La verdad que suelo utilizar el tren o el avión a la hora de realizar trayectos de larga distancia y dejo la carretera para no suelo sufrir de males en carretera, unos que me exasperan. Esto no quiere decir que de vez en cuando tenga que padecerlos.
Sin ir más lejos, el otro día me vi atrapado en un atasco monumental a la altura de Villena. Es lo que tienen las fiestas de San Juan, que no solo los de levante nos acercamos a disfrutar de mascletás y otros faustos, sino que otros muchos especialistas en esto de la movilidad, se unieron a la fiesta.
Un atasco aparece de sopetón. Te paras casi en seco. Lo más curioso es que cuando empiezas a estirar la cabeza como un avestruz para poder vislumbrar qué problema origina el tapón circulatorio, solo puedes ver centenas de metros ocupados por un sinfín de vehículos motorizados.
Sobre las causas del embotellamiento, nos ponemos con la lluvia de ideas. Accidente es lo que más se escucha (un poco de positividad, por favor). También se habla de controles de drogas, documentación o alcoholismo. Alguno que otro apunta a un animal muerto, un incendio forestal o una avería.
La sorpresa viene cuando te acercas al llamado punto negro y descubres que no pasa nada. Por arte de birlibirloque los vehículos han ido aminorando la marcha. Camiones y turismos no se han puesto de acuerdo y la circulación se ha parado de manera inexplicable.
Y te cabreas porque has perdido media, una o dos horas. Porque cuando te toca uno, lo más probable es que te toque otro. Porque cuando llegues te toca darle de cenar a los nenes, deshacer maletas y poner lavadoras. Te cabreas porque sí.
Esta es la realidad que nos expone Rosa Ureña Plaza en su Un señor atasco, el álbum sin palabras ganador del último Premio de álbum ilustrado Biblioteca insular de Gran Canaria convocado por esta institución junto a la editorial A buen paso, encargada de publicar las obras ganadoras.
El señor atasco madruga mucho, se coloca sobre la cabeza su mejor gorro (¿Se han fijado que objeto es?) y se dirige al pueblecito montañés que hay al lado de su hogar. Una vez allí empieza a engullir coches, camiones y autobuses y se echa a dormir en mitad de la calzada con el estómago lleno de un atasco monumental que se solucionará gracias a su boca abierta y la pericia de unos conductores que finalmente llegarán al destino.
Con mucho humor e ironía, la autora se lanza a la carretera hurgando en todos los pormenores que ya he relatado, utilizando la metáfora y la hipérbole como recursos narrativos de primer orden, así como una estructura de cómic que facilita el ritmo y la intencionalidad.
Calles y viñetas alternan sus dimensiones para ir creando una historia dinámica donde el viaje veraniego es el leitmotiv para crear una historia de ida y vuelta, casi circular. No pueden faltar detalles de todo tipo como la decoración en la casa de este señor, las casas y habitantes del pueblecito de montaña o los personajes que encontramos en los vehículos.
Ideal para regalárselo a todos los que se pasan el día conduciendo o para quitarle hierro a cualquier atasco independientemente de sus dimensiones.
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