Si se creen que esto del teletrabajo es un chollo, están muy
equivocados. Al menos en mi caso, las clases on-line me están dando muchos
quebraderos de cabeza y disgustos varios, sobre todo porque muchos padres se
creen con derecho de ir metiendo el moco donde no les importa -aunque les
incumba-.
Se ve que uno ya no puede hablar de tú a tú con sus alumnos,
tratarlos como personas adultas ni llamarles la atención sobre actitudes
incorrectas con algo de claridad. Sobre todo porque los padres, más que
aburridos, se dedican a meterse en nuestras aulas (que ahora han pasado a ser
virtuales) como el que se pasea por una red social, y se dedican a darnos
clases de cualquier materia que ellos consideren, llámese urbanidad o ciencias
naturales. No sé quién les ha dicho que su condición de padres les capacita
también para dar lecciones magistrales.
Lo más gracioso de todo sucede cuando no pueden contener sus
frustraciones (N.B.1: No olviden que muchos padres otrora fueron alumnos y
todavía tienen cuentas pendientes con el sistema educativo que deben resarcir
con los profesores de sus hijos), suplantan la identidad de sus hijos y se
lanzan a soltar todo tipo de improperios. Una de dos: o ven demasiado Sálvame,
o no se han enterado que están cometiendo una falta tipificada en el código
penal (la de injuriar y calumniar a la autoridad docente, la de suplantar identidades
se la perdono porque me hace incluso gracia).
Y es que algunos progenitores, no teniendo bastante con sus
problemas (¿Acaso no verán lo que se nos avecina?), se cargan con los de sus
hijos, unos que viven en mantillas, a sus once vicios y casi endiosados por esa
máxima de la sobreprotección, la superpaternidad y la culpa (si no han
disfrutado del calor de sus hijos la entenderán). Muchos no se han enterado que
a los hijos hay que despabilarlos, que aprendan a sacarse las castañas del
fuego, a luchas sus propias batallas, porque si no los adultos acaban poniéndose
al nivel de quinceañeros, y la cosa empieza a oler (no es para menos).
Llegamos así a Madre
Medusa, un álbum de Kitty Crowther que necesitaba ser traducido a nuestra
lengua (¡Gracias editorial Ekaré! ¡A ver si os animáis con La Visite de la Petite Mort
y Annie du lac) y que muchos esperábamos
como agua de mayo (nunca mejor dicho). Y sucede que en esta historia que rezuma
ecos de leyenda, que huele a antiguo cuento de hadas, una madre con una
cabellera que tiene vida propia vive por y para su hija. Tanta es la obsesión
de cuidarla, protegerla y educarla ella misma que impide que su hija dé rienda
suelta a sus deseos de socializar con otros niños (N.B. 2: Tengan cuidado en
regalárselo a alguna madre, sobre todo primeriza, o pueden acabar con el libro
incrustado en el cráneo).
Partiendo de un personaje de la mitología griega, Medusa,
una de las tres górgonas, la Crowther, desarrolla una fábula con mucho
intríngulis. Lo primero es que tomando el propio nombre de la protagonista,
pues en griego Μέδουσα significa “protectora” o “guardiana”, y el atributo
más conocido de este monstruo, su cabellera con vida propia, la autora rompe
con el final de la historia tradicional (según la mayoría de las versiones
Medusa,
tras ser violada por Poseidón y condenada a vivir su embarazo en el aislamiento y el oprobio, fue asesinada por Perseo) y deja que Medusa dé a
luz a Anacarada, su hija (un punto de partida muy interesante).
De esta manera Kitty Crowther deja que el lector asimile una
realidad ancestral a un contexto actual (¿Qué madre no se preocupa por sus
vástagos?) y habla con el espectador de muchas sensaciones como la maternidad como vergüenza (no olviden que Madre Medusa es una madre soltera fruto de una violación), los hijos como propiedad privada, las inseguridades de las madres primerizas, la obsesión
por el éxito, su total entrega, la ansiedad y los miedos al nido vacío… Un
sinfín de sentimientos que se van desencadenando al pasar unas páginas donde la
orilla del mar donde la autora pasó gran parte de su niñez se hacen muy
patentes.
En las ilustraciones, además de guiños simpáticos (¿Cómo
leen esta madre y esta hija? ¿De qué está hecha esa cabellera?), surrealistas (las
escenas del caballo o el abecedario son tan hermosas como inverosímiles) y
transgresores (el momento del parto es impactante), contamos con un colorido
donde priman los colores cálidos, así como las formas circulares que nos
arropan y envuelven en una historia universal con un esperado y justo final.
En mi primera visita a la librería será uno de los que me lleve para mi casa!
ResponderEliminarImpresionada!
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