Lleno de mascarillas, con flechas por el suelo que regulen el tránsito en los pasillos, tufillo a engrudo gel hidroalcohólico, chapas identificativas que recuerdan a estrellas de seis puntas, ventanas abiertas de par en par (si no es el coronavirus nos liquidará un buen tabardillo), bedeles con el morro torcido (perdón, esto no es novedad), pantallas de metacrilato y un montón de normas absurdas que (auguro) se perpetuarán en el tiempo. Todo esto y mucho más veremos en la escuela del curso 2020-2021 (si es que la cosa no se vuelve a ir de madre y se termina lo que se daba). Pero sin lugar a dudas, lo que más reinará en las aulas durante los próximos nueve meses será el silencio.
Provistos de bozal y con la pertinente distancia de seguridad, los chavales han visto capada su espontaneidad. Se han terminado las ganas de cuchichear. Nada de esas risitas nerviosas que finalmente se tornan carcajadas. Vamos a vivir uno de los cursos escolares más aburridos de la historia educativa de nuestro país. Los alumnos pasarán a los anaqueles como los “COVIDarianos” (denominación tan sugerente, como extraterrestre), esos niños que se enfrentaron al enemigo aislados en su pupitre, sin cachondeo del que echar mano en horas difíciles. Sin fútbol, sin laboratorios, sin riñas, sin viajes y, sobre todo, sin escándalo.
Es curioso como algo que siempre han deseado muchos docentes (¡Silenciooo!), nos vaya a consumir el ánimo. Las clases no son iguales, los recreos, tampoco. Muchas diligencias y protocolos, pero poquita alegría. Que no es que no esté (ya saben que con niños y adolescentes no puede nadie), sino que no se ve, o peor todavía, tampoco se oye.
Esto me lleva a pensar en las paradojas del silencio, uno que a menudo es sinónimo de cautela, paz y serenidad, pero a la vez también evoca otras sensaciones…
Si bien es cierto que el silencio puede ser bello y saludable en una sociedad donde lo que más predomina es el ruido (¡Anda que no ha traído el bicho este...!), experimentarlo muy a menudo también puede generar una herida indeleble (Ya lo decía Shakespeare: “Dad palabra al dolor: el dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe.”)
El silencio puede ser doloroso y a la vez inquietante, aterrador. El silencio es ausencia y también indiferencia. El silencio es defensa y escudo, lanza y afrenta. El silencio son muchas cosas en una. Unas veces nos llenamos de silencio y otras nos vaciamos con él. En partituras, despedidas y miradas. El silencio es ese espacio en blanco que también nos habla.
Y así llego a Lo difícil, un libro de Guridi y la editorial Tres Tigres Tristes en el que, a pesar del silencio, habita una voz tan necesaria, como imperceptible, algo de lo que beben las historias mínimas que nos rodean y que Raúl Nieto sabe hacernos llegar en sus álbumes de alta sensibilidad y gran poderío gráfico.
Da en el clavo con el tono, con el color, con la perspectiva y con el simbolismo. Con muchas cosas que nos presentan la historia de alguien que vive sus miedos y anhelos sin despegar el pico pero buscando estrategias que le hagan más llevadero el día a día. Un libro que no se pueden perder y en el que seguro encuentran el reflejo cercano de quien no sabe convivir con ese ruido tan molesto que a otros nos resulta una bendición. Pero esa, amigos, es otra paradoja en busca de autor...
Me encanta
ResponderEliminarMe encanta lo que has escrito y la budna pinta que tiene el libro. Y empieza por el mágico "Lo ..."
ResponderEliminars e n s i b i l i d a d.
ResponderEliminarvaya placer leerte con "lo difícil".
Ooooooh, precioso álbum! Vente a mi clase un día y oirás todo menos silencio.
ResponderEliminarPrecioso post.
Es lo que tiene Guridi..precioso álbum! Un placer leerte!
ResponderEliminarEs lo que tiene Guridi..precioso álbum! Un placer leerte!
ResponderEliminarEs lo que tiene Guridi..precioso álbum! Un placer leerte!
ResponderEliminarQué ganas de tener ese libro en mis manos pues comparto y sufro todo lo que tan bien expresas. Gracias por la información , monstruo.
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