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jueves, 14 de noviembre de 2019

Javier Sáez Castán o la realidad sobrealimentada



Lo de Javier Sáez Castán siempre me ha llamado mucho la atención. Tanto o más que lo de Francis Meléndez. Aunque si bien es cierto que el primero no anda tan retirado del mundo como el segundo, hay que apuntar que se rodea de cierto halo misterioso, no sólo por el estilo un tanto surrealista y sobrenatural de sus obras, sino porque tampoco se prodiga mucho en los medios ni en las redes sociales.
Nacido en Huesca (¡Cuántos buenos artistas ha dado la tierra maña!) en 1964 aunque alicantino de adopción (lleva muchos años allí), Sáez Castán gustaba de crear sus propios cuentos durante la infancia. Más tardé se marchó a Valencia para estudiar Bellas Artes en la Universidad Politécnica de dicha ciudad, especializándose en dibujo. Posteriormente estableció su campo de operaciones en la provincia de Alicante y empezó a trabajar como ilustrador, sobre todo orientándose hacia la publicidad institucional –realizó trabajos para la Universidad y el Ayuntamiento de Alicante- y algunas empresas privadas.
Su relación con el mundo de la Literatura Infantil comienza en el año 2000, cuando publica su primer libro, Picopelosplumas y el hombre pájaro, con la editorial SM y que en la actualidad cuenta con nueva edición a cargo de Barrett (2019). Esta historia con mucho teatro en la que un pajarraco corre interviene en una historia de odio-amor bastante sui generis, supone su tímido aunque prometedor bautismo como autor de libros para niños, un género que según él mismo nunca ha cultivado (hace libros para todas las edades, que no es poco…).


A este título le siguen otros dos, Pom...Pom...¡Pompibol! (Anaya, 2002) y Los tres erizos (Ékare, 2003). El primero es un libro en el que se hace alarde del sinsentido, un género que siempre ha abundado en los libros infantiles, y desde una perspectiva un tanto cañí (la mortadela y esos almacenes de otra época tienen mucha enjundia) siempre acompañada por las ilustraciones en plumilla y ligeras aguadas del autor. 


El segundo constituye una historia clásica de ladrones (tres erizos se adueñan de unas cuantas manzanas en un huerto ajeno) con cierto tono épico, que en este caso se representa a modo de teatrillo –NOTA: Yo diría que es un híbrido entre el entremés (tono humorístico y breve) y la pantomima (más gestos que palabras)-. En este caso el autor elige la brocha y el medio colorista para dar vida a una historia donde aparecen alusiones a la pintura medieval (volutas) y los latinajos, y que empieza a desbordar su universo personal en el género del álbum.



Mientras tanto, Sáez Castán también ilustra obras narrativas de otros autores como Libros como cuentos, de Hoffmann (Anaya, 2000), Cuentos para niños, de Isaac Bashevis Singer (Anaya, 2004), La pequeña cerillera y otros cuentos (Editorial Anaya, 2004) y El valiente soldado de plomo (Editorial Anaya, 2004), y se prepara para ir proyectando lo que es su corpus de obras más trascendentes.


Empieza con el Animalario Universal del Profesor Revillod, una de sus obras cumbre que realiza junto a Miguel Murugarren (Fondo de Cultura Económica, 2004), y que se considera uno de los mejor valorados dentro del álbum actual. En él utiliza el recurso de los libros de solapas (libros móviles) para internalizar un juego de creación de imágenes en el objeto libro. Este catálogo de seres fabulosos (un total de 4096) que un profesor un tanto chiflado y al parecer auténtico (esto de hacer verosímil lo inverosímil, me encanta) ha ido avistando en sus viajes por medio mundo, es una maravilla. Realizado enteramente a plumilla, encanta a pequeños y mayores, algo por lo que merece un puesto de honor en las bibliotecas y librerías como “Joya bibliográfica de la zootecnia moderna”.



A este título le seguirá su secuela, El animalario vertical (mismos autores y misma editorial), trece años más tarde (2017). En este caso, los autores intentan poner a los animales de pié en un contexto que recuerda a un circo retransmitido por la televisión en blanco y negro de los años 40-50 (otra vez las referencias al siglo XX), un motivo por el que Sáez Castán se decanta por el lápiz para elaborar las ilustraciones.



Y para terminar esta trilogía de libros con solapas, tenemos que detenernos en su Soñario o diccionario de sueños del Doctor Maravillas (Editorial Océano Travesía, 2008), un libro que con el mismo recurso de los dos títulos anteriores (en este caso sólo dos pestañas) busca que el lector-espectador deje volar su imaginación, que se escape a un espacio colorista e (im)posible en el que pasar de la mejor forma el aburrimiento.




Sin duda esta es la etapa más fértil de este autor en el que además de dar vida a títulos como Dos bobas mariposas (Serres, 2007) y Libro Caracol (Fondo de Cultura Económica, 2007) Sáez Castán publica otro de sus libros singulares, La merienda del señor verde (Ekaré, 2007) con el que se ganará el favor de crítica y público. Una historia sobre colores que da una vuelta de tuerca a esta constante argumental de los libros para niños (la teoría del color como generatriz de mundos diversos y enriquecidos), y que por un lado, una pizca de misterio, y por otro, todo un tributo al estilo de René Magritte.


Después de esto, Sáez Castán retoma el lenguaje escénico (cine o teatro) que utilizó con Picopelosplumas y Los tres erizos, en los tres volúmenes de su serie El pequeño rey, a saber, El pequeño rey, general de infantería (Ekaré, 2009), El pequeño rey, director de orquesta (Ekaré, 2010) y El pequeño rey, maestro repostero (Ekaré, 2013), tres libritos de pequeño formato con un protagonista en común, una estructura que recuerda al primer cine mudo, y mucho humor que, como siempre, es bastante absurdo pero igualmente entrañable. Sí me atrevería a decir esta vez que estos libros tienen un carácter eminentemente infantil (¿o no…?).



De esta manera, Sáez Castán se interna en la segunda década del siglo XXI y publica libros como Limoncito, un cuento de navidad (Océano Travesía, 2010), una oda a los juguetes desterrados en la que hace un guiño a la mítica película King Kong y un tributo a un personaje de los años 60, El conejo más rápido del mundo (Océano Travesía, 2010), La venganza de Edison (2010), una obra de narrativa donde Sáez Castán habla de los inventos, de su principio y fin, o simplemente de lo disparatado de la vida, o Nada pura 100% (Anaya, 2011). 



Llega así hasta El armario chino (Ekaré, 2016) un libro especial en el que vuelve a jugar con el espectador (sí, sí, porque ya no sabemos quién juega con quién) utilizando el libro en el libro (¿o debería decir el armario chino en el armario chino…?) y creando una historia circular en la que dos mundos, uno rojo y otro azul, se complementan a modo de bucle intemporal a través de un elemento oriental (esto siempre da un toque misterioso). Un detalle: no se pierdan el papel pintado de las paredes.


Si bien es cierto que todos estos libros cuentan con Javier Sáez Castán como autor principal, este hombre también ha preferido dejarse los pinceles a un lado y dedicarse a la escritura, como bien podemos observar en obras como Dorothy déjale entrar, un álbum ilustrado por Pablo Auladell (A buen paso, 2017) y la recientemente publicada MVSEVM, un álbum ilustrado por Manuel Marsol (Fulgencio Pimentel, 2019). El primero es un libro-álbum con muchas perspectiva, sobre todo por las referencias literarias que contiene y la fuerza de una historia potente y extraña. 


El segundo es un libro poderoso en el que las imágenes tienen un poderío desmedido (aparte de ser un libro sin texto, tiene muchos que contar), tanto es así que parece que Marsol y él fueran uno, ya que se complementan al milímetro en una historia. De este modo dan lugar a una historia inquietante (muchas referencias al cine de terror) de coincidencias y universos paralelos (sobre todo los pictóricos que cobran vida), donde el tributo a la obra de Hooper y las selvas de Rousseau está muy patente.



Y para finalizar por este paseo sobre la obra de este genio del álbum español debemos apuntar hacia Extraños (Sexto Piso, 2014) la única incursión en la novela gráfica de Saez Castán que rinde tributo a los viejos cómics, a la Hammer y a las películas de serie B de los 50 y los 60, y, en especial, a la figura de Vincent Price.


Hasta aquí, las consideraciones bibliográficas. Ahora toca ahondar más en las artísticas… Aunque sus técnicas son bastante variopintas, destacan sobre todo el lápiz, la tinta (plumilla o estilográfica) y el óleo sobre tabla o, en algunas ocasiones, sobre planchas de aluminio. Este hombre domina el dibujo clásico a la perfección y se decanta por el estilo figurativo, mayormente surrealista con influencias que van desde los barrocos hasta los vanguardistas, y sobre todo, por el lenguaje posmoderno donde el cine y la televisión tienen cierto peso. Sus composiciones son estudiadas y volumétricas con predominio de la escena y el espacio circundante. Así mismo, destacan elementos lingüísticos muy variopintos (inscripciones en latín, alemán o inglés) o las referencias a la iconografía publicitaria (¿Se han fijado alguna vez en la etiqueta de la lata que aparece en El Pequeño Rey maestro repostero?).



Y para terminar, algunos puntos de vista de sí mismo y de los enteraos que, como yo, hablan maravillas de él… Sáez Castán ha admitido en alguna ocasión que él prefiere alejarse de esos universos fantásticos que priman en la Literatura Infantil para crear un universo propio basado en sus propias experiencias, como él dice que la ficción nos ayude a reinventar la realidad. De ahí que casi todas sus historias surjan de lo mundano y cotidiano, de la misma observación del mundo que nos rodea. Me encanta como transforma las miserias humanas en escenas de gran plasticidad a caballo entre lo mágico y lo deleznable.


Sobre el género del álbum Sáez Castán, comenta que se interesa mucho por la relación entre texto e imagen, y apunta que por su formación en el campo de las artes visuales, presta mucha más atención a todo lo que rodea el arte secuencial que constituye un libro-álbum como generatriz de un discurso en el lector-espectador.
Aunque muchos especialistas, incluso él mismo, han definido muchas de sus obras como álbum para el público adulto, la verdad es que el lector infantil se identifica mucho con su lenguaje, bien por descubrir en él un universo onírico diferente, bien por encontrarse a gusto entre la multitud de referencias de todo tipo.


Por todo esto y mucho más, no nos debe extrañar que haya recibido numerosos premios de ilustración, como la Mención de Honor del Premio Iberoamericano de Literatura Infantil de la Fundación SM (2008), el Premio Nostra en la FIL de Guadalajara del 2009. A ello hay que añadir el reconocimiento de sus libros por parte del Banco del Libro de Venezuela o la Internationale Jugendbibliothek de Munich (White Ravens), sus nominaciones para el premio Astrid Lindgren en dos ocasiones (2011 y 2012) y el Premio Nacional de Ilustración en 2016 por su creatividad y talento narrativo que implica la dimensión objetual del libro; por su capacidad para construir mundos y contagiarlos; por la calidad de sus obras, muchas de las cuales son grandes clásicos contemporáneos de dimensión internacional y por su generosidad como formador.


 P.S.: Y si pasan por Alicante durante las próximas semanas, no se olviden de visitar la exposición de obras originales de este genio de la ilustración en la librería Pynchon & Co. (Yo que voy este sábado... ¡Lo que daría por una entrevista y dedicatoria de este hombre!)


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