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viernes, 29 de septiembre de 2023

Sexo, sexualidad, pornografía y literatura infantil


Los de Vox le han declarado la guerra a los libros para críos. Primero fue la polémica suscitada durante la última campaña electoral por Llanos Massó, diputada en las cortes valencianas, al blandir una imagen del libro Cuéntamelo todo (editorial TakaTuka) y acompañarla de la pregunta “¿Cree usted que estas imágenes de penes de adultos de distintos tamaños y formas benefician a los niños?”. Ahora llega el concejal de cultura de Burriana señalando un puñado de libros, casi todos de temática LGTBI (y que aparecen en esta selección), y retirándolos de la sala infantil para reubicarlos en una sección específica acogiéndose a la ley de bibliotecas de su comunidad autónoma.
Si bien es cierto que muchos se llevan las manos a la cabeza, entran al trapo (por los votos que les cuentan), aúpan la propaganda (aunque ellos también usen la censura a su antojo) y dan fuelle a la demagogia, yo he creído conveniente coger por el mango este pequeño circo y plantearme muchas cuestiones sobre el hecho de que muchos de estos libros despierten reticencias entre muchos usuarios (que al otro lado también se aprende).


Son dos los pilares que sostienen las suspicacias por parte del mundo adulto a la hora de traer el sexo y la sexualidad a los libros infantiles. El primero y como ya he apuntado en otras ocasiones, se trata del concepto moderno de infancia que, gracias a la revolución industrial y el capitalismo, las denuncias sociales (Dickens, Dickens, siempre Dickens) y los derechos de la infancia, las representaciones inocentes de los niños en el mundo del arte y las aportaciones de pensadores como Locke y Rousseau, nos trajo el siglo XIX.
El niño desprende una imagen de santidad e inocencia que debe preservarse el mayor tiempo posible. Debe ser apartado de los problemas adultos y vivir ajeno a los males mundanos para formarse de manera libre en base a unos principios que primero se adoptan en las sociedades occidentales y han ido cundiendo en las orientales. En palabras del propio Rousseau ¿Por qué robar a estas inocentes criaturas de las alegrías que pasan tan deprisa? ¿Por qué llenar con amargura los fugaces días de la infancia, días que no regresarán ni para ellos ni para usted?


El segundo pilar es la propia religión. Veamos como ejemplo el caso de Estados Unidos, un país que, si bien es cierto que adolece de cierto conservadurismo en lo relativo a la infancia, es bastante innovador en lo que a ciertas temáticas se refiere, sobre todo lo relacionado con los libros de temática racial o los relacionados con la muerte. Sin embargo, todo lo que rodea al sexo o la sexualidad, es bastante peliagudo, probablemente por esa aura religiosa que envuelve una cultura donde el cristianismo es el santo y seña.
Partiendo de esta base podríamos plantearnos ciertas similitudes en el viejo continente, uno en el que la cultura se construye sobre las vertientes católica y protestante, o los países islámicos, otra religión monoteísta que comparte origen con judíos y cristianos, y en la que muchos aspectos relacionados con el sexo son prácticamente demonizados.


Sin embargo y a pesar del poder, el puritanismo y sus ejercicios censores en los libros infantiles (con el que no comulgo en absoluto), tenemos que detenernos en otras cuestiones, a mi juicio, también importantes.
Una de ellas es la experiencia personal. Si bien es cierto que en otros temas el niño tiene cierto bagaje que puede trasladar al espejo literario, como por ejemplo la muerte, en este caso hay que matizar muchas cosas. Por ejemplo, cualquier persona en edad infantil solo ha desarrollado la llamada sexualidad primaria, una donde no ha tenido lugar el acto sexual ni la mayor parte de las prácticas sexuales (léase masturbación, felación, cunnilingus, coito vaginal o anal). Por lo tanto, este tipo de libros anticipan de una manera constante, algo que tiene más que ver con el hecho descriptivo que con el discursivo. Y no me vengan con que las criaturas se encuentran sumergidas en una sociedad llena de referentes sexuales tanto familiares, como publicitarios o ficcionales, que son muy listos y lo entienden todo, que si un libro es mucho más elegante y prosaico que una serie, que si patatín, que si patatán... Un niño de ocho años carece de instinto propio que lo lleve a entender completamente el sexo y la sexualidad.
Partiendo de esta realidad, ¿tienen sentido los libros infantiles donde el sexo y la sexualidad sean el leitmotiv principal? Todo depende. Quizá a la hora de visibilizar y construir referentes sexuales y amorosos, esté genial, pero no concibo qué objetivo tienen libros sobre temas tan complejos como el orgasmo o la disforia sexual  dirigidos a niños de 8 años. Sería como enseñar a resolver integrales a personas que todavía no saben las tablas de multiplicar. Sin embargo, hay niñas de 11 años que ya han tenido su propia menstruación o críos de 12 que han sufrido sus primeras eyaculaciones nocturnas y empiezan a hacerse diferentes preguntas que bien pueden ser respondidas por estas lecturas.


Por otro lado, aferrémonos a la realidad: la desinfantilización de la infancia, un tema del que ya hablé hace unos meses…
“Se estima que en ciertos países occidentales donde el control de acceso a internet es inexistente, la edad de consumo de pornografía de los niños varones oscila entre los 8 y los 13 años”, “Los casos de abuso sexual entre menores de 14 años en España, han aumentado más de un 13,7% en el último año”, “La sífilis, la gonorrea y la clamidia se contagian a una edad más temprana”, “Decenas de menores extremeñas denuncian la circulación de falsos desnudos creados por inteligencia artificial” “Denuncian la agresión sexual de una niña de 6 años por parte de tres compañeros que arañaron y restregaron tierra por sus genitales durante el curso pasado”… Son algunos de los titulares que hemos podido leer en la prensa española durante los últimos meses.
Hay un problema con el sexo, la sexualidad y la pornografía en nuestra sociedad y no creo que la solución pase por publicar muchos libros infantiles sobre consentimiento o sexualidad, unos que si bien son necesarios en la era de los niños autónomos-autómatas, también pueden suponer malas interpretaciones por parte de unos lectores que se pierden en un universo sexual donde los límites entre fisiología y pornografía no están nada definidos, y sustituir su propia práctica a la hora de aterrizar en él.


Es por ello que deberíamos comenzar a estudiar y analizar si el uso y la normalización de este tipo de textos ficcionales o informativos no es un arma de doble filo. A preguntarnos si, lo que por un lado se encasillaría en buenismo social, por otro terminaría en desvirtuar el sexo e influir en cacaos mentales o prácticas sexuales tempranas y poco deseables, comprometiendo así a unas generaciones futuras que ven un menoscabo personal en esa aceleración de su propio desarrollo físico y psicológico.


A veces merece la pena proyectar la mirada hacia el futuro. Si hace treinta años era impensable tocar pelo con 18 años, puede que dentro de otros treinta, la pederastia sea despenalizada...

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