En varias ocasiones he hablado en este lugar de la Literatura que las distintas facciones ideológicas llaman propia, lo que viene a desembocar en una dicotomía cultural que, más que enriquecer a sus acólitos, los distrae y enreda en una vorágine contradictoria de dimes y diretes. Si a todo ello añadimos el favor que la propaganda presta a estos ismos, el empobrecimiento del lector es tal, que no distingue entre Esquilo y Bernard Shaw…
Todavía no he visto el documental dirigido por ese gurú del progresismo llamado Michael Moore y que se bautizó con el mismo nombre que la novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, temperatura a la cual arden los libros. Supuestamente, este director de cine estadounidense intentaba establecer una similitud o paralelismo entre el argumento de esta obra con la política que Bush hijo desarrollaba en los EE.UU. hace unos años, cosa que, aunque sea un despropósito, me parece muy respetable… Como buen norteamericano, sabía lo que el público necesitaba y, automáticamente, fue encumbrado y jaleado por unas masas que jamás leerían el homónimo relato, dejando así su razonamiento y sentido crítico a merced de lo que este señor, bien listo sea dicho de paso, les hiciera creer.
Como un servidor prefiere leer y, a la postre, opinar por sí mismo, aquí me tienen, intentando lavar la imagen de una obra literaria correcta y muy renombrada… En Fahrenheit 451, el casi autodidacta Ray Bradbury, además de plantear un escenario futuro (fíjense en que no he utilizado la palabra futurista… ¡qué malo soy!), minado por la desidia y el despropósito, realiza un gran discurso sobre la memoria, esa que planea siempre sobre el ser humano y que ha sido custodiada en los libros por mero azar (digo por azar, ya que si no hubiese sido en forma de libros, se hubieran inventado otros objetos para ello). Muchos son los que hablan del autoritarismo, de la siembra de la ignorancia entre los ciudadanos para erigirse con el poder o de otras mezquindades, pero a mi entender sólo habla del Recuerdo… Sí, sí, ustedes digan que esa situación nunca pasaría con gobiernos izquierdistas, esos que usan la misma propaganda, deterioran el mismo sistema y emplean las mismas tácticas que sus opositores… Sí, sí, ustedes defiendan a los gobiernos de derechas, esos que aprueban las mismas leyes, dictan las mismas sentencias e ignoran a los mismos ciudadanos que sus opositores…
Sea como sea, Bradbury grita al ciudadano, al lector, que debe emplear su tiempo en leer, para empapar así su memoria del pasado que guardan los libros, los buenos libros, esos que no pertenecen ni a un bando ni a otro, y buscar su felicidad en la libertad del presente, mirando siempre hacia la del futuro.
Es un clásico, siempre tan actual... Ese mundo, que nos legó el señor Bradbury en esta novela, nos ronda como la mala sombra.
ResponderEliminarEsperemos que las proféticas palabras de Heinrich Heine no se vuelvan a repetir:“Ahí donde se queman libros se acaba quemando también seres humanos”.
En esta novela vemos como los bomberos se encargan de la destrucción de esta memoria... Es fácil asociar toda la trama con la crisis, el sistema político español y con el actual régimen de recortes.
Creo que tienes mucha razón con el mensaje que nos deja Bradbury: La memoria está en los libros y el pasado nos muestra como tenemos que actuar en el presente para mejorar nuestro futuro. Si rompemos el eslabón de la cadena cometeremos los mismos errores.
Sí, sí, pero bien que has hecho la evitable "cuña política"... Je, je, je...
ResponderEliminarEs que, qué mania tiene el ser humano de politizarlo todo...
ResponderEliminarEstoy contigo en la defensa del libro. Y fíjate, yo defiendo cualquier clase de libro.
Porque hay un lector para cada libro, que le hace feliz o que le llena. Y eso es suficiente.
Si uno es libre, feliz o sufre leyendo, eso no hay magia que lo pague.