Como ya sabrán, desde hace un tiempo me he sacado de la
manga Café con monstruos, una nueva
sección de directos que realizo los sábados desde la cuenta que los monstruos tenemos en Instagram y a la que invito a otros amantes de los libros infantiles
para charlar sobre cosas que nos interesan.
El primero de estos encuentros lo realicé el sábado pasado
con Amparo Cuenca, bibliotecaria y mediadora, para hablar de Libros de
valores, ¿sí o no?, un pequeño debate a tenor de estos álbumes que se pusieron muy de moda en nuestro país durante las
décadas de los 80 y 90.
A modo de conclusión extraigo estas preguntas que me
surgieron antes, durante y después de la conversación, no sólo para que me
acompañen en la búsqueda de respuestas (no he podido concluir con muchas de ellas), sino para que vayan añadiendo las suyas
propias y enriquecer así un foro que nunca queda exento de polémica.
Por último animarles a que disfruten de ESTE VÍDEO que, a
pesar de las inclemencias técnicas y que probablemente repetiremos en nuevas
entregas de la sección, tiene su aquel por las opiniones que tanto los protagonistas,
como los invitados (atentos a los comentarios del público), vertieron en ese
rato.
La primera de las preguntas es ¿Qué valores tienen los libros de valores? Aunque estamos muy
acostumbrados a este sobrenombre para calificar a este tipo de libros no nos
solemos preguntar ¿Qué es un valor?
Si nos referimos a “valor” como cualidad, podríamos decir que cualquier libro
tiene características que los humanos les atribuimos, como su tamaño, su peso,
sus ilustraciones o el tipo de escritura. Sin embargo en este contexto parece
que se refiere a su alcance o significación, como si estos libros fueran la
quintaesencia moral y/o humanística que “tenemos” que ensalzar.
Después de esto habría que plantearse si estos libros
amplían miras (lo que muchos nos venden) o son meras cortapisas de las siempre
maleables mentes infantiles (apuntan otros sobre esta instrumentalización). Si
estos libros pretenden construir ciudadanos
libres y formados sin seguir ninguna línea preestablecida, o si por el
contrario los encorsetan y dirigen más de la cuenta. He aquí un nuevo dilema: ¿Tienen segundas intenciones los libros de
valores?
Por lo general, cuando empezamos a indagar en los libros de
valores, nos centramos en aquellos que se relacionan con los ismos. Feminismo,
racismo, ecologismo, clasismo, globalismo…, una serie de tematicas doctrinales
de diferente corte con un denominador generalmente ideológico. Es por ello que
cabe hacerse otra pregunta: ¿Son los
libros de valores un artefacto político? Mientras unos dicen que no, otros
pensamos que sí, sobre todo teniendo en cuenta que gran parte de la literatura
infantil suele ser tendenciosa. Para que lo piensen les dejo con esta entrada.
También, y como apuntaban asistentes a nuestra charla, hay
que considerar si ¿Son los álbumes de
valores modas pasajeras? Si tenemos en cuenta el carácter cíclico de la
moda, la respuesta es afirmativa. Lo complicado vendría cuando tuviéramos que
decidir si esa moda se ampara en tendencias de corte didáctico-pedagógico, como
el constructivismo, las escuelas alternativas o la inteligencia emocional, o si
por el contrario se relaciona con el universo ideológico. Para que se decidan
les apunto el tan estudiado hecho de que muchos álbumes de valores sobre racismo
siempre salen a la luz cuando en Estados Unidos hay un gobierno republicano.
¿Propaganda electoral? ¿Acción-reacción? Decidan ustedes.
En el contexto anterior, no sé quién dijo que, en muchas
ocasiones, los álbumes de valores exhibían problemáticas sociales de gran
calado, que mostraban al lector realidades incómodas. Gracias a esto me surgió la
pregunta ¿Es lo mismo un libro de
valores que un libro de denuncia social? Bajo mi punto de vista hay muchos
libros de denuncia social que generan preguntas e invitan a que el lector construya sus propias respuestas. Libros como De
noche en la calle de Angela Lago, La
historia de Erika de Innocenti o La
isla de Armin Greder exponen hechos y ofrecen un espacio abierto en
el que se interpela al lector y propicia un debate en pro de un discurso personal. El
problema es que muchos lectores siempre dirijan su discurso hacia los mismos e
interesados derroteros y emerja una nueva pregunta: ¿Consideramos como libros de valores algunos que no lo son? Ese es el problema de la apropiación humanística indebida, la de la víscera.
Esto me llevó a otro interrogante: ¿Un libro de valores siempre produce un discurso dirigido? Es
triste admitirlo, pero suele ser así. Libros que nos hablan de discriminación
positiva hacia las mujeres, donde los negros siempre son las víctimas o en los
que ser homosexual siempre es maravilloso, a mí, personalmente, me aportan
poco. Lo plural no siempre va en una dirección, sino que establece redes
humanas complejas en las que hay que columpiarse, que debemos conocer y, sobre
todo, vivir. Algo que nos lleva a otra nueva mirada, la de ¿Los libros de valores ofrecen una visión simplista y/o reduccionista
de los problemas humanos?
Mientras se la responden, haré hincapié en un
aspecto que surgió en aquella charla (y en otros muchos espacios) que apuntó a la idoneidad y éxito que estos álbumes tenían en otros contextos que no fueran el meramente infantil, como herramienta
generatriz de diálogos en foros de adultos y jóvenes. En primer lugar hay que ser conscientes de que esta es una de las características que se adecuan a la
vis de la literatura cross-over. En segundo lugar hay que considerar que esto puede deberse a que el anciano y el adolescente, más
experimentados y con un bagaje vital mucho mayor, sean capaces de enriquecer las
situaciones, generalmente unidireccionales, que se le ofrecen. Así tenemos dos
nuevas preguntas con bastante chicha: ¿A
quiénes están dirigidos los libros de valores? ¿Pretenden los libros de valores
una desinfantilización de la infancia?
Por otro lado, también cabría plantearse ¿Por qué los álbumes de valores deben ser
inofensivos? No tiene ni pies ni cabeza que la literatura no genere un
conflicto, bien personal, bien social. De hecho es lo que caracteriza a las
manifestaciones artísticas, ser el
germen de un pensamiento humanístico que abogue por el crecimiento intelectual
en base a una experiencia estética donde la violencia, la muerte, la guerra o
el duelo estén presentes como un vehículo de conocimiento más. Una idea que
ejemplifiqué con De cómo Fabián acabó con
la guerra de Vaugelade.
Asimismo podríamos plantearnos ¿Son paraliterarios estos álbumes de valores? Una cuasi-penúltima
pregunta que surge a tenor de la clara orientación comercial que la industria
editorial confiere a unos productos en los que buenismo, ilustraciones edulcoradas
y otros recursos de lo inerte, se dirigen a engordar las ventas gracias a los
docentes comprometidos, los aspirantes a progres y otros salvadores de la
humanidad.
Quizá plantearse todas estas preguntas les haya llevado a
convertirse en detractores de los álbumes de valores, pero lo cierto es que,
volviendo a la primera pregunta, los álbumes de valores también valen por otras
características que no tienen nada que ver con el discurso moralista, sino que
tienen más que ver con la estética, la propuesta gráfica, el discurso
humorístico, el estilo o el formato, valores que hacen de libros como El libro de los cerdos de Browne, Flicts de Ziraldo o Pequeño azul y pequeño amarillo de Leo Lionni, libros extraordinarios
que me invitan a hacerme dos últimas preguntas ¿Se valoran adecuadamente a los libros de valores? ¿Hay álbumes de valores buenos y álbumes de valores malos?
Otro que me ha encantado.
ResponderEliminarGracias