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jueves, 26 de mayo de 2022

Alumbrando los corazones


“La energía ni se crea ni se destruye sino que únicamente se transforma” ¿Recuerdan ese mantra que se recita en todas las escuelas? Pues bien, empiezo a creer que la ley de la conservación de la energía tiene algún fallo garrafal a tenor de lo que nos está pasando en la actualidad.
Por mucho que algunos se empeñen en echarle la culpa a Putin, los argelinos o los jeques de Qatar, es incomprensible que la gasolina, el gas o la factura de la luz estén por las nubes. Bueno, incomprensible no, es una vergüenza. Por si no fuera bastante el ser completamente dependientes de otros en materia energética, el gobierno permite que las multinacionales (en cuyos consejos de administración siempre hay políticos de uno y otro bando) nos saquen los higadillos.


Los ingleses ya han empezado a construir centrales nucleares para ser mucho más independientes en lo que a energía se refiere, los alemanes van por un camino parecido ¿Y nosotros? ¿Por qué no podemos hacer lo mismo?
Las renovables se han convertido en el negocio del siglo para muchos gobiernos y sus multinacionales de la energía. Si lo piensan bien, como en cualquier otro tipo de mercado, crear un nicho de necesidad es fundamental para explotar un recurso y, en nuestro caso, llevan vendiéndonos años esa teoría de lo verde y limpio unas cuantas décadas.


Conmigo que no cuenten. Sé perfectamente de lo que hablo… Mientras que una planta eólica tiene una vida media de unos 25 años, una central nuclear ronda los 40. También hay que tener en cuenta su rendimiento. Pero el mayor problema de todo este tipo de fuentes de energía es que no pueden explotarse según las necesidades de la red y al final tenemos que echar mano de la electricidad allende nuestras fronteras (Francia, por ejemplo, que tiene centrales nucleares para parar un tren). De esta manera, además de producir desechos radiactivos (¿Qué más da producirlos aquí o allí? ¿Acaso nuestra huella no es la misma?), lo afeamos todo con molinetas y placas solares que solo sirven para untar al típico afiliado con las subvenciones de turno.


Y espérense que llegue el verano, los aparatos a aire acondicionado y los ventiladores a todo trapo. La cosa se va a ir de madre y los apagones serán interminables, una situación muy frecuente que mi, desde hace unos meses, adorada Heena Baek utiliza para lanzarnos otra hermosa historia titulada Helados de luna y que publica Kókinos, su editorial de cabecera en castellano.
Es una noche muy calurosa y todos están encerrados en sus casas bien fresquitos, hasta que una sobrecarga en la red los deja sin suministro eléctrico. Mientras los demás se quejan de tanto sofoco, la vieja portera, protagonista de esta historia, se da cuenta de que la luna ha empezado a derretirse. Sin pensárselo dos veces, acude con un recipiente para recoger esas gotas de luna y hacer con ellas unos helados que regalará a sus vecinos y aliviarán la asfixia nocturna. De repente aparecen ante su puerta un par de conejitos que se han quedado sin hogar. ¿Logrará devolvérselo?


Como ya apunte en este post, lo de esta autora es una delicia, sobre todo porque sabe darle la vuelta a la tortilla como nadie. Partiendo de anécdotas cotidianas, sabe cómo dejar que aflore la magia en un tiempo en el que es tan difícil terminar con esa realidad poco sugerente y descorazonadora que sufrimos.
A golpe de dioramas llenos de detalles, cuidadas fotografías, una caracterización de los personajes sublime (la escena de los vecinos con cara incrédula comiendo sus helados de luna en mitad de la noche es una maravilla) y un guiño a figuras de la tradición oral oriental (los conejos de la luna llevan existiendo siglos), este libro llega para quedarse e iluminar nuestros corazones aunque muchos se empeñen en apagar nuestros hogares.

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