Glorias hay bastantes. Una alumna que tuve el año pasado muy
maja y cachondona, pero más vaga que el suelo…, una perra guapísima que tenía
cierta vecina de la infancia… y la que nos ha traído nieve,
viento y, sobre todo lluvia y frío al levante español.
Ayer jarreó todo el santo día. No les exagero si
hablo de dieciséis horas de agua ininterrumpida. Aunque en algunos lugares de nuestra
geografía caía a mares, aquí llovía bien, sin prisa pero sin pausa, calando
bien el campo, que es lo que hace falta.
Habrán deducido que me encanta la lluvia. En primer lugar
porque me chiflan los paraguas, ese objeto con vida propia, que se abre y se
cierra (hay algo mágico en liberarlo de sus ataduras y pulsar el resorte), con
tantos diseños y colores, que crea un microcosmos particular e intransferible
bajo el que resguardarte. Los hay que prefieren las botas de agua (¡Otro
clásico!) pero yo con mi paraguas soy la mar de feliz.
En segundo lugar tenemos el lado humano… Me gusta ver
llover. Invernales u otoñales (en primavera no tanto y en verano, parece que
nuestra latitud las ningunea). Sí, salgo a la calle y recuerdo a mis padres
callejeando sobre el suelo mojado, pisando el barro, las hojas caídas. El olor
a limpio, la frescura que trae el agua que va fluyendo. Mi hermana y yo
corríamos por el parque, para arriba y para abajo, salvando los charcos.
Le echarán la culpa al cambio climático, dirán que vaya
tiempo de perros, que hay que resguardarse en casa y no salir hasta que escampe
el temporal, pero el caso es que yo tengo buenos recuerdos de estos días de
lluvia. Bajar a tomar una cañeja y terminar montando una buena juerga, pisar un
charco y terminar tomando un chocolate con cierta persona más que interesante,
e incluso alguna que otra excursión universitaria pasada por agua y cientos
carcajadas… “¿Qué te has ido al campo con este tiempo?” Sí, ¿por qué no? Un
buen cortavientos, un paraguas o chubasquero, el almuerzo, y arreando que es
gerundio.
Y hablando de excursiones, hoy les traigo una sin
desperdicio. La que Yael Frankel ha realizado junto a la editorial Tres Tigres
Tristes. Y es que en Excursión, su
protagonista se deja llevar entre las maravillas que va encontrando en mitad de
la naturaleza y su misma imaginación. Acompañado de monos, conejos, pingüinos,
osos, elefantes y un sinfín de animales más, descubre un universo enriquecido
que no deja de desbordarse a cada paso, y siempre ayudado por la lista de “necesidades”
que le ha propinado su madre antes de partir.
Con unas ilustraciones centradas en la línea, donde no se dibujan
las formas clásicas pero que sí invitan a la búsqueda de los volúmenes y el colorido
en el subconsciente del lector, la autora argentina nos lleva de la mano en una
historia donde pone en tela de juicio el paternalismo (¡Qué pesados y
protectores se ponen los padres!) y subraya el carácter subversivo e
independiente de la infancia.
Muchísimas gracias!!!!
ResponderEliminarPor fin alguien que "lee" este cuento como una ironía sobre el paternalismo...
Encantada con tu reseña, gracias de nuevo
Yael
¡No hay de qué, Yael! Me ha encantado. Creo que es un libro con un lenguaje gráfico muy poderoso. Son muchos álbumes leyendo y ya se me escapan poquitas cosas... :)
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