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martes, 19 de marzo de 2019

¡De celebración!



El pasado domingo fue San Patricio, el patrón de Irlanda, una de esas fiestas que se han empezado a celebrar por todo el globo a tenor del gasto económico que supone. Como en otras festividades, léase el Oktoberfest, el quid de la cuestión se halla en los millones de barriles de cerveza que aderezan la fiesta, un líquido elemento que acompaña a vestimentas, ropajes, desfiles y cientos de actividades más que llenan las calles de Nueva York, Londres, Tokio, Sidney y, cómo no, Dublín, germen de todas las demás.
Siento cierta simpatía por las gentes del país esmeralda, no sólo porque compartimos puntos de una idiosincrasia católica (creyentes o no creyentes, el hecho cultural bebe de muchas fuentes), sino porque les va la marcha más que a nosotros. Quizá estaría bien un intercambio entre unos y otros (seguramente sacaríamos provecho de su liberalismo económico, de su libertad de prensa o de su concepción política), pero tampoco está mal que cada uno siga manteniendo sus costumbres y festivos, y concedernos de uvas a peras un viajecito a Cork, Galway o Limerick, que son bien pintorescas.


Si ustedes no son muy anglófilos y no han celebrado el día de Eire (Irlanda en gaélico), hoy nos toca celebrarlo con cierto retraso, pues traigo a este lugar de onstruos uno de esos álbumes clásicos que las nuevas editoriales del ramo han vuelto a reeditar para disfrute de los pequeños lectores (también grandes, como yo). El título en cuestión es El violín de Patrick, uno de los primeros libros-álbum del genio Quentin Blake (editorial Blackie Books).
Publicado por primera vez en 1968, este ya clásico nos cuenta la historia de Patrick, un hombre que visita el mercado en busca de un violín que finalmente le proporcionara el señor Cebolla en su puesto. El protagonista, vestido de verde (junto con el nombre, es un claro guiño al color de Irlanda y el símbolo de su patrón, el trébol), empieza a tocar el violín y cosas sobrenaturales comienzan a suceder mientras las notas recorren la campiña.


Seguramente muchos pensarán que este relato adolece de mucha simplicidad, algo con lo que discrepo pues considero que la poesía empapa todas sus páginas. Si se paran a pensar, en ningún lugar se habla de la magia del violín, sino que podemos bucear en los efectos que su música tiene sobre todos los seres que la escuchan. De un escenario bastante neutral, pasamos a un universo de color y fantasía donde la vida más exuberante crece al ritmo de los sones de Patrick, algo que nos permite asociar lo mágico a la bella metáfora de la construcción de un mundo mejor.


Por otro lado me gusta pensar que este libro tiene mucho que ver con la relación que Roald Dahl y Quentin Blake comenzaron en la década de los sesenta, pues quiere recordarme en cierto modo al libro El dedo mágico, uno en el que un simple dedo (hágase extensivo a objetos y cosas) son los desencadenantes de un orden ficcional que poco tiene que ver con lo natural y mucho con el carácter subversivo de los libros infantiles.
Disfruten por las pequeñas cosas de la vida. Brindemos por ellas.

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