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miércoles, 19 de diciembre de 2012

Infiernos personales



Esta semana está siendo un infierno... Figurado, por supuesto, y nada comparable con el suplicio diario que viven muchos como consecuencia de la carestía de vida, la crisis económica o la inexistencia de los derechos básicos… por no hablar de enfermedades y otras tinieblas que nublan la leve subsistencia.
Cuando hablo de mi averno particular, me refiero a las montañas de papeleo que he de sortear evaluación tras evaluación, correcciones de exámenes interminables y decisiones propias que repercuten a otros. Si a todo ello añadimos una agenda repleta de actividades entre las que incluyo clases de inglés, pintura, una casa que limpiar, platos que fregar, menús que cocinar, recados que solucionar y un sinfín de tontunas más, obtenemos como resultado que no me puedo rascar el cogote, un lugar que también es necesario atender de vez en cuando para así descansar de agobios y multitudes navideñas (¿por qué me encantará la navidad?).
Siempre he pensado que martirios y suplicios son personales e intransferibles, es decir, el Altísimo –si es que nos ve- nos construye una morada infernal echa a nuestra talla y medida, que no sólo nos achicharra a miedos y fuego fatuo, sino a vicios inconfesables y pecados sufribles, de tal manera que podamos sopesar nuestro paso por el paraíso terrenal desde un prisma de redención y objetividad, cosa que no sirve de mucho a menos que tengamos una segunda oportunidad volviendo a esa vida que poco valoramos.
Para que mediten sobre su propio báratro, les recomiendo una historia que Jutta Bauer y Lóguez han editado en nuestro país bajo el título de Yo pasé por el infierno, cuarenta viñetas de mínimo tamaño (esta autora se ha especializado en el pequeño formato… ¡y no le va nada mal!) que, con buen humor, nos cuentan la historia de otro como nosotros, mortales, que “disfrutó” un tiempo de su particular infierno…

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