Hay gente que de tanto fijarse en los demás, vive amargada consigo misma. Si los demás no hacen lo que ellos quieren o lo que se esperaría que hiciesen, ya la hemos liado. Viven molestos por todo aunque lo que llevemos el resto entre manos no les repercuta nada. Y si eso sucede, aunque sea mínimamente ¿es para ponerse así? Pregunto. Cualquier excusa es buena para liártela, su máxima aspiración vital. Y luego: a vengarse.
Si salimos, que deberían cerrar todos los bares sin excepción. Si te compras un coche, quieren que los erradiquen de la faz de la tierra. Si te casas, que ojalá te divorcies pronto. Si les avisas de que llegas un poco tarde a la comida, tienen un hambre voraz y ni te esperan. Y así todo. Lo peor de todo es que convierten esa actitud en una forma de vida, por lo que, ni viven, ni dejan. Todo un despropósito en lo que a existencialismo se refiere y que les aboca a la soledad más absoluta.
Lo peor de todo es que esta fauna florece como setas, más todavía en el mundo del coaching, las personas vitamina y el self care. Estoy deseando que la Marian Rojas Estapé nos dé uno de sus mítines sobre la gente amargada, a ver si alcanzo a entender la base fisiológica de este fenómeno. El tono con el que hablan, el rictus que se gastan, sus quejas constantes, crispados, volátiles y ofensivos… Lo que más anonadado me tiene es esa satisfacción que recorre sus higadillos haciendo que otras personas se sientan mal. ¿Estará su oxitocina a los niveles de la discontinuidad de Mohorovicic?
Ni ellos mismos saben de dónde viene ese estado de pobreza emocional. Se creen que lo controlan todo y con joder a los demás, solucionan cualquier brete, pero lo cierto es que a mí no me gustaría sobrevivir (que es lo que hacen) de esa manera. Con la cantidad de cosas malas que hay en la vida, no sería capaz de alimentarlas todavía más. Pero bueno, allá ellos.
Yo, lo único que tengo claro es que forman parte de un variado elenco de actores secundarios de los que prescindo en esa obra de teatro que es mi devenir. Y si hay que soportarlos por obligación, cuanto más lejos y menos trato, mejor. Prefiero hacer eso que ponerme a su altura y actuar como el protagonista del libro de hoy.
Un paseo con Kiki, un álbum de Davide Cali y Paolo Domeniconi (editorial Petaletras), nos cuenta la historia de Tristán y su mascota Kiki, un enorme Tyrannosaurus al que pasea por el barrio con total normalidad. Lo chungo viene cuando este reptil gigante no le pasa una a nadie y se va zampando a todo el que no le viene bien. A una vecina, a unos chavales, a la maestra, al policía… Bueno, es verdad, no a todo el mundo… ¿A quién respetará Kiki?
Con una narración sin muchas florituras, los autores de este libro construyen una historia que se puede interpretar desde dos visiones muy diferentes. Por un lado Kiki puede ser la mascota imaginaria de un niño que canaliza su ira a través de él. Y por otro Kiki, además de ser real, obedece a sus instintos primarios de animal salvaje que finalmente se deja domesticar gracias al poder del amor. ¿Y ustedes? ¿Qué piensan?
Con un estilo realista que recuerda al estilo de ilustradores como Chris Van Allsburg o Loren Long, el artista italiano juega con los planos y con el formato para construir una narrativa muy sugerente en la que el lector también se vuelve partícipe del apetito voraz de ese dinosaurio que parece un poco amargado o se venga de los amargados. Elijan ustedes.
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