lunes, 11 de marzo de 2013

Decidiendo sobre nuestro consumo



El pasado viernes, tras el intento fallido de revisar los engranajes de mi coche (¡que mentira ésta la de los concesionarios!) y aprovechando la cercanía a uno de los centros comerciales que hay en mi ciudad, me planté en M. M. para echarle el ojo a cierta tecnología de la que ando necesitado y, comparando calidad y precios, decidí no comprar nada y esperar a ver algún producto mejor. No contento con ello, dirigí mis pasos hacia L. M., un sitio donde creía que podía adquirir unos marcos buenos, bonitos y ¿baratos?... Por segunda vez tomé la decisión de guardar los billetes y marcharme de allí con otro palmo de narices.
Al día siguiente continué con el experimento que había comenzado la víspera y me acerqué a sendos establecimientos del centro de la ciudad que, aunque pequeños, suelen estar bien provistos de buen material. ¡Cuál fue mi sorpresa al constatar -una vez más- que en el comercio tradicional uno puede dar con productos de mejor calidad y a mejor precio que en los omnipresentes centros del consumo rápido que se han extendido como la pólvora en nuestras localidades! Seguramente, el consumismo, ese “leit motif“ del capitalismo, nos insta a creer que las grandes franquicias pueden ofrecernos calidades elevadas con descuentos suculentos pero lo cierto es que nadie vende duros a cuatro pesetas, una verdad que, aunque antigua, sigue rigiendo los mercados.
Señores, nos hemos cargado a los tenderos de barrio en pro de los gigantes del gasto efímero de esas empresas (¡nacionales e internacionales, que no se salva ninguna!), basadas en el lavado de cerebro y la publicidad que, aunque pensamos que crean muchos puestos de trabajo, no tiemblan a la hora de acortar plantillas, la reducción de sueldos ya de por sí irrisorios, o vender productos de tercera. ¿Por qué no desmarcarse de la tónica general  y decidir sobre nuestro dinero para ayudar -aunque ellos a veces nos ayuden poco- a esos tenderos que seguramente contribuirán más –no mucho, todo sea dicho- al P.I.B.? ¿Por qué no hacer lo que no hace nadie? ¿Y qué que todos acudan como borregos a Za., Mer. o Deca.? ¿Por qué debe vestir esos incómodos aunque modernos zapatos, cuando usted quiere disfrutar de sus paseos? ¿Por qué conformarse con un uniforme y triste paraguas gris, cuando desea El paraguas amarillo, ese que inventaron Joel Franz Rosell y Giulia Frances para Kalandraka?...
Desmarcarse, dentro de unos límites, es una opción de valientes, esos que nadan contracorriente y, habiendo meditado sus acciones, hacen lo correcto en pro de un mundo mejor, cosa que hoy por hoy, es más que necesaria.

2 comentarios:

miriabad dijo...

Estoy contigo... No veas qué tute este finde para pillar algo, y qué poquito resultado. ¡Que "pringaos" somos! Y perdona por la expresión, pero es "pringaos", porque pringados es otra cosa. ;-)
Así que voy a buscar el paraguas amarillo para salir de la mediocridad de esta grisura.

Román Belmonte dijo...

¡Ay Miriam! ¡Qué haría yo sin una seguidora tan constante!