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sábado, 2 de enero de 2021

Crónica de una nochevieja sin fuste


Bendita nochevieja esta. La de los allegados y los pequeños núcleos familiares (Gracias, querido virus, por aclararnos quiénes importan). La nochevieja de las amas de casa (por una vez no han llegado a las uvas fregando como negras). Y también la de Ana Obregón, que a pesar de un vestido horrendo y un discurso patético, triunfó en cuestión de telespectadores por el “mero hecho” de haber perdido un hijo. Y si de paso la televisión pública podía aprovechar la coyuntura y el sentimentalismo barato para su propaganda más asquerosa, mejor que mejor (Y dejemos de lado a la pobre Pedroche, que luego me la critican y no me quiero enzarzar en otro debate sobre feminismo). 


Tras escuchar las campanadas con mi bióloga favorita y sin poder vislumbrar tan siquiera una esquinica de la bandera de España proyectada sobre la fachada de la Real Casa de Correos (cositas y detalles), le di un beso enorme a mis padres (porque puedo) y me fui a felicitarle el 2021 a todo el vecindario, que para eso están las calles y el ebrio entusiasmo (una noche es una noche, que ya nos tratamos con mucho desprecio y desdén el resto del año). 


Una vez en mi hogar, me puse cómodo e hice algo de tiempo, que no pareciese una derrota eso de encamarse pasadas las doce (ya saben: lo llaman optimismo cuando quieren decir puro orgullo coronavírico). Otra copa de vino y a bacinear en el Instagram, que la “felicidad” ajena, además de mesurable e impostada, también aporta claridad. “Stories” por aquí, postureo por allí, alguna lágrima, mucha coreografía y nada nuevo bajo la luna menguante. Se terminó la terapia de choque. 


Me meto en el sobre y me sobreviene la inspiración divina. ¿Y si todo esto fuera un complot para que otros se diviertan mientras nosotros sufrimos el rigor pandémico? Quién sabe… Duendes, hadas, elfos de los bosques. Trolls, goblins o gremlins. Todo es posible durante una noche en la que nadie deambula entre farolas y coches. ¿Se imaginan que mientras nosotros dormíamos, ellos disfrutaban de los festejos invernales? 


Si no se hacen a la idea, aquí estoy yo para ilustrarles con La feria de medianoche, un álbum maravilloso de Gideon Sterer y Mariachiara di Giorgio, editado en nuestro país por Edelvives. Con tan sólo cuatro palabras, las del título, los autores cuentan cómo una feria ambulante llega a la ciudad y se instala en el claro de un bosque cercano. Una vez están todas las atracciones listas empieza a llegar el público. Algodones de azúcar y palomitas, tiovivos y montañas rusas, hacen las delicias de pequeños y grandes. Hasta ahí, todo sucede con normalidad, pero cuando se acerca la hora de cierre y el vigilante echa la llave a la verja, todo cambia. 


Si son lo bastante perspicaces, habrán averiguado qué sucede, y si no, deben acudir a la librería más cercana y hacerse con este libro sin palabras que, con ilustraciones de colores luminosos y planos cinematográficos, una secuenciación muy estudiada y recursos propios del cómic (y que Di Giorgio ya nos presenta en Profesión Cocodrilo, otro trabajo sobresaliente), desborda la imaginación del lector con multitud de detalles. 
Háganme caso: léanlo y fantaseen, que al menos vivamos otras vidas durante este comienzo de año.

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