Este año parece que eso
de “Abril, aguas mil”, un refrán del que parecía que nos
habíamos olvidado, se va a cumplir a la perfección. Excepto en el
sureste peninsular, parece que el agua aflora por todos lados.
Cunetas, torrentes, manantiales, ramblas y lagunas endorreicas
llenas. Entre el deshielo y lo que sigue cayendo, parece ser que al
menos, durante este año, no nos faltará agua.
Pero ya saben que nunca
llueve a gusto de todos y mientras que unos agradecen sobremanera las
abundantes precipitaciones, otros están hasta el fandango de cielos
encapotados. Mientras que los agricultores del sur peninsular están
dando saltos de alegría (¡Esto era un secarral!), los hosteleros de
la cornisa cantábrica están a pique del llanto...
Yo no sé muy bien en qué
grupo incluirme, más que nada porque los del sur empezamos a echar
de menos el calorcete primaveral, ese al que nos habíamos
acostumbrado durante los últimos años. No crean que no estoy
contento con este regalo de los hados que tan bien riega nuestros
campos, pero no estaría nada mal que, entre chaparrón y chaparrón,
pudiéramos echarnos una cañita al sol.
Aunque lo nuestro es
quejarnos (ya saben..., llueva o haga frío, viento o calor), hay que
ser conscientes de que los días grises y desapacibles nos confinan
bajo techo y entre cuatro paredes. Si hablamos de personas caseras,
el plan es estupendo, pero si se trata de almas callejeras, la cosa
se pone turbia, no sólo por la escasez de colecalciferol o Vitamina
D3 (ya saben que necesitamos de los rayos del sol para transformar el
colesterol en este producto valiosísimo para nuestra absorción
intestinal), sino para la buena marcha de nuestra salud anímica y
mental.
Es por ello que, teniendo
en cuenta que se avecina todavía más agua, a todos los que como yo
sienten verdadera pasión por formar parte del mobiliario urbano, les
recomiendo que, además de estoicismo, se aprovisionen de buen humor,
o en su defecto lugares alternativos (salas de cine, bibliotecas,
teatros o universidades populares) en los que ¿quién sabe?
Encuentren alguien que les haga compañía, pues la lluvia, a pesar
de sus maldades, también puede ser una excelente alcahueta.
Y si no, fíjense en
Adèle, la protagonista de Rosa a pintitas, un libro para
lectores sensibles y románticos (¡Por fin! ¡Se agradece algo bonito, ñoño y estereotipado!), ideado por Amèlie Callot y
Geneviève Godbout (Me enternece ese toque vintage y atemporal de sus
ilustraciones) y editado en castellano por Impedimenta. Sus ánimos
quedan bajo mínimos cuando rompe a llover. El agua empieza a caer y
todos se quedan en casa, y su negocio, “El delantal a pintitas”
pierde afluencia. Se siente triste y sola, sin ganas de hacer nada.
Adèle odia los días grises. Pero un día, alguien deja olvidadas
unas botas de agua al lado del perchero, al día siguiente, un
chubasquero, y otro, un paraguas. ¡Quién se los haya dejado
olvidados ya no podrá pisar los charcos! Quizá sería buena idea
que Adéle aprendiera a pisarlos y sacar algo bueno de todo esto,
¿no?... Y hasta aquí puedo leer, que lo mejor es el final... Je,
je, je
Acostúmbrense a saltar
sobre los charcos, a llenarse de barro, y encontrarán que la vida es
juguetona como las gotas de lluvia que salpican la primavera...
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