La crisis del coronavirus va a terminar conociéndose como la
del ruido. Y ustedes pensarán “¿Qué dirá este chalao?” Sí, como lo oyen a pesar
del silencio que habita las calles y los jardines, existe demasiado ruido en el
ambiente, un ruido casi silencioso que no nos deja percibir con claridad lo que
de verdad importa, un ruido que distorsiona todas las voces y nos crea un
malestar que ya se palpa en la sociedad.
Empezamos con el ruido de las palmas, uno que al principio
era bastante amable, pero que, con el paso de los días, empezó a tornarse
desagradable, no sólo por aquellos que acompañaban el batir de las palmas con todo tipo de éxitos de pop caduco y demás propagandas, sino porque encontrarle
el sentido a dicha manifestación costaba bastante.
Seguimos con el ruido de las redes sociales, unas que
parecen ser un campo de batalla en el que la mera excusa de librar tensiones es
suficiente justificación para blandir cualquier arma arrojadiza con la que
noquear al vecino. La máxima de un tiempo en el que no se mira por el bien
común, sino por cada una de las particulares sectas mendicantes que configuran el
asqueroso ecosistema de favores de este país de pandereta.
También tenemos el ruido del gobierno, uno donde
mentiras y verdades no se disciernen y que, además de sembrar con incertidumbre
nuestro presente y futuro, no ha servido de mucho para enfrentarnos a un
enemigo minúsculo que ha cercenado muchas vidas y dejando un fantasmagórico
escenario donde el miedo y la indiferencia se resignan a partes iguales.
No hay que olvidarse de las grandes potencias mundiales, de
sus cuitas e intereses, de su egocentrismo manifiesto, de la inutilidad de sus
regazos protectores y de lo inservible de las organizaciones mundiales y los
tratados trasatlánticos. Demasiado ruido en los noticiarios y las rotativas.
Palabrería que se agolpa para elevar el cariz de incredulidad ante la mayor
crisis sanitaria de los últimos cien años.
Con tanto ruido de fondo no he podido evitar traer a este
espacio de monstruos que empieza a llenarse de novedades (parece que las
librerías han empezado a abrir y las editoriales se van animando) Poko y su tambor, un álbum de Matthew
Forsythe publicado en nuestro país por Andana.
Y es que a Poko le han regalado un tambor y lleva de cabeza
a sus padres (¡A quién se le ocurre darle a un niño algo con lo que mantenerse
activo! Lo suyo hubiese sido que lo hubieran enchufado a la tele para
convertirlo en otro zombi… Denoten mi ironía). Todo el santo día está dale que
te pego al tambor. Así que lo mandan a la calle para que se vaya con el ruido a
otro parte. Sin saber muy bien cómo, Poko se topa con un montón de amigos que
se unen al ritmo de su tambor con nuevos instrumentos musicales. Mapaches,
pájaros y zorros provistos de banjos, xilófonos y cornetas forman parte de un melodioso
pasacalles que llega hasta oídos de sus padres.
De esta forma tan simpática y con una línea que en parte
recuerda a las ilustraciones de otros artistas como Jon Klassen, este libro, además
de ser una lección para padres e hijos, se torna en una suerte de libro-musical
que resuena a través de sus colores vibrantes (me encantan esas tintas medias tan a lo Arnold Lobel y
ese uso geométrico del color) y su música silenciosa.
Sólo esperemos que todo ese ruido que llevamos más de dos
meses escuchando se transforme, como en esta estupenda fábula, en todo lo
positivo que algunos anhelamos, no sólo por el bien común, que es nuestro
leitmotiv, sino porque andamos más que hartos de mucho ruido para tan pocas nueces.
Coincido completamente con su comentario. Sobre el ruido.
ResponderEliminarHermosas ilustraciones.
Saludos desde Venezuela!