Durante las últimas semanas y tras la publicación de ESTE POST
que levantó alguna que otra ampolla, me han venido a la mente muchas cosas... Los comentarios
de la siempre acertada Isabel Benito y sus Lecturas Compartidas, el cierre motu proprio de la cuenta de
Belén Santiago (más de veinticinco mil seguidores y un muy buen criterio que se fueron al traste por aburrimiento), y la decisión que ha llevado a algunos a dejar de leer/contar cuentos desde las redes sociales por lo inoperativo de pedir permisos y lo frustrante de recibir negativas, me ha llevado a pensar en el papel que desempeñamos los mediadores de lectura y el trato que recibimos por parte del resto de
actores de la cadena del libro, más todavía cuando se acerca un Día del Libro
atípico en el que tendremos mucho que decir.
Todavía no sé muy bien cuánto habrá que agradecerle al
coronavirus, pero si algo me ha quedado claro tras las horas que he invertido
en las redes sociales es que los mediadores de lectura somos muy necesarios. Ahora
bien, hay que plantearse una cuestión: “¿Quiénes nos necesitan?” En primer lugar nos necesita
el libro, pues la literatura, sea del origen que sea , siempre necesita una buena carta
de presentación, buenas razones por las que subsistir entre los hombres. En segundo
lugar nos necesita el público, los lectores reales y potenciales que nos utilizan a modo de brújula, de linterna en mitad de ese bosque. Para elegir, para entender, para interpretar, para contar con opiniones diferentes y para comprender las relaciones complejas que subyacen a la vida y la lectura. Y en tercer lugar la
industria, un tejido muy articulado que necesita continuar su labor para
generar ganancias y riqueza monetaria y, a veces, hasta intelectual.
Si bien es cierto que, tanto mediadores de lectura, como lectores tenemos este papel bastante claro (el libro siempre habla y otorga), no creo que suceda lo mismo por
parte de la industria del libro. Una idea que entresaco de la falta de reconocimiento, las
trabas y diatribas que nos presentan a diario, y el escasísimo feed-back que exhibe. Y ahora dirán “Pero Román, que yo mando ejemplares a casi todos
los mediadores…” Y yo respondo “¡Estaría bonico que no los mandaras! ¡Qué menos!
Teniendo en cuenta que, aparte de potenciar la lectura, ofrecen visibilidad a
uno de tus productos..., ¡sería muy poco gentil!”
No obstante, aparte de ejemplares y
cortesías que cada uno ofrece a quien le da la gana, está el reconocimiento de
un trabajo no tipificado (como el de ama de casa, el mejor de los símiles) que conlleva mucho tiempo y esfuerzo (a ver si se creen que tengo un negro escribiendo estas parrafadas). Y cuando, por ejemplo, un servidor habla de un libro como
si fuera suyo y observa que quien lo ha escrito, ilustrado o editado opta por el
silencio y/o no comparte el amor por ese
título (y no digo la opinión, porque puede haber disparidades), envía un mensaje muy poco acertado sobre su propia obra, tanto al mediador, como al público.
Pueden discrepar en las selecciones y formas de presentar los libros –eso sería
otra historia que daría para un extenso post como bien dice Susana Encinas-
pero hay que agradecer que un desconocido se fije en tus libros y además lo
diga públicamente de una forma o de otra. Qué mínimo que sentirte agradecido…
Pues no. A algunos, les cuesta horrores.
En otro apartado entra la remuneración económica. Conozco
muy pocos mediadores de lectura que vivan exclusivamente de esta tarea no tipificada, repito. En
primer lugar porque está infravalorada (como aquí todo quisqui sabe hablar de
libros, contarlos o desarrollar actividades sobre ellos... ¡Da igual! ¡Ya saldrá otro! Se ve que “A rey muerto,
rey puesto”) y en segundo lugar porque muchos agentes de la cadena del libro no
contribuyen a este reconocimiento (Se lo digo yo, que llevo años en esto). Quizá
deberíamos plantearnos el poner precio a nuestro trabajo, aunque sea de manera
simbólica, y revalorizar así una labor que no todo el mundo hace adecuadamente.
Además y respecto al punto anterior, es curioso cómo, en
algunas ocasiones, esos otros eslabones de la cadena del libro se creen con el derecho a exigir y pedir explicaciones sobre nuestras apreciaciones, e incluso
solicitar cambios y rectificaciones de las mismas. No facilitan la tarea o la impiden (véase la campaña #déjanosvivirdelcuento, autores de renombre internacional que andan sobre las aguas, o los grandísimos grupos editoriales). Esto me suena a caciquismo y a una sesgada complacencia, situaciones
que, alejándose de la libertad de expresión y el fomento de la lectura no
reglada, llevan a pensar en la explotación, pues hasta donde yo sé, muchos no
ganamos ni un duro de manera directa por las opiniones vertidas en blogs y
redes sociales. Se puede colaborar y sugerir, pero nunca imponer.
Por último hablar de un punto que se nos olvida: el
altruismo. La figura del mediador de lectura se ha adscrito tradicionalmente a
tres tipos de perfiles (puede haber otros, evidentemente) que son libreros,
bibliotecarios y docentes, un tipo de perfil que todavía hoy y a pesar de la
gran diversificación que han traído las redes sociales, siguen vigentes, pero
no todos siguen en mismo modus operandi, Mientras que bibliotecarios y docentes exhiben un perfil más desinteresado y divulgador, sobre los libreros pesa cierto fundamento económico. Con ello no quiero decir que no existan libreros apasionados
comprometidos con lecturas y lectores, pero sí que lectura y lectores forman
parte de un modo de vida que inevitablemente repercute sobre la labor de mediación y la independencia. Algo que también sucede con editores y autores que hacen las veces de mediadores.
Como colofón final decirles que sí, que somos una voz imprescindible, algo por lo que hoy, en vísperas de la
celebración lectora por antonomasia, he decido alzar la mía que, además de necesaria como me apuntaría Diana Sanchís en una ocasión, quizá también sea más visible que la de otros buenos mediadores de lectura como los que, por ejemplo, he mencionado en esta pequeña
defensa, y dar este necesario punto de vista a un sector que necesita reconsiderar
la figura del mediador.
Les dejo así imaginando un escenario más distópico todavía del
que vivimos. Uno en el que los mediadores de lectura se declararían en huelga dejando de lado a los libros. Imaginen por ahora, siempre hay tiempo para la
realidad.
Román, ¿te quieres casar conmigo?
ResponderEliminarGracias por dar voz en esta publicación a las ideas que muchos compartimos contigo.
A sus pies...no se puede expresar mejor. Aquí una humilde consumidora de cuentos y cuentistas que se ha quedado sin poder disfrutar por las noches del buen hacer de De letras ilustradas y otros grandes mediadores. Mas valdría luchar contra los aberrantes pdfs que estos días inundan nuestros correos y whatss. Esos sí que hieren de muerte...
ResponderEliminarAcertadísima reflexión.
ResponderEliminarAplaudo tu reflexión yo como maestra me dedico a comprar cuentos con mi dinero para reseñarlos después en mi cuenta de manera desinteresada, hay que luchar pienso más con esos PDF que son la muerte agónica de nuestros queridos libros y cuentos que contra nosotros sino fuera por much@s de nosotr@s habria muchos de esos libros que no conocería.
ResponderEliminarSuscribo tus fundadas quejas, Román. Imagina el reseco que llevamos los que dependemos únicamente de la divulgación LIJ, el cultivo del criterio y la formación de mediadores. Porque la invisibilidad nace de la ignorancia, en parte, y de otros muchos vicios que se ceban en ella, como la presión mediática. En fin, quizá un colectivo podría remediarlo. Me presto a ello.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Gracias por tu reflexión.
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