Román Belmonte: Tengo
muy claro que, para un servidor, esta entrevista es un reto, no sólo
por el respeto que desprende un cara a cara con un editor español
premiado cuatro veces con un Bologna Ragazzi (entre otros muchos
galardones), sino por mi admiración hacia un sello que se ha hecho a
sí mismo. Pero dígame, Vicente, después de todos estos años, ¿qué
queda de esos pequeños fanzines que usted llamaba “medias vacas”
y que le dieron nombre a este proyecto?
Vicente Ferrer: Entre
1991 y 1998, aproximadamente, editamos estos cuadernitos llamados
también ½ Vaca. No nos referíamos a ellos como «fanzines»,
aunque, es cierto, esa denominación era bastante popular en aquel
momento. El nombre Media Vaca aparecía escrito como fracción,
y el dibujo mostraba la parte trasera de la vaca y no la delantera.
¿Qué queda de ese proyecto? Queda el espíritu que animaba a esa
publicación, es decir, el deseo de encontrar a nuestros
interlocutores ideales. Y quedan también los propios cuadernitos,
fanzines o como queramos llamarlos: conservados en cajas de cartón,
ocupan un armario entero y se extienden por muchos rincones de la
casa.
Imagen de Tokio de Taro Miura. Media Vaca, 2006.
R.B.: Usted pasó de ser
ilustrador a convertirse en autor-editor. De ahí pegó el salto a la
edición independiente, y ahora, se podría decir que está al frente
de una editorial consagrada. Peldaño a peldaño, ¿es ese el camino?
V.F.: Exacto: peldaño a
peldaño y pegando saltos. A veces como topillos y a veces como
cabras montesinas. Pienso, en cualquier caso, que en todo este tiempo
no he dejado de desempeñar el oficio de ilustrador, aunque ahora
ilustro por mano y cabeza de otros. Tampoco hemos dejado de ser
independientes, ya que contamos exclusivamente con nuestros propios
recursos y solamente publicamos aquello que nos apetece. Tengo más
dificultades en aceptar lo de «editorial consagrada». Seguimos
siendo una empresa muy pequeña. No como una mercería de barrio,
pero casi, aunque nuestros clientes no están en nuestro barrio. No
tenemos ningún deseo de crecer y consagrarnos, sólo aspiramos a
hacer el trabajo que nos hemos propuesto de la mejor manera que
sabemos. De momento, seguimos en el camino, que es lo importante.
R.B.: Dos tintas, papel
con buen gramaje, extensos, cuidados detalles... Sus libros parecen
un producto destinado a los niños del ayer. ¿Puede acallar a todos
aquellos que creen que un formato así les puede pasar factura a ojos
de chavales contemporáneos?
V.F.: ¿Por qué «los
niños del ayer»? ¿Qué ayer es ese? ¿Ayer por la mañana, cuando
vivíamos en cuevas? ¿Ayer al mediodía, cuando no había
dispositivos móviles? ¿Cuántos niños en el mundo manejan hoy,
exclusivamente, estos dispositivos? Los niños de hoy, en lo
esencial, no son muy distintos de los niños de ayer. Podemos darles
piedras, aros o un Sphero SPRK+, y los niños se adaptarán a sus
juguetes con la aplicación y el entusiasmo que caracteriza a todos
los niños de todos los lugares del mundo.
R.B.: Doctrina,
demagogia, emociones, progresismo, moralina... ¡Hay tanto con lo que
relacionar a los libros para niños! Bien mirado, no es descabellado
ya que cualquier producto cultural cobra vida con alguna finalidad.
¿Con qué intención publican libros los editores de Media Vaca?
V.F.: No relaciono los
libros para niños con ninguna de esas cosas. Ese es el mundo de los
adultos, con todos sus prejuicios. Los libros, por el contrario,
deberían servirnos para superar los prejuicios, para hacernos
lectores críticos, para hacernos a todos —niños y mayores—
mejores ciudadanos, y para pasarlo estupendamente, claro está. Para
mí, los libros siempre han estado en la parte de la diversión, no
entre las obligaciones.
R.B.: Desde Media Vaca se
afirma que, en parte, sus libros han nacido de la naturaleza
caprichosa de sus editores. Me encantan las anécdotas, así que, si
no le importa, explíqueme la historia de alguno de esos caprichos
editoriales...
V.F: Eso es así en todos
los casos. Cada proyecto es una aventura, y alguno en particular ha
sido una odisea. Algún día, si encuentro el tiempo, me gustaría
escribir las historias secretas que están detrás de cada libro. A
lo que me refiero cuando hablo de que los libros nacen «de la
naturaleza caprichosa de sus editores» es, simplemente, a que la
mayor parte de lo que publicamos son cosas que nosotros pensamos y
proponemos, y no proyectos que nos llegan de fuera. Tampoco debe
interpretarse «capricho» como un soplo de inspiración que le toca
a uno un día en que se levanta de especial humor. No. Aunque está
claro que el azar interviene.
R.B.: “Inventarse un
libro”... Suena a visión un tanto utilitarista del arte. ¿Me
puede explicar un poco mejor este concepto que ha utilizado alguna
vez?
V.F.: ¿Utilitarista? No
sé si entiendo la pregunta. Todos los libros son invenciones, o
deberían serlo. Salvo los que son plagios.
R.B.:
Pues aparquemos el utilitarismo y la autoría de una obra literaria.
¿Qué es “inventarse un libro” dentro de la labor editorial?
V.F.:
He leído en una estadística que el año 2016 se editaron en España
más de 80.000 títulos nuevos, de los cuales un 28 por ciento son
libros infantiles o para la escuela. La cifra es escandalosa. Uno se
imagina que entre tantos libros será posible encontrar cualquier
cosa, pues no es así: el mercado tiende a producir objetos muy
parecidos, siempre con la vista puesta en las ventas. En este
contexto, «inventarse un libro» sería apostar por los contenidos y
no dejarse influir ni por las modas ni por las estrategias
comerciales. Ese libro «inventado» debería aportar al menos
ciertas dosis de novedad a un panorama, como vemos, muy saturado, y
no repetir lo que ya dicen otros muy alto. Y debería hacerse con el
mayor esfuerzo y cuidado, y dedicándole todo el tiempo que sea
necesario.
R.B.: Leer cómo nació
Érase 21 veces Caperucita roja, uno de sus libros con más
tirón, además de arrancarme alguna que otra sonrisa, me llevó a
pensar en las cuitas de la producción propia... De todo hay cuando
se habla de este tema. Acto de valentía, de responsabilidad, de
patriotismo, de generosidad, de agudeza empresarial, de rentabilidad
económica... Me gustaría saber qué piensa usted al respecto...
V.F.: ¿Patriotismo? Esa
palabra me hace pensar en trompetas. El caso del libro que comentas
es muy particular. Reúne todos los trabajos de un taller de verano
realizado en Tokio con veintiún ilustradores (más bien
ilustradoras) que durante cinco días de verano realizaron la tarea
que les había encomendado: una versión personal del cuento de
Caperucita. Dado que el tiempo era reducido, todos trabajamos muy
duro, pero también lo pasamos muy bien. Al cabo de esos cinco días,
los participantes me entregaron cada uno su libro. Talleristas y
editores nos mantuvimos en contacto, y un año después pudimos
comprobar que muchos de los ilustradores se habían dedicado a
rehacer su trabajo con el afán de mejorarlo. La decisión de
publicar todos los proyectos se debe a la alta calidad de los mismos,
pero es también una forma de mostrar respeto y agradecimiento por el
compromiso de los alumnos.
R.B.: En alguna ocasión
ha afirmado que si se fijan en una idea que otro editor ha resuelto
de modo satisfactorio, deciden que no hace falta repetir lo mismo;
pero ¿no cree que la revisión de los conceptos, en cierto modo, es
una responsabilidad del mundo de la edición?
V.F.: Lo que quería
decir es que si, en la fase de documentación previa a la edición de
un libro, descubrimos que ya existe otro libro muy parecido al que
nosotros queremos hacer, tiene todo el sentido que nos planteemos
abandonar el proyecto. ¿Para qué hacer lo mismo otra vez? No estoy
hablando de que no se puedan actualizar los contenidos incluyendo un
comentario o mejorando el trabajo de traducción o de ilustración de
una obra. Eso siempre es posible, pero, evidentemente, habrá que
valorar si merece la pena realizar ese esfuerzo. Pero hablo de otra
cosa: hay determinadas novelas de algunos autores que podemos
encontrar en siete ediciones distintas mientras el resto de su obra
—que puede ser muy abundante— permanece impublicada, desconocida
y no accesible a los lectores. A todos nos vendrán a la cabeza
numerosos ejemplos.
R.B.: Cíteme algunos de
esos trabajos que, a su juicio, otros editores han resuelto
adecuadamente.
V.F.: Ese comentario ha
de tomarse como una declaración de intenciones. No sé si existen
esos ejemplos. Algunos libros que hemos querido hacer, los han hecho
otros, efectivamente; a veces por haber despertado nosotros el
interés de otras editoriales. Es el caso del Libro de juegos para
los niños de los otros, de Ana María Matute, publicado por vez
primera por Lumen, en 1961, dentro de su colección Palabra e Imagen,
y vuelto a editar, en 2003, por Espasa. Nosotros queríamos haber
hecho una edición respetuosa del libro original, con las fotografías
de Jaime Buesa, y Espasa las sustituyó por fotos actuales y
convirtió el libro en algo bastante distinto.
Imagen de El mundo al revés de Miguel Calatayud. Media Vaca, 2001.
R.B.: Arnal Ballester,
Ajubel, Miguel Calatayud, Isidro Ferrer... En su catálogo destacan
ilustradores de larga trayectoria y muy experimentados. Aparte de ese
bagaje y algunos puntos comunes con usted, ¿qué tienen que les
parece tan atractivo?
V.F.: Explicarlo me
llevaría mucho tiempo. Tampoco sé si hace falta dar explicaciones.
Está claro que son grandes ilustradores con un largo recorrido.
Todos han trabajado para libro infantil, publicidad, historieta,
prensa y carteles; es decir, conocen los requerimientos de los medios
y sus distintos públicos. Todos ellos poseen un lenguaje personal y
un universo de imágenes propio —lo que llamamos una cultura
visual—, adquiridos con el trabajo constante, el estudio, la
investigación y la experimentación.
Imagen de El arroyo de Elisèe Reclùs y Eleazar Guazzelli (il). Media Vaca, 2001.
R.B.: No se lo creerá,
pero por culpa de dos de sus hijos literarios, Robinson Crusoe
y El arroyo, tengo sentimientos encontrados respecto a la
novela ilustrada... Por un lado, mis imágenes se enfrentan a las de
Ajubel en torno a la obra de Defoe. Por otro, no puedo imaginarme las
palabras de Reclus sin el sereno curso de agua ideado por Guazzelli.
¿Suma o resta la ilustración? ¿Es necesaria?
V.F.: A veces, suma; y a
veces, resta, multiplica o divide. ¿Qué podemos decir? De la
lectura de un texto o de una imagen, no todo el mundo recibe lo
mismo. Hay cuestiones que influyen, como la costumbre y el gusto
estético de cada uno. En mi opinión, no todos los libros deben ser
ilustrados, pero no es el caso de los dos que mencionas. De El
arroyo no conozco otras ediciones ilustradas, pero de Robinson
hay una infinidad, y las hay para todos los gustos. El Robinson
de Ajubel no es el de Defoe, pero no hay por qué preferir uno frente
al otro. Ajubel, cubano, habitante de una isla, cuenta muchas cosas
en su personal acercamiento al clásico que en otras versiones
literarias quizá pasen inadvertidas. El paso del tiempo, y la dureza
de la vida salvaje, está perfectamente retratado en la distinta
fisonomía que adquiere el personaje, que va transformándose a lo
largo de los dibujos hasta el punto de no parecerse a sí mismo. La
mayor parte de los dibujantes suelen preocuparse, por el contrario,
por mantener el parecido: repetir bien una cara es parte de la
pericia del dibujante. La mirada que lanza el personaje Robinson, con
un Viernes postrado a sus pies —por citar otro ejemplo—,
interroga directamente al lector-espectador sobre la espinosa
cuestión de la esclavitud, muchas veces soslayada.
R.B.:
Refieriéndome al Robinson
de Ajubel se me vienen a la cabeza otros dos títulos de Media Vaca,
No tinc paraules
de Arnal Ballester y El
mundo al revés de
Miguel Calatayud, otros dos libros sin texto con gran capacidad
crítica pero que al mismo tiempo dan mucho juego. ¿Les faltan esas
dos premisas a los libros para niños actuales?
V.F.:
Recuerdo una frase de Les Luthiers, que decía: «Un libro, si no
está escrito, es como que le falta algo». Les Luthiers son
humoristas y esa frase es una broma, por supuesto, pero a una gran
mayoría de lectores les ha de parecer completamente en serio, porque
para mucha gente los libros son, sobre todo, instrumentos para la
alfabetización y no para la imaginación. Lo que se pide a los
libros es que enseñen a leer a los más pequeños, pero muchas veces
no se va mucho más lejos que eso. Aunque lo sabemos, porque hemos
estudiado a los egipcios, o porque lo hemos visto en un documental
sobre las catedrales góticas por televisión, generalmente pasamos
por alto que las imágenes también son una escritura, y también hay
que leerlas. Es imposible no pensar en los libros de imágenes tan
interesantes que se podrían hacer, en todo lo que nos estamos
perdiendo.
R.B.: De entre todos los
libros de Media Vaca y seguramente por deformación profesional, mis
favoritos son los de la colección El mapa de mi cuerpo de
Genichiro Yagyu (a los que, por cierto, debo una reseña). Al hilo de
estos y acercándome a su otro yo ilustrador me gustaría
preguntarle, ¿cree usted que el matrimonio entre grafismo y libro
informativo es mejor avenido que entre grafismo y narrativa?
V.F.: Esa colección, El
mapa de mi cuerpo, contiene, por cierto, los únicos libros que hemos
traducido. Si atendiéramos sólo a consideraciones comerciales,
podríamos haber hecho como la mayor parte de las editoriales y
dedicarnos a comprar álbumes ilustrados, y ahorrarnos medio centenar
de libros publicados. Eso no es así porque, como decíamos antes,
nos hemos esforzado por cumplir nuestro capricho. Contestando a tu
pregunta: la ilustración es narración; que el libro sea informativo
o de aventuras, tanto da.
R.B.:
Las antologías Libro
de nanas y Narices,
buhitos y volcanes, el
Libro de las preguntas
de Pablo Neruda con ilustraciones de Isidro Ferrer, la Garra
de la guerra de Gloria
Fuertes y Sean Mackaoui (il.)... Su editorial apuesta por la poesía.
¿Por qué cree que, en general, se publica poca poesía para niños?
V.F.:
Creo que se publica mucha poesía para niños, aunque es muy probable
que en las escuelas y en los medios de comunicación esos libros no
reciban la misma atención que los de narrativa. La mitad de los
proyectos que recibimos en la editorial para valorar su publicación,
son libros de poesía. Una razón por la que no son tan visibles los
libros de poesía, quizá, es por la especial relación que tienen,
en España, los libros infantiles con el mundo escolar. La mayor
parte de los libros que se leen en edad escolar cuentan historias
relacionadas con las materias que forman parte del currículo
escolar. Si lo que queremos es un libro para hablar sobre la igualdad
de género o sobre el cambio climático, por ejemplo, será más
sencillo contarlo en prosa que en verso. Aunque seguramente me
equivoco y hay ya varios libros de poesía sobre esos temas. Otra
razón que se me ocurre, muy evidente, tiene que ver con la
traducción. Muchos de los libros infantiles que se publican son
versiones de libros que se editaron originalmente en otras lenguas, y
traducir poesía, por decirlo pronto, es más caro y más complicado
que traducir historias: cada palabra cuenta. A pesar de lo dicho,
autores de éxito como Shel Silverstein han sido publicados en muchas
partes y supongo que sus poemas traducidos se venden, sólo por ser
nombres famosos, tanto o más que las creaciones originales de poetas
publicados en su propia lengua.
R.B.:
Al hilo del género poético y recordando su edición de ¡Fuego!
de Jan Brzechwa, se me ha venido a la cabeza el tema (un poco
espinoso para algunos) de la traducción literaria. ¿Qué se plantea
usted como editor cuando decide traducir un texto?
V.F.:
Como ocurre con el teatro, la regla general es que si una obra es una
comedia, pasada a otra lengua no puede ser un drama. A partir de ahí,
se trata de que la lectura resulte fluida y que la escritura no se
aleje demasiado de lo que dijo el autor. Si bien toda traducción es
una traición, hay que preferir que el traidor no sea de los que te
clavan un cuchillo por la espalda.
R.B.: Cuando he visitado
alguna feria del sector y pongo la oreja, escucho cosas como “Es un
libro impecable, pero no sé si funcionaría en el país E” o “No
sé si los lectores de B llegarían a entender estas
ilustraciones”... ¿Qué tienen las literaturas gráficas que en
ocasiones son más difícilmente extrapolables a otras realidades
geográficas, a otros contextos lectores que las meramente textuales?
V.F.: No creo que eso sea
cierto. No creo que la lectura de imágenes plantee dificultades
mayores que la lectura de textos a ningún público, sea de A, de B,
de C o de más lejos. Claramente, es al revés. Es una cuestión de
educación. También de mercado. Los que deciden qué se vende y qué
no se vende, qué es adecuado y qué no lo es, son comerciantes, no
son lectores. Nuestros libros, en español, se venden sin problemas
en otros países. Se venden por las imágenes. También es verdad que
si estuvieran traducidos tendrían muchos más lectores.
Imagen de la antología Libro de nanas, ilustrada por Noemí Villamuza. Media Vaca, 2004.
R.B.: ¿Qué le dice a
Vicente Ferrer un premio internacional como el Bologna Ragazzi y otro
nacional como el de libro mejor editado?
V.F.: ¿Qué me dicen
estos premios? No pienso mucho en ello, la verdad. Los premios son
importantes, porque ayudan a dar a conocer nuestro proyecto. El
Premio de la Feria de Bolonia lo ha hecho a nivel internacional y
estamos muy contentos de que sea así. La importancia de ese premio
se la da la composición del jurado, formado por profesionales
independientes, y su gran participación, ya que concurren las
principales editoriales comerciales de todo el mundo. Si este premio,
que nos han concedido varias veces, lo hubiera ganado una editorial
con más medios, seguramente sabría explotar mejor esa publicidad,
pero nosotros no hemos aumentado significativamente las ventas por
ese motivo. Eso sí, vendemos derechos a Corea, cuyas empresas
editoriales probablemente nunca se habrían acercado a nuestros
libros.
Imagen de las guardas de Así es la dictadura de Equipo Plantel y Mikel Casal (il.), Media Vaca, 2015.
R.B.:
Sin embargo, esa visibilidad que tiene Media Vaca en el extranjero no
se extrapola a las librerías de nuestro país. A veces me cuesta ver
sus libros en los escaparates. ¿Qué ocurre con la distribución de
sus libros?
V.F.:
Cuando empezamos, hace casi veinte años, tuvimos distribución
comercial regular. Hemos trabajado con más de diez distribuidoras,
casi todas pequeñas, repartidas por toda la geografía. Había quien
entendía nuestro proyecto, apreciaba los libros y los vendía mejor.
Otros, vendían 200 ejemplares de un título y al cabo de unos pocos
meses nos devolvían 180. El libro que parecía un gran éxito
solamente había llegado a 20 personas. La actividad de vender libros
era un continuo movimiento de cajas a través de transportistas, que
eran los que realmente hacían negocio. En un momento determinado,
dos distribuidores nos estafaron y los denunciamos. Ganamos uno de
los juicios y perdimos el otro, porque el comercio de libros es
extraño y hay determinadas prácticas perversas que no hay quien las
entienda. Decidimos entonces que no era posible competir en un
mercado desigual que se basa en la venta en depósito y en un sistema
de continuas novedades que favorece a los editores grandes que
implantaron el modelo; tomamos la decisión de convertirnos en
nuestros propios distribuidores y trabajar principalmente con los
libreros que nos apoyan y que quieren tener nuestros libros. Así es
desde hace varios años. Les ofrecemos mayores descuentos,
facilitamos al máximo las condiciones de pago y organizamos
actividades en sus espacios. Aunque apartarse de las prácticas
habituales dificulte nuestra visibilidad, es mucho más gratificante
trabajar con personas a las que consideramos aliados.
R.B.: Este país de
provincianos y pobres, donde el recelo y la envidia alimentan ese
vicio insano de faltar al reconocimiento de lo nuestro, también ha
procurado abrigo a las genialidades de muchos artistas. A pesar de
haber leído sus críticas hacia nuestro contexto cultural y
compartirlas, démosle una oportunidad: ¿Qué tiene de bueno España
en lo que se refiere al mundo de la Literatura Infantil?
V.F.: Creo que lo mejor
de este país son los provincianos y los pobres. Los capitalinos y
los ricos dejan mucho que desear. El mundo de la literatura infantil
—si es un mundo y no un callejoncillo—también deja mucho que
desear. En España miramos mucho lo que se hace fuera, estamos muy
pendientes de los modelos de éxito, de los grandes nombres, de los
premios, y desconocemos casi todo sobre nuestra propia tradición,
que es muy rica y merece más atención. Hablo de los libros y
autores de la época de la República, como Salvador Bartolozzi, pero
también de libros y autores mucho más recientes. ¿Por qué no se
han recuperado las series que realizaron José Luis García Sánchez
y Miguel Ángel Pacheco en los setenta? ¿Por qué no existe una
edición contemporánea del Bestiario que Andrés Rábago
—firmando como Ops— publicó en Alfaguara en 1989? ¿Y la serie
de Fricandó, de Montse Ginesta y Arnal Ballester? Esos libros, y
otros más, deberían permanecer siempre al alcance de nuevos
lectores.
R.B.: ¿A qué le gusta
jugar, qué le gusta comer y qué lecturas comparte con su otro yo en
Media Vaca y en la vida, Begoña Lobo?
V.F.: Jugar, juego al
juego de la vida, como dice en su canción Cecilia, pero no sé si
eso me acaba de convencer como juego. Comer, como de todo, gracias a
mi abuela, y no me dejo ni una miguita. Las lecturas que comparto con
Begoña son casi todas, pero ella lee aún más que yo, y más
deprisa, y se entera de todo el doble. El último libro que hemos
leído los dos, hace unos días, no es un libro infantil. Es El
comensal, de Gabriela Ybarra.
17 enero-11 marzo 2017
Begoña Lobo y Vicente Ferrer retratados por Rosa Barber. |
Vicente Ferrer Azcoiti (Valencia, 1963) es ilustrador y editor. Estudió Bellas Artes y Ciencias de la Información, además de realizar cursos de grabado calcográfico y decoración cerámica. Entre 1980 y 1998 fue autor-editor de publicaciones ilustradas de corta tirada como Té con Limón, PIENSA, Sabiduría Fallera y 1/2 Vaca, y desde 1998, es editor junto a Begoña Lobo de libros ilustrados bajo el sello Media Vaca, una editorial que produce libros muy ilustrados para niños y niñas de todas las edades, cuyo catálogo se compone en la actualidad de sesenta y cuatro títulos repartidos en seis colecciones: Libros para niños, dirigida a los niños de todas las edades; Últimas lecturas, para los no niños y también para los no lectores; Grandes y pequeños, para proyectos que requieren diferentes tamaños y formatos; Libros para Mañana, destinados a interesar a los niños por la política; Mi hermosa ciudad, que es un alfabeto de ciudades, y El mapa de mi cuerpo, que se ocupa de algunas partes interesantes del cuerpo humano. Algunos de sus títulos se han traducido al francés, italiano, portugués y coreano, y se venden en librerías de varios continentes. Entre las distinciones internacionales recibidas por Media Vaca destacan los cuatro premios Bologna Ragazzi Award obtenidos en la Feria del Libro para Niños de Bolonia en los apartados «Ficción» y «No ficción».
Vicente no da puntada sin hilo... Un placer leerle.
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