Pese a que muchos exhiben
una reticencia manifiesta (y justificada a veces) sobre ciertas redes
sociales en las que prima la cultura audiovisual, léanse YouTube o
Instagram, un servidor quiere romper una lanza por estas plataformas
que tanto nos han ayudado a la hora de recomendar ciertos libros,
sobre todo aquellos que debido a su misma concepción, necesitamos
verlos en acción para comprender totalmente su contenido.
Esto es algo de lo que me
di cuenta la primera vez que me topé con los Cuentos infinitos
de Ediciones Tralarí, unos objetos que, debido a su naturaleza,
necesitan ser vistos para calar entre los mediadores de lectura y promuevan su
utilización en los diferentes ámbitos donde desarrollen sus actividades. Algo
similar sucedería con los libros móviles o pop-up y la llamada
literatura infantil digital, ya que si no observamos su
funcionamiento, las diferentes capas de interacción (no sólo
cognitiva, sino también manipulativa), nos pueden parecer producciones
ilegibles o carentes de sentido (sin fuste, como diríamos por estos
lares).
Lo afirmo con rotundidad,
más todavía desde que una amiga me comentó que había comprado
para la biblioteca en la que trabaja El libro que hace clap de
Madalena Matoso (editorial Fulgencio Pimentel) por considerarlo una
virguería gráfica. Yo, que hilo fino, le dije con chiste “¿Pero
sabes cómo funciona?” Ella un tanto perpleja me confesó que no
sabía a qué me refería. Me saqué el móvil de la manga, abrí el
Instagram de los monstruos y le mostré el vídeo con el que di vida
a este título unos meses atrás. Ella, boquiabierta, exclamó una
primera y larga vocal y añadió “¡Ya decía yooo...!”
Sucede lo mismo con
aquellos libros como el de hoy, que si no lo abres, si no lo
manipulas y te detienes en los detalles, seguramente pasará
desapercibido entre la ingente cantidad de álbumes que se apilan en
las secciones de novedades de las librerías. Como ya sucedió con
¡De aquí no pasa nadie! otro titulo ilustrado de Bernardo
Carvalho que editara Takatuka hace un año y que muchos consideramos
como redondo, La pelota amarilla (esta vez con Daniel Fehr a
los textos y con la misma editorial de cabecera) juega de nuevo con el límite
entre las páginas derecha e izquierda de cada doble página, un espacio
normalmente carente de sentido (incluso muchos lo abominan por
dividir preciosas ilustraciones), para darle un vis
diferente a un partido de tenis en el que la pelota es el hilo
conductor de un álbum donde el espacio real del objeto libro resulta ser el protagonista indiscutible por desbordar sus
fronteras en nuestra imaginación.
Si a ello añadimos que
la acción incluye toda una serie de propuestas de búsqueda,
deportivas y/o sinsentido (hay escenas que me resultan canallas y muy
graciosas), este libro publicado por primera vez por Planeta
Tangerina (les recomiendo 100% su colección "Round Corners" o "Esquinas redondeadas"), da mucho de sí entre pequeños lectores y no tan
pequeños. Así que, ya saben, los libros hay que voltearlos,
abrirlos, marearlos, y también, leerlos.
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