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martes, 28 de julio de 2020

Necesaria humildad



Por mucho que los profesores de ciencias intentemos desterrar esa idea errónea del ser humano omnipotente que corona la cima de la evolución, siempre hay algún listo en las redes sociales, ciertos gurús mediáticos o montones de políticos hambrientos que deciden retomar la Scala Naturae aristotélica en sus sermones dominicales y jodernos vivos a base de sobredosis de prepotencia.


Por si no lo sabían somos un atajo de inadaptados. No sólo lo digo yo -ojito-, sino muchos otros. “Román, no te andes con sandeces. Tenemos cualidades que ningún otro ser vivo tiene y que nos permiten realizar actividades como andar erguidos, utilizar herramientas o desarrollar nuevas tecnologías. Hablamos, aprendemos y memorizamos”. Sí, mi rey, estás en lo cierto, pero eso no quiere decir que seamos los más adaptados, el summum evolutivo... Que hemos tenido un éxito adaptativo, es cierto, pero que ese triunfo selectivo también pasa por muchas trabas y lastres, también lo es.


A ver, nene, cavila un poquito… Ser bípedos está muy bien pero también castiga nuestras lumbares. Tener un cerebro grande está fenomenal, sobre todo para un hombre, porque las mujeres no piensan lo mismo cuando tienen que dar a luz. ¿Has visto a un cordero recién nacido? Pues convendrás en que tampoco podemos sobrevivir sin atenciones en la primera infancia. Y para no darte más la murga sólo me queda decirte que la calefacción o los automóviles, a pesar de ser un gran invento, da buena cuenta de que adaptamos el medio a nosotros (con sus consecuencias añadidas), y no al revés.


Resumiendo, y echando mano del virus del año, no somos más que otra especie insignificante en manos de una naturaleza caótica, generosa y violenta. Y si no me creen, echen mano del último libro de Oliver Jeffers, porque El destino de Fausto, una fábula dibujada por él y editada por Andana en nuestro país, da buena cuenta de la estulticia y egocentrismo humanos.
Este álbum con formato de libro clásico narra la historia de Fausto, un hombre que cree poseerlo todo y que se dispone a inspeccionar y constatar de primera mano todo lo que es suyo. La flor, la oveja, el árbol, el prado o el lago asienten a las palabras de Fausto, y si no reconocen que le pertenecen, éste entra en cólera hasta que se sale con la suya. Todo cambia cuando le llega el turno al ancho océano. Y no les cuento más porque esta parte tiene su chicha.


Sumerjámonos en los detalles un poco más… Por un lado el nombre del protagonista recuerda al célebre Fausto de Goethe, un hombre insatisfecho que necesita más y más. Por otro, Jeffers parece querer establecer una comparativa entre su Fausto y el comportamiento tiránico de los niños, unos que necesitan ser el centro de las atenciones y utilizan con frecuencia el yo-mi-me-conmigo. Si por último leemos el inspirador texto final de Kurt Vonnegut, nos topamos con esa vuelta de tuerca que enriquece el relato desde lo veraz pero con cierto tono anecdótico y cercano. En definitiva, podemos decir que el discurso es bastante completo y oscila entre la crítica al capitalismo, lo absurdo de la propiedad privada referida a la naturaleza, y el triunfo del conformismo, tres líneas de pensamiento que nos puede recordar a otras obras clásicas como El principito.



Centrándonos en el objeto libro podemos apuntar a unas ilustraciones realizadas con técnica litográfica tradicional y una paleta de color limitada (tierra, azul verdoso, amarillo y un simbólico rosa neón), así como unas  guardas jaspeadas de Jemma Lewis cuyas tonalidades las hacen funcionar a modo de prólogo-epílogo. Además de todo esto, hay que destacar una estructura que combina dobles páginas ilustradas con otras meramente textuales, un recurso que además de invitar a la pausa y el silencio, también indaga en la quietud y la expectación.  
Sintetizando, un libro muy recomendable para cualquier humano con un mínimo de autocrítica, que en este tiempo que corre, es algo más que necesario.
P.S.: Se me olvidaba. Busquen un pequeño detalle en la contraportada. Con Jeffers siempre hay lugar para lo hermoso.


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