Hoy por hoy me considero una persona afortunada. Dentro de
lo que cabe tengo buena salud (algún achaque sin importancia), una familia (con
sus más y sus menos, que esas tan perfectitas me aburren sobremanera), un buen
puñado de amigos, un trabajo que me llena (sobre todo cuando mis alumnos no lo
impiden) y me permite pagar mis facturas, y tiempo libre para ampliar mis
horizontes. Sí, se podría decir que tengo suerte… También es cierto que yo
ayudo, pues soy una persona bastante conformista que no se pirra por el lujo ni
caprichos excesivos, pues la buena o mala suerte también es una cuestión de
actitud.
Les diré que hay personas que, a pesar de tener una vida sin
sobresaltos ni problemas serios, se pasan el día lamentándose por sufrir de
mala suerte. No me dan ninguna pena, pues hay gente que no han nacido en un
país supuestamente avanzado (¿eso sería mala suerte?), sufren las
precariedades de la miseria, y disfrutan de las pequeñeces de la vida con la
mayor de las intensidades. En cierto modo compadezco a estos pobres de espíritu
que tienen un rasero bastante desvirtuado.
Es verdad que también están aquellos a quienes parece ser les
ha mirado un tuerto. No seré yo quien lo niegue, más todavía cuando hablamos de
pobreza, hambre o marginación de cualquier índole, pero sí he de apuntar que
mucha de esa gente con poca fortuna (sobre todo la que deriva de decisiones
personales) también adolecen de mucha ignorancia y poco sentido común, toman
decisiones poco acertadas y se dejan llevar por una vida alocada que suele
traer muchos problemas, principalmente de salud y/o monetarios.
A veces pienso que la suerte es un invento para justificar
nuestras circunstancias vitales, nuestra propia humanidad, y que cuando se
rompen ciertos cánones, echamos mano de ella, pues nos es difícil admitir que
cometemos errores, que no somos tan racionales como pensamos y que esa supuesta
perfección a la que nos aboca la sociedad es inexistente.
Y dejo de ponerme trascendental para ilustrarles mis ideas
con un título excelente (que se me pasó en su día... ¡Qué suerte haberlo encontrado!) de Sergio Lairla y Ana G.
Lartitegui, El libro de la suerte, un
libro editado por A buen paso que todos deberíamos conocer y sopesar para
entender qué es eso del azar. Pues en este libro que conecta dos narraciones
bien articuladas sobre una vacaciones, se nos presentan diferentes facetas de la llamada fortuna.
Una de ellas está protagonizada por un personaje amable y bastante comprensivo
que se deja llevar por las casualidades. Si le damos la vuelta al libro y
abrimos la otra tapa (¡Sí, dos tapas para dos historias!) nos topamos con un
personaje malencarado, terco y poco voluble al que nada le viene bien. Conforme
pasamos las páginas vemos como se sucede la acción, mientras que a uno se le
presupone mala suerte y al otro buena, nos damos cuenta de que esto no es así,
pues el “ganador” (lean el libro y se sorprenderán) no es quién a priori
empatiza con el lector. Seguramente les entrarán ganas de tirar el libro a la
basura, pero si se detienen a pensar en la dicotomía entre suerte y felicidad,
se pueden sorprender gratamente.
Sobre los aspectos técnicos del libro llamar la atención
sobre la combinación de estructura de cómic y álbum, lo que le confiere una
estructura secuencial bastante dinámica, así como la economía verbal del mismo,
pues deja bastante libertad a la creación discursiva. También decirles que me
encantan ciertos elementos de las ilustraciones (el barco y su reflejo como
nexo de unión, la comicidad de ciertos personajes, la yuxtaposición de ambas
historias, los cientos de detalles con los que enriquecer nuestras ideas, los guiños a los juegos de azar y a las ciudades monumentales, las
aguadas sutiles…). Vamos, ¡que hay que leerlo!
¡Ah! ¡Y buena suerte en este comienzo de semana!
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