Últimamente pienso bastante en qué productos se ofrecen a los jóvenes desde los púlpitos culturales. Y la verdad es que me decepciono bastante. Películas con mucha acción, efectos especiales y, por supuesto, políticamente correctas. Novelitas comerciales llenas de dramas hiperbólicos, argumentos clónicos y estructura fácilmente digerible. En el ámbito musical el jingle ha llegado a lo más alto, nadie afina una nota, compases binarios y tribales y letras cuánto más explícitas y viscerales mejor.
¿Siempre ha sido así? Aunque el consumidor siempre ha sido parecido (un teenager siempre será un teenager) es cierto que hace un par de décadas este tipo de productos no estaban tan desarrollados, sobre todo porque las plataformas digitales no habían entrado en el negocio de la compra-venta y esa espiral del todo vale. Todavía seguía primando el canon y, aunque nada podía compararse con la alta cultura, sí quedaba cierto poso de buen gusto y reverberaban ciertas ideas en la industria cultural.
Hace veinte años podías encontrar chavales escuchando a Linkin Park, Rage Against The Machine o 2Pac, viendo películas como Million Dollar Baby, Lost in Translation o Deseando amar, y leyendo a Haruki Murakami, Stieg Larsson o Stephen King. No quiero decir que estas obras o artistas fueran el sumum, pero sí te podían llevar a tirar de la hebra, a otros autores y enriquecerte de un modo u otro. Ahora, ni siquiera eso.
¿Cuál es el resultado? Adolescentes con una riqueza verbal paupérrima, líneas de pensamiento manidas y vulgares, unas expectativas vitales bastante descorazonadoras y la inteligencia emocional por los suelos. Frágiles, suspicaces, solitarios, tecnócratas y tiranos.
Por todas estas razones me alegra encontrar buenos productos dirigidos a preadolescentes, ya que a partir de ellos se puede ir educando la mirada hacia una dirección deseable. Productos como Solos, una serie de cómic de la que nunca he hablado pero que me fascina por una trama que te atrapa, el ritmo narrativo, unos personajes bien construidos y la multiplicidad de planos discursivos que ofrece.
Aunque ya la mencioné en este monográfico sobre cómic infantil y juvenil, tenía pendiente una reseña de la obra de Fabien Vehlmann y Bruno Gazzotti editada en nuestro país por Dibbuks, y este es el momento de airearla.
Esta serie apareció por entregas en la revista Spirou allá por el año 2005 que hasta la fecha se han reunido en 12 álbumes estructurados en tres ciclos (Nota: en la edición española tenemos disponibles ediciones integrales que incluyen varios álbumes. El primer ciclo incluye los volúmenes 1 y 2, el segundo ciclo el 3 y el 4, y del tercer ciclo solo hay disponible el quinto volumen).
La historia está protagonizada por un grupo de niños que una mañana despiertan y se encuentran solos en una ciudad desierta en la que no hay adultos por ningún lado. Los unos se van topando con los otros y crean una especie de pequeña comunidad que poco a poco y gracias a diferentes sucesos y aventuras empiezan a comprender esa realidad tan extraña. Suspense, tensión, humor, fantasía y montones de vueltas de tuerca crean un argumento de lo más nutritivo en el que cualquier lector se pondrá a bucear, más todavía teniendo en cuenta un elenco de personajes de lo más variado con los que se puede identificar.
Dodji es el líder reflexivo, Leila la temperamental y avispada segunda de abordo, Celia, dulce y romántica, Iván, entrañable antihéroe, Terry el más infantil y payasete de todos, o Saúl, el eterno enemigo. Todos ellos pertenecen a estratos sociales diferentes, tienen edades diferentes, una personalidad muy marcada y el papel de cada uno dentro de la historia es importante. Esto por un lado ofrece un resultado bastante coral y por otro ayuda a construir el reflejo que los lectores ven de sí mismos, no sólo por la identificación estereotipada con alguno en concreto, sino por los destellos discursivos que todos ofrecen a la visión de conjunto.
Todos estos elementos, y como no podía ser de otra manera, ofrecen una lectura muy nutritiva. Por un lado la historia bebe de un punto de partida común en las grandes obras de la Literatura Infantil, el niño se enfrenta al mundo, a su mundo, sin la ayuda ni supervisión de los adultos. Oliver Twist, Momo, Tom Sawyer o Matilda. Todos entienden el universo adulto desde una perspectiva indeseable, pero al mismo tiempo que avanzan en el relato descubren que una compañía necesaria en ese viaje iniciático que es la vida, no solo a la hora de procurarles cobijo o sustento, sino ánimo y conocimientos.
Por otro lado hay que hablar de humanidad, una que se agudiza cuando el peligro acecha en cualquier recoveco, en cualquier instante. Ese extrañamiento que produce la supervivencia y hace aflorar los sentimientos más variados en un mismo instante. Indiferencia, envidia, orgullo, amor o miedo. El lector se deja lacerar por esa amalgama de sensaciones pero al mismo tiempo reconoce sus propias cualidades.
También decirles que, como bien he apuntado en el prólogo de esta reseña, es una obra que te lleva a otras obras sobre todo a aquellas donde los niños son protagonistas, donde encontramos un viaje en grupo o un personaje aislado. Se me vienen a la cabeza Peter Pan y Wendy de Barrie, El maravilloso mago de Oz de Baum, Robinson Crusoe de Defoe, El guardián entre el centeno de Salinger o El señor de las moscas de Golding, libros que adultos o niños deberíamos leer.
Lo dicho, una buena alternativa a películas empalagosas y videojuegos con mucho ruido que ha sido llevada a la gran pantalla y que algunos han comparado con la serie de televisión Perdidos.
Me lo apunto
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