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lunes, 9 de abril de 2018

Libros para abrir, cerrar, mirar y remirar


Pese a que muchos exhiben una reticencia manifiesta (y justificada a veces) sobre ciertas redes sociales en las que prima la cultura audiovisual, léanse YouTube o Instagram, un servidor quiere romper una lanza por estas plataformas que tanto nos han ayudado a la hora de recomendar ciertos libros, sobre todo aquellos que debido a su misma concepción, necesitamos verlos en acción para comprender totalmente su contenido.



Esto es algo de lo que me di cuenta la primera vez que me topé con los Cuentos infinitos de Ediciones Tralarí, unos objetos que, debido a su naturaleza, necesitan ser vistos para calar entre los mediadores de lectura y promuevan su utilización en los diferentes ámbitos donde desarrollen sus actividades. Algo similar sucedería con los libros móviles o pop-up y la llamada literatura infantil digital, ya que si no observamos su funcionamiento, las diferentes capas de interacción (no sólo cognitiva, sino también manipulativa), nos pueden parecer producciones ilegibles o carentes de sentido (sin fuste, como diríamos por estos lares).
Lo afirmo con rotundidad, más todavía desde que una amiga me comentó que había comprado para la biblioteca en la que trabaja El libro que hace clap de Madalena Matoso (editorial Fulgencio Pimentel) por considerarlo una virguería gráfica. Yo, que hilo fino, le dije con chiste “¿Pero sabes cómo funciona?” Ella un tanto perpleja me confesó que no sabía a qué me refería. Me saqué el móvil de la manga, abrí el Instagram de los monstruos y le mostré el vídeo con el que di vida a este título unos meses atrás. Ella, boquiabierta, exclamó una primera y larga vocal y añadió “¡Ya decía yooo...!”



Sucede lo mismo con aquellos libros como el de hoy, que si no lo abres, si no lo manipulas y te detienes en los detalles, seguramente pasará desapercibido entre la ingente cantidad de álbumes que se apilan en las secciones de novedades de las librerías. Como ya sucedió con ¡De aquí no pasa nadie! otro titulo ilustrado de Bernardo Carvalho que editara Takatuka hace un año y que muchos consideramos como redondo, La pelota amarilla (esta vez con Daniel Fehr a los textos y con la misma editorial de cabecera) juega de nuevo con el límite entre las páginas derecha e izquierda de cada doble página, un espacio normalmente carente de sentido (incluso muchos lo abominan por dividir preciosas ilustraciones), para darle un vis diferente a un partido de tenis en el que la pelota es el hilo conductor de un álbum donde el espacio real del objeto libro resulta ser el protagonista indiscutible por desbordar sus fronteras en nuestra imaginación.



Si a ello añadimos que la acción incluye toda una serie de propuestas de búsqueda, deportivas y/o sinsentido (hay escenas que me resultan canallas y muy graciosas), este libro publicado por primera vez por Planeta Tangerina (les recomiendo 100% su colección "Round Corners" o "Esquinas redondeadas"), da mucho de sí entre pequeños lectores y no tan pequeños. Así que, ya saben, los libros hay que voltearlos, abrirlos, marearlos, y también, leerlos.


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