Le gustaba descansar apaciblemente sobre el lecho de hojas y yerba que le habíamos preparado. Durante la tarde de aquel sábado, agosto rozaba septiembre con relámpagos y granizo. Pequeños ríos surcaban la tierra inundando todo lo que pillaban a su paso, desde hormigueros abandonados hasta pequeñas madrigueras. Madrigueras como la de aquel grillo.
Le proporcionamos un nuevo cobijo en aquella caja de cartón casi derruida por el tiempo y lo dejamos cantar durante las noches que restaban del verano. Era un grillo listo. Sabía cuando cantar. Le gustaba el bullicio de la feria septembrina, pero en cambio nos dejaba dormir en las noches frescas y tranquilas.
Si quieren saber su nombre les advierto que no lo tenía. Las costumbres del campo son muy serias en eso: sólo merecen bautizo los animales con pelo. Así que nos limitábamos a mirarlo mientras lentamente se movía buscando recovecos bajo su cama de paja y broza.
Una noche, por descuido, arrimamos la caja al quicio de la ventana y a la mañana siguiente, nada ya supimos de él. Su marcha nos dejó una sensación de lleno vacío, pues no sabíamos si había muerto o buscado nuevos territorios donde excavar otro hogar. Aun así, escuchábamos a la noche, para entre sus ruidos, buscar aquel que perteneciera a nuestro pequeño amigo.
Carle, Eric. 2003. El grillo silencioso. Madrid: Kókinos.
Le proporcionamos un nuevo cobijo en aquella caja de cartón casi derruida por el tiempo y lo dejamos cantar durante las noches que restaban del verano. Era un grillo listo. Sabía cuando cantar. Le gustaba el bullicio de la feria septembrina, pero en cambio nos dejaba dormir en las noches frescas y tranquilas.
Si quieren saber su nombre les advierto que no lo tenía. Las costumbres del campo son muy serias en eso: sólo merecen bautizo los animales con pelo. Así que nos limitábamos a mirarlo mientras lentamente se movía buscando recovecos bajo su cama de paja y broza.
Una noche, por descuido, arrimamos la caja al quicio de la ventana y a la mañana siguiente, nada ya supimos de él. Su marcha nos dejó una sensación de lleno vacío, pues no sabíamos si había muerto o buscado nuevos territorios donde excavar otro hogar. Aun así, escuchábamos a la noche, para entre sus ruidos, buscar aquel que perteneciera a nuestro pequeño amigo.
Carle, Eric. 2003. El grillo silencioso. Madrid: Kókinos.
Nosotros apagamos la luz antes de abrir la última página (es que si no el grillo se asusta).
ResponderEliminarLo han vuelto a reeditar en un formato más pequeño (más económico también).