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lunes, 26 de diciembre de 2022

De caridad navideña y realidades incómodas


Navidad. Aparte de regalos, reuniones y ponerse como el tenazas, a la gente da rienda suelta a toda la bondad que lleva dentro. Hay que ser bueno o, en su defecto, parecerlo. Mercadillos, festivales y calendarios solidarios, voluntarios del banco de alimentos en todos los supermercados, famosos que se acercan a hospitales y geriátricos, a darle de comer a los sintecho, y las familias sin recursos hasta arriba de regalos.
A todo quisqui le sale la vena de amor fraternal y se preocupa por los demás. Hay gente que lo hace porque está convencida de que la especie humana es buena por naturaleza (¡Ja!), otra, porque hay que lucir el lado más amable en las redes sociales, los menos admiten que es de obligado cumplimiento, y los niños porque les resulta divertido.


Lo más curioso de todo es que, si hace años la iglesia era mandataria y canalizadora de todas estas cuestiones, hoy día las tornas han cambiado y son las instituciones educativas y culturales, la televisión pública o quienes participan y animan de ese espíritu de caridad en unas festividades de origen religioso.
Un hecho extraño donde los haya teniendo en cuenta que todas esas instituciones están habitadas por un engranaje progre que se declara enemigo acérrimo de curas y misas del gallo, son las primeras en defender y hacer apropiación indebida de un mensaje ajeno para utilizarlo en pro de unos tejemanejes políticos (ya saben, buenismo y otros discursos) que poco tienen que ver con el humanismo que hacen presuponer.
Tras esta pequeña reflexión que todos deberíamos hacer y esperando que quién quiera ser (o hacerse el) bueno, lo sea todo el año, les traigo durante estos días unos cuantos libros infantiles que ahondan en diferentes temáticas en las que la sociedad tiene mucho que decir.


Para empezar tenemos El gallinero, un álbum de María José Floriano y Federico Delicado que ha sido publicado recientemente por la editorial Kalandraka.
La portada es una maravilla en lo que a elementos y composición se refiere. Un solar lleno de basura y escombros, donde vemos a los protagonistas de esta historia. Unos nos dan la espalda y otros nos miran fijamente, un contacto visual que inquieta y nos invita a entrar en el libro. Concretamente uno, el de la chaqueta verde, parece desafiarnos. Es nuestro guía, el narrador. Sí, Delicado es un maestro del figurativo.


Empezamos a pasar las páginas y nos encontramos a este grupo de chavales en diferentes escenarios. Como si de una función de circo se tratase, acróbatas y malabaristas se enfrentan a riesgos cotidianos en los que siempre descubrimos pequeños detalles que nos invitan, por un lado a reflexionar, y por otro a imaginar. Lo que es peligroso, miserable y triste, siempre tiene un contrapunto hermoso y chispeante. Una dualidad que ayuda al lector a encontrar diferentes lecturas.
El texto de María José Floriano es directo y conciso, elaborado con breves oraciones que ensalzan lo veraz e intentan precipitar al lector a una realidad incómoda. En ocasiones se lanza a lo poético pero no se enzarza en barroquismos innecesarios. Es como la mermelada de naranja amarga. Al tiempo que endulza, nos deja un sabor de boca inesperado.


Si bien es cierto que yo hubiera eliminado esas dobles página explicativa que tampoco aportan mucho y rompen un punto y final precioso (Teatrillo y acordeón nos dicen tanto..., ¡Qué pena que queden separados del resto!), esta historia de imágenes surrealistas y llenas de metáforas constituye una denuncia social muy necesario en el que la infancia respire se deje llevar por un soplo de esperanza.

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