El pasado domingo fue San Patricio, el patrón de Irlanda,
una de esas fiestas que se han empezado a celebrar por todo el globo a tenor
del gasto económico que supone. Como en otras festividades, léase el
Oktoberfest, el quid de la cuestión se halla en los millones de barriles de
cerveza que aderezan la fiesta, un líquido elemento que acompaña a vestimentas,
ropajes, desfiles y cientos de actividades más que llenan las calles de Nueva
York, Londres, Tokio, Sidney y, cómo no, Dublín, germen de todas las demás.
Siento cierta simpatía por las gentes del país esmeralda, no
sólo porque compartimos puntos de una idiosincrasia católica (creyentes o no
creyentes, el hecho cultural bebe de muchas fuentes), sino porque les va la
marcha más que a nosotros. Quizá estaría bien un intercambio entre unos y otros
(seguramente sacaríamos provecho de su liberalismo económico, de su libertad de
prensa o de su concepción política), pero tampoco está mal que cada uno siga
manteniendo sus costumbres y festivos, y concedernos de uvas a peras un viajecito
a Cork, Galway o Limerick, que son bien pintorescas.
Si ustedes no son muy anglófilos y no han celebrado el día
de Eire (Irlanda en gaélico), hoy nos toca celebrarlo con cierto retraso, pues
traigo a este lugar de onstruos uno de esos álbumes clásicos que las nuevas
editoriales del ramo han vuelto a reeditar para disfrute de los pequeños
lectores (también grandes, como yo). El título en cuestión es El violín de Patrick, uno de los
primeros libros-álbum del genio Quentin Blake (editorial Blackie Books).
Publicado por primera vez en 1968, este ya clásico nos
cuenta la historia de Patrick, un hombre que visita el mercado en busca de un
violín que finalmente le proporcionara el señor Cebolla en su puesto. El
protagonista, vestido de verde (junto con el nombre, es un claro guiño al color
de Irlanda y el símbolo de su patrón, el trébol), empieza a tocar el violín y
cosas sobrenaturales comienzan a suceder mientras las notas recorren la
campiña.
Seguramente muchos pensarán que este relato adolece de mucha
simplicidad, algo con lo que discrepo pues considero que la poesía empapa todas
sus páginas. Si se paran a pensar, en ningún lugar se habla de la magia del
violín, sino que podemos bucear en los efectos que su música tiene sobre todos
los seres que la escuchan. De un escenario bastante neutral, pasamos a un universo
de color y fantasía donde la vida más exuberante crece al ritmo de los sones de
Patrick, algo que nos permite asociar lo mágico a la bella metáfora de la
construcción de un mundo mejor.
Por otro lado me gusta pensar que este libro tiene mucho que
ver con la relación que Roald Dahl y Quentin Blake comenzaron en la década de
los sesenta, pues quiere recordarme en cierto modo al libro El dedo mágico, uno en el que un simple
dedo (hágase extensivo a objetos y cosas) son los desencadenantes de un orden
ficcional que poco tiene que ver con lo natural y mucho con el carácter
subversivo de los libros infantiles.
Disfruten por las pequeñas cosas de la vida. Brindemos por
ellas.
1 comentario:
hola! nada mas llegar me llevo otra entrada!! saludosbuhos.
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