Para Inma, que está con ansia viva por enganchar un avión.
El otro día hablaba con unos amigos sobre lo que los alemanes llaman Wanderlust, un palabro que, como su etimología indica (“wandern” es caminar y “lust”, pasión), se utiliza para hacer alusión a esa irrefrenable pasión por viajar que parece haberse convertido en una de las necesidades de nuestro tiempo.
Aunque muchos lo relacionan con los millenial y otros modernos, este término se puede hacer extensivo a todos aquellos que consideran los viajes, sobre todo los de largas distancias, como una forma de felicidad imprescindible.
Según algunos estudios, este ansia viva por coger un avión se debe a condicionantes genéticos, concretamente a los genes situados en el par de cromosomas número 11 que se expresan para los receptores de la dopamina, un neurotransmisor relacionado con los comportamientos adictivos (viajar, viajar y más viajar).
A pesar de estas evidencias científicas, un servidor prefiere inclinarse por causas más estructurales: los vuelos de bajo coste, las plataformas de reserva hotelera y las guías de viaje on-line. Sí, señores, una serie de facilidades que en pleno siglo XXI nos han hecho cambiar Torrevieja por Bali y el Seat 127 por el Boeing 747.
Hasta ahí todo bien. Lo peliagudo viene cuando añadimos en el pack buenas dosis de tontería, postureo, exhibicionismo y misticismo que, articuladas con las redes sociales y otros mecanismos para la adquisición de estatus y diferenciación social, sólo buscan una reformulación del llamado turisteo, un concepto que para muchos resultaba bastante hortera; pues si bien es cierto que unos pocos viven experiencias vitales trascendentales y cargadas de significado, la mayoría nos limitamos a visitar lugares de interés, hacer el mono y echarnos fotos.
Resumiendo, el viaje interior, el poético, no es consecuencia del viaje exterior o físico, sino que más bien configuran una dicotomía incluyente o excluyente dependiendo de las circunstancias que lo rodeen. No todos los periplos u odiseas se construyen sobre lo lírico, sino más bien de lo contrario. Eso sí, que cada uno lo venda como quiera, que para gustos, los relatos.
Y hablando de relatos, hoy les traigo uno que viene al pelo, pues Travesía, el debut de Peter Van Den Ende en esto del álbum y editado por Libros del Zorro Rojo, nos acerca a esa literatura de viajes por la que tanto han hecho personajes como Ulises, Frodo Bolsón, Don Quijote u Horacio Oliveira.
En este recorrido fantástico a través de los mares que surcan el globo terráqueo (fíjense en el mapamundi de unas guardas que también forman parte de la narración) en clave silenciosa (se desarrolla sólo con imágenes), un barco de papel circula entre auroras boreales, arrecifes de coral y personajes oníricos que bien pueden poblar tanto las novelas de Verne, como la ciencia-ficción más extraterrestre.
Con un estilo que se impregna de otros autores como Shaun Tan o Einar Turkowski, las ilustraciones de este biólogo belga sugieren un universo marítimo y nocturno (de ahí la elección del blanco y negro) en el que dejarse llevar por los avatares vitales sin más timón que el propio disfrute y su poder transformador.
Viajar, viajar,...
ResponderEliminarMi medio de transporte favorito es el tren. Y las estaciones el lugar donde se ven los culebrones de la vida. Muy curioso el libro. Creía que era de Einar parece más onírico.
ResponderEliminarCreo que tengo ese síndrome pues ando loca por volar. Buscaré este libro para devorarlo
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