El pasado viernes, tras el intento
fallido de revisar los engranajes de mi coche (¡que mentira ésta la de los
concesionarios!) y aprovechando la cercanía a uno de los centros comerciales
que hay en mi ciudad, me planté en M. M. para echarle el ojo a cierta
tecnología de la que ando necesitado y, comparando calidad y precios, decidí no
comprar nada y esperar a ver algún producto mejor. No contento con ello, dirigí
mis pasos hacia L. M., un sitio donde creía que podía adquirir unos
marcos buenos, bonitos y ¿baratos?... Por segunda vez tomé la decisión de
guardar los billetes y marcharme de allí con otro palmo de narices.
Al día siguiente continué con el
experimento que había comenzado la víspera y me acerqué a sendos
establecimientos del centro de la ciudad que, aunque pequeños, suelen estar
bien provistos de buen material. ¡Cuál fue mi sorpresa al constatar -una vez
más- que en el comercio tradicional uno puede dar con productos de mejor
calidad y a mejor precio que en los omnipresentes centros del consumo rápido
que se han extendido como la pólvora en nuestras localidades! Seguramente, el
consumismo, ese “leit motif“ del capitalismo, nos insta a creer que las grandes
franquicias pueden ofrecernos calidades elevadas con descuentos suculentos pero
lo cierto es que nadie vende duros a cuatro pesetas, una verdad que, aunque
antigua, sigue rigiendo los mercados.
Señores, nos hemos cargado a los
tenderos de barrio en pro de los gigantes del gasto efímero de esas empresas
(¡nacionales e internacionales, que no se salva ninguna!), basadas en el lavado
de cerebro y la publicidad que, aunque pensamos que crean muchos puestos de
trabajo, no tiemblan a la hora de acortar plantillas, la reducción de sueldos
ya de por sí irrisorios, o vender productos de tercera. ¿Por qué no desmarcarse
de la tónica general y decidir sobre
nuestro dinero para ayudar -aunque ellos a veces nos ayuden poco- a esos
tenderos que seguramente contribuirán más –no mucho, todo sea dicho- al P.I.B.?
¿Por qué no hacer lo que no hace nadie? ¿Y qué que todos acudan como borregos a
Za., Mer. o Deca.? ¿Por qué debe vestir esos incómodos aunque
modernos zapatos, cuando usted quiere disfrutar de sus paseos? ¿Por qué
conformarse con un uniforme y triste paraguas gris, cuando desea El paraguas amarillo, ese que inventaron
Joel Franz Rosell y Giulia Frances para Kalandraka?...
Desmarcarse, dentro de unos límites, es
una opción de valientes, esos que nadan contracorriente y, habiendo meditado
sus acciones, hacen lo correcto en pro de un mundo mejor, cosa que hoy por hoy,
es más que necesaria.
Estoy contigo... No veas qué tute este finde para pillar algo, y qué poquito resultado. ¡Que "pringaos" somos! Y perdona por la expresión, pero es "pringaos", porque pringados es otra cosa. ;-)
ResponderEliminarAsí que voy a buscar el paraguas amarillo para salir de la mediocridad de esta grisura.
¡Ay Miriam! ¡Qué haría yo sin una seguidora tan constante!
ResponderEliminar