestras vidas. Todo tiene su época y se ve que los últimos tiempos necesitan rescatar mitos del pasado (remasterizados, claro está). Da igual que hoy sepamos de la existencia del rinoceronte, del narval o de los ciervos mutantes (sí, como lo oyen, hay ciervos que nacen con un solo cuerno): el ser humano sigue honrando a lo mágico. Bien por necesidad, bien por romanticismo, o bien por postureo, lo suyo es que aflore entre los adultos esa credulidad de la infancia, aunque la transformemos en camisetas, diademas y flotadores. ¡Larga vida a lo fantástico!

En altas praderas,
según testimonios,
luego de la lluvia
sale el unicornio.
Es una criatura
de albina elegancia
que caza suspiros,
que bebe fragancias.
Pétalo que llueve,
nieve que desliza,
su paso es un suave
rumor en la brisa.
Lleva un solo cuerno
de nácar su frente,
sus ojos resguardan
luz inteligente.
Dicen que su blanca
cascada de crines
viene de celestes,
lejanos confines.
Y que solamente
se vuelve visible
a los que confían
en lo impredecible.
Su paso sin sombra
dura el breve instante
en que el arco iris
se vuelve gigante.
Un oleaje de aire
se lo lleva al fin,
soplo que se escapa,
fuga de violín.

Lo quisiera cerca,
que nunca se fuera.
Caballito astado,
luna de pradera.

María Cristina Ramos.
Cascada de crines.
En: Desierto de mar y otros poemas.
2013. Buenos Aires: SM.



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