Ilustración de Adolfo Serra
Román
Belmonte (R.B.): Mis
monstruos están muy contentos de tenerte aquí, más que nada porque
es la primera vez que nos visita un narrador oral. Me creo en el
deber de preguntarte, ¿qué te llevo a esta profesión tan
sacrificada?
Pep
Bruno (P.B.): Cuando uno conversa con colegas de oficio se da cuenta
de que cada uno, cada una, llegó por un camino propio a la
profesión. Contar cuentos es algo que todo el mundo puede (y
debería) hacer, pero vivir de ello es algo más complicado: uno
tiene la sospecha de que son los cuentos quienes deciden en qué
garganta se acomodan para ser contados.
En mi
caso hubo varios motivos que se juntaron y acabaron empujándome a la
escena y la palabra dicha, pero fundamentalmente dos: el gusto por
las historias (por leerlas, por escribirlas, por escucharlas, por
contarlas) y vivir en Guadalajara, una ciudad de cuento donde la
narración oral es muy reconocida y disfruta de gran predicamento.
En
cuanto a si es una profesión “tan sacrificada”, sí, es verdad
que tenemos que viajar mucho, es verdad que andas todo el día
buscando nuevos cuentos para contar, es verdad que eres tu propio
administrativo, secretario, gestor, es verdad que cada día con un
público nuevo es como si tuvieras que volver a pasar un examen
final… pero también es verdad que este es un oficio con muchas
gratificaciones que compensan (desde mi punto de vista, con creces)
los momentos más duros.
R.B.:
Con tantos países,
festivales, bibliotecas y centros de enseñanza a tus espaldas, ¿qué
consejos darías a los recientemente iniciados en este arte de la
transmisión oral?
P.B.:
Hay muchas elementos que entran en juego a la hora de contar cuentos
para un público, pero quizás haya uno que resulte fundamental: la
honestidad. Contar desde la verdad que uno es, articular la historia
desde la propia voz, ser consciente de dónde se está. Ser honesto a
la hora de contar historias es tener mucho camino recorrido ya de
partida.
R.B.:
Su/s antología/s de
cuentos favorita/s es/son...
P.B.:
Hay muchas, claro, te cito algunas, las que primero me vienen a la
cabeza ahora: los Cuentos
al amor de la lumbre,
selección y revisión de Antonio Rodríguez Almodóvar, en Anaya; El
círculo de los mentirosos,
selección de Jean Claude Carrière, en Lumen; Los
cuentos de Ahigal,
recogidos por José María Domínguez, en Palabras del Candil; los
Cuentos
populares albaneses,
seleccionados y traducidos por Ramón Sánchez Lizarralde, en
Miraguano; los Cuentos
de la madre Muerte,
seleccionados por Ana Cristina Herreros, en Siruela (bueno, en
realidad la colección completa de Cuentos Populares de Siruela es
una joya); Cuentos
de los hermanos Grimm para toda las edades,
adaptados por Philip Pullman, en B de Block; de verdad que podría
seguir un rato largo. Y estos son sólo los cuentos de tradición
oral. Si entramos en las colecciones de cuentos de autor también
tengo para un rato largo.
R.B.:
¿Tienes algún
cuento favorito o uno que cuentes mucho? ¿Por qué?
P.B.:
Más que un cuento favorito tengo muchos cuentos favoritos y, sobre
todo, tengo algunos cuentos favoritos ahora. Es decir, hay temporadas
que parece que sólo quisieras contar unos cuentos y dejar descansar
otros. Ahora mismo ando muy feliz con una selección de cuentos del
Decamerón que
cuento en “Viejos cuentos de nuevo” y algunos cuentos populares
que he empezado a contar a niños y niñas de primaria como “Los
tres pelos del Diablo”. Pero insisto, es como una relación
amorosa, ahora estamos muy felices juntos pero puede que la llama de
la pasión se agote y que luego, más adelante, vuelva a brillar
intensamente. Aun así sí es verdad que tengo algunos cuentos con
los que, más que una relación pasional, tengo una convivencia
apacible como de matrimonio de años, cuentos que bien puedo haber
contado más de mil quinientas veces; entre estos hay alguno que me
acompaña desde el primer día que conté.
R.B.:
Tradicionalmente, las
historias, los cuentos, han sido transmitidos por personas
cualesquiera que sólo utilizaban la palabra para que el mensaje
llegara a los demás, ¿no crees que en ocasiones muchos narradores
orales abusan de la teatralidad?
P.B.:
En estos casi 25 años de oficio, en festivales de aquí y de allá,
en escenarios como el Maratón de los Cuentos de Guadalajara… he
visto y escuchado a muchos colegas de oficio, narradores y narradoras
que contaban de maneras muy diversas: con mucha teatralidad y sin
nada de ella; ceñidos al texto o volando con él; utilizando
vestuario, objetos, libros, música… o nada de todo esto; contando
solos o en grupo; poniendo voces muy diversas o utilizando un único
registro… Es decir, hay mucha variedad y, con el paso de los años,
aunque tengo bastante claro qué tipo de cuentista y qué estilo de
contar me enamora más, también valoro a quien es capaz de engañarme
desde su propia propuesta, de hacerme disfrutar de una historia
incluso cuando la cuenta de la manera más opuesta a como lo haría
yo. Porque en realidad se trata de eso: de quedar atrapado en la
historia, de que me crea lo que escucho, de que, utilice los recursos
que utilice, todo sea a favor de la historia (y no hay elementos
artificiosos o forzados que me hagan salir de la historia).
R.B.:
En este lugar de
monstruos es inevitable hablar de didactismo... ¿Prefieres que los
cuentos enseñen o entretengan?
P.B.:
Los cuentos tienen, entre otros muchos valores (o funciones, o
razones de ser), el de educar deleitando. El cuento siempre tiene una
idea del mundo, siempre presenta una escala de valores, y al mismo
tiempo siempre tiene una historia que te atrapa, te encandila, te
entretiene. El equilibro entre estos dos aspectos es fundamental: si
se cargan las tintas en uno de ellos podemos pasar del cuento a la
perorata o del cuento al chiste.
En
cuanto al entretenimiento te diré que, desde mi punto de vista, lo
importante es que el cuento sea una buena historia, que te atrape
desde el principio, que te enamoren sus personajes, que su ritmo no
te deje escapar, que resulte coherente y verosímil, que esté bien
resuelta… y todo esto ya lleva implícita su manera de ver el
mundo, de pensarlo, de pensarnos.
Y
en cuanto al didactismo yo lo resumiría de una manera muy sencilla:
me gustan los cuentos que me generan preguntas mucho más que los que
me dan respuestas.
Ilustración de Cecilia Moreno
R.B.:
Si no me equivoco, en
tu repertorio cuentas con sesiones para un público adulto y otras
para otro más infantil. ¿Por qué esta diferenciación? ¿Acaso la
narración oral no era para todos los públicos en sus inicios?
P.B.:
Los cuentos son para todas las edades, de eso no hay duda, pero al
separar repertorios para públicos más homogéneos tienes
posibilidad de mejorar la selección de cuentos y la propuesta
narrativa. De esta manera puedo elegir cuentos cercanos a los centros
de interés y a la capacidad de escucha del público. Un ejemplo muy
sencillo: un niño de 2 años puede escuchar entre 15 y 30 minutos y
un adulto puede escuchar una hora y media sin problema, eso ya te
permite que puedas contar cuentos largos (de una hora, por ejemplo)
si el público es joven o adulto, pero podría ser un desastre si
contara un cuento de una hora a un público de dos años. Esto es un
caso extremo, pero, por ejemplo, yo diferencio entre los cuentos que
cuento para 2º de ESO y los que cuento para 3º de ESO, o los que
cuento para 3 años y los que cuento para 4. Con los años he ido
aprendiendo y conociendo a los distintos públicos y eso me permite
afinar en el repertorio elegido para contar.
Esto
no significa que yo vaya buscando cuentos para tal o cual edad: yo
busco buenos cuentos para contar y luego, una vez preparados, los
cuento al público al que, creo, puede interesar más. A veces tengo
cuentos que cuento a todas las edades, a veces sólo a un tramo, a
veces sólo a uno o dos años… voy probando, voy afinando, voy
aprendiendo.
También
es un error generalizar: los centros de interés no vienen sólo
determinados por la edad, o a veces en una una misma edad hay una
horquilla muy amplia de centros de interés (por ejemplo, pueden
variar mucho y ser muy distintos entre un niño y una niña de 13
años), igual que hay centros de interés propios de cada chaval.
Todo esto te orienta y te ayuda para ir contando y ajustando cuentos
y público.
Y
todo lo dicho no excluye que haya funciones familiares (o funciones
con públicos de edades muy diversas) con cuentos muy variados que
interesan a todo el público (adulto e infantil), funciones en las
que también cuentas con textos que manejan distintos planos de
interpretación y en los que puede ocurrir que en un momento se rían
los niños, en otro momento los adultos, en otro momento todos.
R.B.:
En muchas ocasiones y
desde diferentes plataformas se ha hablado de la censura sobre a
Literatura Infantil y Juvenil, es por ello que me creo en el deber de
preguntarte, ¿crees que es más difícil la censura en la parcela de
la narración oral al ser un medio más inmediato o hay otros
mecanismos para evitar la escucha aparte de tapar las orejas de los
oyentes?
P.B.:
A veces pienso que uno de los motivos por los que la narración oral
sigue siendo una propuesta artística no muy difundida, no muy
conocida, es porque no tenemos guion. Me explico. Tú programas un
monólogo teatral y sabes qué va a contar ese actor, esa actriz,
pero tú llevas a un narrador y él te puede decir qué cuentos
contará (y muchas veces sólo más o menos) pero no qué dirá:
porque el narrador elabora el discurso en el momento, y ese cuento no
se sostiene en un monólogo, se sostiene en un diálogo continuo con
el público en el que el contexto juega también un papel muy
importante, así, puede ocurrir que una noticia que acabe de
conocerse de pronto aparezca en el espectáculo, igual que cualquier
cosa que ocurra durante la función (un móvil que suena, una puerta
que se abre inesperadamente, alguien que se ríe escandalosamente…)
también puede ser incorporada. Y esta incertidumbre, en muchos
casos, no gusta a quienes programan o a quienes mandan.
Por
lo tanto sí, es más difícil censurar a un narrador, a una
narradora, especialmente una vez que está contando frente al
público, aunque sí puede haber una censura posterior (conozco casos
de narradores vetados que no han vuelto a contar a algún lugar).
De
todas maneras hay dos cosas importantes que se deben señalar aquí:
por un lado la gente va a escuchar historias, no arengas, por lo
tanto puede haber algunas referencias al contexto, a lo que sucede (y
nos sucede) en el día a día, pero la gente quiere historias, buenas
historias, que sucedan en espacios de ficción, que les hagan pasar
un buen rato y que les nutran, y no pegotes (didácticos, críticos,
soflamáticos…) metidos con calzador aquí y allá entorpeciendo
una buena historia.
Y
la segunda cosa es que habría que diferenciar en cuanto a una
censura vertical, aplicada desde arriba, de la que actualmente se dan
pocos casos (al menos, que yo sepa, en nuestro oficio), y una censura
horizontal, cada vez más presente en nuestra sociedad, que incluso
llega a convertirse en una propia autocensura (a la hora de elegir
cuentos, de contarlos, etc.). En ambos casos creo que una de las
funciones del profesional de la narración oral es la de tener una
mirada reflexiva, la de ser voz crítica, y por lo tanto la de ser en
(y promover) espacios de absoluta libertad.
R.B.:
¿Alguna vez has
sentido la censura en tus propias carnes? ¿Nos podrías contar
alguna anécdota censora?
P.B.:
No, al menos que yo recuerde ahora. Lo más parecido fue una queja
que una persona registró en un ayuntamiento tras haberme escuchado
contar. Desde el ayuntamiento me pidieron que contestara a la queja y
que argumentara mi respuesta. Una vez entregado mi escrito se
desestimó la queja. Con posterioridad he vuelto a trabajar en varias
ocasiones en ese municipio.
R.B.:
Cambiando de tercio,
nos toca hablar de libros y lectura... ¿Se puede realmente
transcribir la tradición oral? ¿Le hacen justicia los libros a los
cuentos?
P.B.:
Es un tema apasionante. La transcripción literal puede resultar un
completo desastre: textos feos de leer que, además, apenas son una
parte de lo contado (pues faltan referencias a elementos como la
prosodia, los gestos, el contexto, la respiración del público…),
por lo tanto suele ser conveniente trabajar un poco con ellos, pero
también es fácil que ocurra que en el proceso de reescritura estos
cuentos recogidos del ámbito de la oralidad puedan perder mucho de
su valor.
Son
lenguajes distintos el oral y el escrito, y para pasar de uno a otro
hemos de hacer una especie de traducción (en un sentido o en otro).
Los buenos “traductores” consiguen que haya cuentos literarios
que se disfrutan contados (y escuchados) y cuentos orales que se
disfrutan leídos. Y para eso, como para todo en esta vida, hay que
saber. Para mí un ejemplo clarísimo es la colección de Los
cuentos de Ahigal,
una verdadera joya en la que los textos orales mantienen mucha de su
frescura a pesar de haber sido pasados al lenguaje escrito.
Ilustración de Alberto Gamón
R.B.:
Aparte de constituir
una patria compartida de la imaginación, ¿qué tiene la narración
oral que no tiene la lectura y viceversa?
P.B.:
Quizás la diferencia fundamental es que la lectura suele ser un acto
solitario (salvo algunas excepciones) y la narración oral siempre
tiene que ser un acto compartido. Por lo tanto en la narración oral
siempre hay otro, otra, siempre hay alguien que te mira y que está
contigo viajando a lomos de esa historia que cuentas.
R.B.:
En la última década
las editoriales del gremio apostaron por el trabajo de los narradores
orales a la hora de la producción escrita, ¿a qué crees que se
debió esta sinergia entre cuentacuentos y libros infantiles?
P.B.:
A mí me gusta pensar que, en general, los cuentistas conocemos bien
el cuento y es para nosotros algo habitual contar historias con
estructuras (orales) que llevan funcionan siglos. Por lo tanto, a la
hora de escribir historias, manejamos (de manera natural) unos
recursos que nos facilitan mucho la tarea. Por esta misma razón
también ocurre que muchos de los cuentos que escribimos resultan
sencillos de contar o de leer en voz alta (en mi caso hay ejemplos
muy evidentes, como La
cabra boba o
La noche de los cambios),
y eso siempre resulta atractivo para editoriales que quieren llegar a
profesorado, bibliotecarias, familias… con ganas de leer y contar
historias.
Por
otro lado hay compañeros que dicen que escriben los cuentos que no
encuentran para contar (y que les apetecería contar), y si los
textos resultan de interés para una editorial ¿qué más da que el
autor sea cuentista o no?, si es un buen cuento, adelante, se
publica.
R.B.:
Pisa algún charco,
hombre: ¿Qué opinas del negocio de la LIJ?
P.B.:
El libro (ya sea LIJ o no) se mueve entre dos ámbitos muy
diferenciados, el de la cultura y el del mercado. Lo deseable sería
que hubiera un equilibrio entre esos dos territorios, porque que los
libros sean un “producto” rentable para el mercado permite que se
escriban y publiquen nuevos títulos, y eso, evidentemente, es bueno
para la cultura. Pero esto no ha de hacernos olvidar que el objetivo
ha de ser contar con buenos libros, y para eso es fundamental que las
editoriales estén dirigidas por editores (con criterios de cultura),
no por comerciales (con criterios de mercado). Es decir, creo que lo
que nos tiene que preocupar, fundamentalmente, es que se publiquen
libros de calidad, libros nutricios, libros que nos permitan cultivar
el pensamiento crítico y la reflexión, libros que nos golpeen,
libros que no nos dejen indiferentes, libros escritos dando por hecho
que somos lectores y lectoras inteligentes. Y eso, ya sea en el
ámbito de la LIJ, ya sea en otros ámbitos de la edición, no
siempre ocurre.
R.B.:
Parece ser que
últimamente los medios orales como la radio están de capa caída y
el público prefiere medios donde la comunicación se complemente con
lenguajes visuales. Es hora de preguntarle ¿El romanticismo de la
narración oral o lo integral de la era digital?
P.B.:
Pues no sé qué decirte: no sólo pienso que la radio goza de muy
buena salud, sino que creo que está habiendo un auge del podcast y
de los audiolibros, por ponerte un par de ejemplos orales. Igual que
pienso que esto va a más. Y eso no quita que no sea verdad que hay
también mucha pantalla y medios audiovisuales.
De
todas maneras tu pregunta creo que va por otros derroteros: me hablas
de una narración oral (oralidad primaria) y lo integral en la era
digital (audios, podcast, vídeos… es decir, una oralidad
secundaria, descontextualizada). Personalmente creo que el progreso
no debe significar dejar atrás las cosas buenas que tenemos, y se me
ocurren pocas cosas mejores que contar y escuchar cuentos. Yo abogo
por la convivencia. Eso sí: del cuento contado se puede abusar (y
pasar horas contando y escuchando), del tema de pantallas, ojo, todo
esto se está estudiando en la actualidad pero, desde luego, es pura
sensatez que haya un control paterno y una limitación de tiempos de
uso en la infancia.
Ilustración de Rocío Martínez
R.B.:
¿Qué próximos
proyectos le rondan?
P.B.:
Del ámbito de la narración, ademas de preparar nuevos cuentos y
espectáculos, y además de contar y viajar con mi mochila de cuentos
(por España y otros países), en la actualidad estoy enredado en un
par de proyectos apasionantes de formación: tengo dos alumnos
venidos de Chile, dos narradores que consiguieron una ayuda del
Ministerio de Cultura de Chile para pasar cuatro meses formándose
conmigo en un proyecto de mentorado. Al mismo tiempo y con mis
compañeros de AEDA ultimamos los detalles para la Escuela de verano
(la quinta edición ya). Ando también en un par de proyectos, que
todavía no puedo contar, relacionados con la formación y la
universidad.
Del
ámbito de la escritura: ayer terminé de revisar “Los días
pequeños”, una especie de novela-mosaico que cuenta con
ilustraciones de Daniel Piqueras Fisk y que publicará Narval en
mayo. Si todo va bien este año verán la luz otros tres libros más.
Y
del ámbito de la lectura: estoy deseando que lleguen los días de
vacaciones de Semana Santa para poder leer unos cuantos libros
maravillosos que me están esperando en la mesilla de noche.
R.B.:
Para decirle adiós ha llegado el momento de jugar, comer y leer...
¿Cuáles son sus juegos, sus platos y sus libros favoritos?
P.B.: Me
gusta jugar con el lenguaje (juegos de palabras, dobles sentidos,
palabras encadenadas…) aunque también disfruto mucho jugando al
ajedrez; también me gustan mucho los juegos de mesa y los
tradicionales de calle (entre ellos mi favorito, sin lugar a dudas,
el “balón prisionero”, o “matado” que decíamos de niños).
De
comidas, mis favoritas el arroz (en cualquiera de sus variedades y
posibilidades) y una buena tortilla de patatas con cebolla (como las
que hacemos en casa, pocas).
Ufff,
libros, ¡hay muchos que me gustan mucho! Te voy a citar sólo
alguno.
De mis
lecturas de niño recuerdo con mucho cariño El
zoo de Pitus, de Sebastiá
Sorribas. Y de mis lecturas de joven y adulto intenté hacer un
resumen y me quedó ESTA BIO/BIBLIOGRAFÍA.
Pep Bruno (Barcelona, 1971), licenciado en Filología Hispánica (Universidad de Alcalá de Henares) y en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (Universidad Complutense de Madrid), y diplomado en Trabajo Social (Universidad Pontificia de Comillas), empezó a contar cuentos de forma profesional en 1994. Cuentos para bebés, público infantil, juvenil y adulto forman un repertorio que ha viajado por toda España y por países como México, Perú, Chile, Argentina, Marruecos, Túnez, Portugal, Grecia o Bélgica. Ha participado en la organización del Maratón de Cuentos de Guadalajara entre 1994-2006 y ha sido miembro del Seminario de Literatura Infantil y Juvenil de esta misma ciudad en la que reside desde hace muchos años. Imparte cursos, talleres literarios, de creación y de animación a la lectura, así como es autor de numerosos artículos especializados. Desde el 2015 tiene un espacio dedicado a bibliotecas, libros y cuentos en la Radio Castilla-La Mancha. Para conocer más sobre su trabajo sólo tienen que visitar su página web o su blog Por los caminos de la tierra oral