Se ha hablado mucho estos días (y se sigue hablando, que aún
nos queda confinamiento para rato) de muchos temas que atañen a la salud
pública. De medidas preventivas, de la higiene, de cómo evitar el aumento de la
carga viral, de qué podemos hacer y qué no en la cuarentena, y de cómo debemos
comportarnos y afrontar emocionalmente esta crisis sanitaria.
De entre todos estos temas, uno que me llama sobremanera la
atención es el de las pautas comportamentales y psicológicas frente a este
panorama dantesco (N.B.: Siempre había querido utilizar este adjetivo pero
nunca había encontrado una situación apropiada. Es el momento de no caer en la
hipérbole), no sólo por la cantidad de psicólogos y terapeutas que desde las
redes sociales nos están asediando (Para el carro, bonico, que con tanta
celeridad me vas a provocar un síncope antes de tiempo), sino porque la gente
se está poniendo demasiado intensita y necesitamos algo de sentido común en vez
de tanto misticismo.
No voy a negar que el problema del coronavirus sea muy
caleidoscópico, es decir, que tenga tantas caras como seres humanos nos estamos
viendo afectados. Pero precisamente por eso, debemos dejar que las
circunstancias, los desenlaces y, sobre todo, la lógica personal nos vaya diciendo
como debemos comportarnos ante él.
Aunque esto es para echarse a llorar, hay gente que se ha tomado el problema con guasa, ha
enganchado un megáfono y se ha liado a organizar bingos desde las alturas. Otros
han sacado sus instrumentos musicales al balcón. Los hay que les ha dado por el
patriotismo. Los de la otra manzana han decidido pasear a sus perros
descolgándolos en el patio de vecinos (increíble pero cierto). Tengo dos
vecinos que se mandan mensajes de amor por el cristal de la ventana (¡Lo que
dan de sí unos prismáticos estos días!). Más allá se pasan el día discutiendo
(¡Qué voces, oiga!). En fin, cada uno canaliza el problema como mejor sabe…
Incluso los hay que lo han encarado a modo de oportunidad….
Les diré. Hay quienes han optado por denunciar a toda la finca y que viva la
venganza (¿Se acuerdan de las vecinas de Valencia? Pues lo mismo). Algunos hemos tenido la oportunidad de saber a quien le importamos y a quien no (amigos y familia son puro desencanto, aviso). Los
progres han visto la oportunidad de catar las mieles de la sanidad privada, que
eso de la Ruber tiene mucha enjundia. No pueden faltar millonarios que quieran
desgravarse impuestos. A mucha gente le ha dado por flirtear con el repartidor
de pizzas o el de Amazon©. No pueden faltar los ególatras que se han lanzado a los
directos de Instagram para contribuir a la paz mundial, el entretenimiento
infantil, el fitness o las tendencias en mechas y otras chanzas del universo de
la peluquería.
Y así, hablando de problemas y oportunidades he decidido
empezar la segunda semana de aislamiento junto a ¿Qué haces con un problema? y ¿Qué
haces con una oportunidad?, dos libros de Kobi Yamada y Mae Besom, que
junto a ¿Qué haces con una idea?,
terminan una trilogía que ha sido muy aclamada en esto del álbum infantil y
publicada por la editorial BiraBiro en nuestro país.
Aunque me consta que muchos profesionales de las emociones y
la psicología los están usando para sus sesiones de terapia y divanes varios,
hoy rompo una lanza por la carga simbólica de estos libros, sobre todo en lo
que se refiere a lo onírico de sus ilustraciones y que complementan de una
forma muy narrativa cierto cariz didáctico del texto. Bebiendo de las fuentes
del maga y el anime, así como de otras referencias orientales como el origami o
la indumentaria samurái, se nos presenta una historia llena de fantasía en la
que el niño protagonista y sus amigos de batalla –unos animales que acompañan y
aúpan a este héroe-, se enfrentan a una nueva aventura.
Y sin más dilación, me voy a poner con mi oportunidad de
este encierro: dibujar.
Hay qye echarle un poco de realismo al problema. Un saludo
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