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lunes, 31 de agosto de 2009

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Se hace extraño terminar las vacaciones así… Un lunes, tras dos meses de vacaciones, no es forma de cambiar de hábitos, de costumbres. Pese a ello hay que regresar a la actividad, a la rutina, una buena manera de hacerle frente a diversas tontunas que llenan mi materia gris desde hace unos días.
Y aunque la incertidumbre me embriague (lo hace todos los años por estas fechas de cambios) el estar frente a un nuevo destino de laboro, los caminos que hacia allí me lleven, alumnos desconocidos y unos nuevos compañeros, es preferible mantener la mente ocupada en nuevas metas y recorridos, que no hacerla divagar sobre los inútiles meandros de la vida.
Para ello, y como corresponde a un profesorcete como el que aquí suscribe, no hay mejor modo de entrar en harina que con un libro de pupitres y novatadas, de profesores inexpertos y otros más duchos en las malas artes del embauco y la política, en definitiva, con un libro donde la enseñanza y la existencia se unen de la mano, Botchan.
En esta obra canónica -pese a dudas y chanzas- de obligada lectura e icono de la literatura moderna nipona, Natsume Soseki narra las experiencias de un docente (él mismo puesto que en cierto modo es autobiográfica) que es destinado a un instituto de educación secundaria provinciano.
Aunque con lenguaje sencillo, casi de corte juvenil, sus páginas encierran el curioso descubrimiento que el ingenuo protagonista hace de la naturaleza humana. A base de humor, descaro, sorna y alguna quijotada, Botchan desmenuza las prioridades, bajezas y ambiciones de los que le rodean, es decir, sus compañeros de claustro, un elenco -les advierto- muy real de lo que un centro educativo (o cualquier lugar de trabajo) puede albergar. No la desestimen, seguramente descubran en su lectura a alguien cercano… Y de paso logren reírse sin miramiento alguno.

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