Si les dijese que los tres monos del guasap poco tienen que
ver con lo que hacemos muchos los fines de semana, estaría en lo cierto, pues
estos tres emojis en realidad hacen referencia a unas esculturas de madera
policromada de Hidari Jingorō que están situadas sobre los establos sagrados
del santuario de Toshogu (Nikko, Japón). Sus nombres, Mizaru, Kikazaru e
Iwazaru, significan «no ver, no oír, no decir», una de las máximas morales del
santai, que poco tiene que ver con la de chorradas que les dedicamos a ligues y
amigos por la citada red social.
Y es que los hombres, que a todo le sacamos punta, nos
encanta buscar coincidencias con otros animalitos a los que atribuimos todo
tipo de significados, véanse el gato (mira que me gustan poco estos felinos
humanizados), el pulpo, la tortuga o la mariposa (elijan ustedes el que más les
guste). Si bien es cierto que puede parecernos simplista, también es bastante
sintético, y nos ofrece una visión reduccionista aunque rápida y efectiva.
Pero lo que desconocemos muchos de nosotros es que muchas de
estas asociaciones de ideas poco o nada tienen de verdad. Podemos citar el caso
de la tímida avestruz, un gran ovíparo que poco tiene de asustadizo, pues
cuando se siente amenazado opta por correr (puede hacerlo a más de 60 Km/h),
mimetizarse entre los arbustos o enfrentarse a los depredadores con sus
robustas patas. También el caso de los peces y su memoria, una que se ha
comprobado que no es tan efímera, pues los peces pueden recordar después de
días, semanas y meses, datos útiles para su supervivencia.
Y en este lunes tan zoológico, les traigo un libro de Raúl
Romero y Ramón París titulado Zoo-ilógico
(ediciones Ekaré). Como hay que decir muchas cosas de este álbum, lo mejor es
empezar diciendo que es redondo, y no por la forma, sino por el resto de sus
atributos.
Primero de todo hay que apuntar al tono humorístico que
empapa las páginas de un libro que nos saca una sonrisa desde la portadilla
(fíjense en las miniaturas dialogadas que aparecen al final del libro porque
les pueden abrir todo un universo de posibilidades).
En segundo lugar hay que señalar su aspecto lúdico. Por un
lado se establece un juego de adivinanzas (una doble página interpela al lector
sobre un animal y la siguiente resuelve la incógnita) y por otro bebe de los
juegos de palabras tan típicos de la infancia partiendo de los nombres de los
animales y la imaginación desmedida de los autores (¿Saben qué es una
llibrélula o una llavestruz? No se preocupen que aquí está la respuesta?).
En tercer lugar tenemos el carácter didáctico de este libro ya
que, a pesar de su desenfado, se interna en el mundo del libro informativo,
sobre todo en lo que se refiere a las ilustraciones que acompañan las
preguntas, pues hacen siempre referencias a animales que destacan por esa
determinada cualidad. Esto ayuda a establecer dinámicas y actividades de
investigación sobre diferentes seres vivos.
Por último decir que las coloristas ilustraciones de Ramón
París son un lujo, algo a lo que nos ha acostumbrado con libros como Un perro en casa, Duermevela o La caimana, y ahora también con este, uno en el que resuelve de manera
maravillosa el contraste entre figuras, fondo y composición, un aspecto muy
importante en los libros para primeros lectores.
Sólo me queda decir en este día de San Román, mi onomástica,
¡que disfruten como monos de la semana!
Muchas Felicidades, Román. Gracias por conpartir este original-genia libro.
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