Mi
presencia en Facebook© no sólo me ha traído numerosos seguidores y otras
alegrías, sino que me ha revelado el insidioso partidismo que muchos de ellos
denotan al hacer públicas sus manifestaciones sobre temas de actualidad,
hablando de unos y de otros como si fuesen el mismísimo lobo de Caperucita.
Uno
de los temas que el “candelabro” nos ha traído a noticiarios y debates
nocturnos los últimos días, es la aprobación de la nueva ley de educación que
empezará a implantarse en el estado español el curso 2014-2015 (si no la
derogan otros… cosa frecuente), también conocida como “ley Wert” en honor a
nuestro actual ministro en la materia.
El
señor Wert, aparte de agitador y querer pasar a la historia con sus obras
faraónicas, no difiere mucho de sus antecesores en el puesto, léase Solana,
Rubalcaba o Rajoy (me pensaré incluir a la Aguirre porque ésta hizo un comedido intento
por dignificar las materias humanísticas). El caso es que, en vez de preguntar
a los expertos en males académicos (puede leerse padres, alumnos y profesores,
responsables todos ellos -no hablo de gandules, desentendidos y otras
aberraciones-), se dedican a apostar por las ideas que les surgen en momentos
de lucidez (no sé dónde las tendrán, pero imaginen los más variopintos
lugares), o a sus cientos de asesores (¿titulados en E.S.O. o en E.G.B.?) que,
basadas/copiadas en/de otros sistemas educativos, también fracasados, de la
vieja Europa intentan complicar más el asunto.
Si
no me creen, piensen en la herencia de anteriores gobiernos, que sigue
respetando el de hoy día… Nada se ha hablado de regular el ingreso al P.C.P.I.
-un programa europeo para que vagos y maleantes obtengan la titulación
obligatoria sin pegar un palo al agua y de paso hincharse a marihuana a costa
de una suculenta cantidad monetaria con la que todos los contribuyentes
incentivan su asistencia a clase- o, simplemente, eliminarlo del firmamento
educativo (cosa imposible ya que engordar el presupuesto educativo a costa de
otros y en época de escasez, viene de perlas). Nada se ha hablado de los
requisitos de acceso y las condiciones para la concesión de becas y otras
ayudas, una vergüenza nacional de la que viven familias cuyos hijos obtienen
calificaciones paupérrimas o, sencillamente, no acuden a clase. Nada se ha
hablado de la normativa que regula la repetición de cursos escolares. Nada se
ha hablado de la amonestación para aquellos profesores y/o personal de atención
y servicios que falten a su deber. Nada se ha hablado de una verdadera
autoridad del profesorado y el respaldo administrativo y jurídico para los
docentes (paños calientes, nada más). Y nada se ha hablado de esas dichosas
competencias educativas y sus evaluaciones de diagnóstico que enriquecen a
empresas del color imperante y que nos complican esta vida de burócratas de tiza
y pizarra.
Decir
con todo ello que la nueva ley no empeorará nada, porque no mejora nada, sólo
complica todo: itinerarios educativos en la niñez, asignaturas para
emprendedores (a ver si algún político se da de alta como autónomo…), abolición
de la enseñanza clásica (Grecia y Roma, inventoras de absolutamente todo, han
de estar la mar de contentas), y una formación profesional a lo escandinavo que
poco tiene que ver con nuestra “soleada y frugal” naturaleza… En fin: un cero
patatero.
Así
que, sean críticos, reflexionen y lleguen a la conclusión de que, ni todos los
lobos malos son tan malos, ni todos los lobos buenos son tan buenos. Que como
bien nos dice Nadia Shireen en El Buen
Lobito (Editorial Bruño, colección Cubilete): líbreme el Señor de los lobos
malos…, pero también de los buenos que me llevan a su terreno.
Con una buena perspectiva metaliteraria (observen a Caperucita, su abuelita y los tres cerditos), esta fábula moderna que ofrece una nueva visión sobre el clásico lobo de los cuentos - muy amanerada y respetuosa, of course-, no termina de convencer a un villano que no podía perder su idiosincrasia de golpe y porrazo y nos augura un final bastante feroz, cosa que me encanta teniendo en cuenta que no soy muy partidario del ideario edulcorado. Algo que también debió encandilar al jurado de Bolonia, pues el librito supo ganarse sus favores.
Una delicia para reírse al principio y después, temblar.