Últimamente me cuesta hablar del mundo que me rodea. Es un verdadero hartazgo estar siempre con lo mismo… El dichoso virus y sus cuitas, la ley Celaá y su propaganda, Biden vs. Trump, el pelele de Goya, el rey en Bolivia, el aumento del desempleo… Uno acaba aburrido de darle bombo a toda una serie de elementos distractores cuando lo cierto es que nadie nos habla de lo que verdad importa: el nuevo orden.
No se equivoquen. Si ustedes se piensan que esto va de rojos y azules, de altos y bajos, de feos y guapos, es que están totalmente obnubilados. ¡Que los tiros no van por ahí, melones! Lo que está en juego es nuestro modo de vida tal y como lo conocemos hoy, uno que se resume en disponer del espacio y el tiempo como mejor nos plazca hasta que sobrevenga lo inevitable.
Auguro que dentro de poco se estarán echando las manos a la cabeza, y no porque no puedan hablar catalán en sus escuelas, que lo harán como lo han hecho todos estos años (si yo fuera ministro lo divertido sería prohibir el castellano…). Tampoco tendrá que ver con el coronavirus, pues gracias a las vacunas (y un buen golpe de talonario del estado) sobrevivirán a sus efectos.
Seguramente lo que venga esté relacionado con otras miserias, pues el ser humano, imaginativo donde los haya, se las compondrá para idear un nuevo ecosistema mundial con el que empercudir la libertad. Amigos, todo cambiará. Ya lo está haciendo, y aunque ustedes no lo crean, siempre hay lugar para más. No es que desee el mal a nadie, pero llevo un tiempo desgranando extraños comportamientos y nuevas realidades que me asustan bastante.
Si no le temen a la esclavitud, sigan hacia delante. Yo me bajo aquí. Pensaré cuál es la mejor estrategia para sobrevivir, para no dejarme arrastrar por tanta mierda, que me resbale y salir a flotando para no pisarla a pesar del embate. Sí, hoy me he puesto épico gracias a la mirada de Koichiro Kashima en La historia del arca de Noé tal como me la han contado a mí editada por A buen paso.
No es para menos, pues en esta reinterpretación del archiconocido pasaje bíblico, el autor nipón se vuelve a sumergir en su particular universo, uno que puede hacerse extensivo al día a día de cualquier niño (N.B.: Hoy ha tocado la hora del baño, pero podría haber sido la de fregar los platos), para traernos una parábola llena de ¿simbolismo?
El caso es que uno no sabe por dónde pillar una historia a caballo entre la realidad y la ficción, entre lo onírico y lo consciente. Y digo esto porque lo cierto es que ya me gustaría a mí que mi bañera se llenase de personas diminutas, de animales imposibles y un barco con forma de inodoro en el que un hombre biempensante salva un hábitat fantástico (y de paso lo deja como una patena... ¡Con lo que odio limpiar la bañera!).
Lluvia, olas, e incluso un monstruo marino que utiliza escafandra dan buena cuenta de que nada iguala la inventiva infantil para hacer frente desde lo lúdico, a esa dualidad sucio-limpio (tan temida y odiada por muchos críos) que subyace como último motor narrativo en este libro.
Sin más, me voy a la ducha para buscar mi propia catarsis creativa con la que resistir al nuevo mundo.
Cuánta razón tienes... entre virus, y demás historias, nos van colando con total normalidad muchas cosas que hace nada veíamos impensanbles, o más propias de otros regimenes políticos. Un abrazo!
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