Como bien dejé entrever el
lunes, una de las cosas que más valoro en mi vida diaria es el tiempo
libre. La verdad es que disponer de alguna tarde y todo el fin de semana para
uno mismo, se agradece bastante ya que cuerpo y mente necesitan orearse. Atender
otros menesteres distintos a los estrictamente profesionales y dejarse llevar
por derroteros más ociosos, como el que me ocupa en este mismo instante (escribir
sobre libros infantiles), es un lujo del que soy consciente.
Nadar, viajar, leer, hacer la compra, hacer la comida,
limpiar, poner lavadoras, corregir exámenes, salir de parranda, lavar el coche,
atender a la familia… ¡Para, Román, para! Que lo peor de todo viene cuando
empiezas a darle uso a todas esas horas, todos esos minutos que supuestamente
te sobran y, lo que antes se suponía bastante distendido, pasa a ser otra
carrera de vértigo que te ocupa más de la cuenta.
No es que yo me agobie, pues he aprendido a tomarme el
tiempo con calma, pero entiendo que otros si lo hagan, sobre todo cuando no
tienen quien les eche una mano con los hijos, las horas extra o la casa. Y así
pasa, que los días se les hacen eternos y al mismo tiempo se les pasan volando,
pues su mente trabaja a contratiempo o en un bucle de monotonía.
Un buen ejemplo de ese trajín diario lo tenemos en Cinco minutos más, el último libro de
marta Altés que nos trae como de costumbre la editorial Blackie Books. En este
álbum familiar (gusta a pequeños y grandes por igual), la autora nos presenta
el día a día de un padre al que el tiempo no le cunde nada mientras se hace
cargo de sus hijos.
Esta historia cotidiana y con cierta vis circular –empieza despertando
y termina soñando-, se basa en una serie de situaciones (acuérdense del sketch como estructura narrativa) que nos exponen las paradojas a las que nos tiene
acostumbrado el tiempo.
Aparte de una caracterización de los personajes maravillosa
(como en la mayor parte de sus obras) y una paleta de color encantadora, quiero
llamar la atención sobre dos aspectos técnicos que me han gustado mucho. En
primer lugar la ilustradora combina la secuenciación en viñetas con las escenas
a página sencilla y doble, para acelerar o ralentizar el ritmo narrativo, un
recurso que funciona estupendamente en un libro que nos habla del tiempo. En
segundo lugar hay que denotar que los hijos son los narradores, por lo que hace
más fácil una implicación del lector-espectador (hay mucho que ver en este libro-álbum),
sobre todo desde una angulación en la que el mundo de padres y personas mayores
parecen meros títeres de la acción ficcional.
Con este álbum muchos hablarán de crianza compartida o
literatura respetuosa, pero el caso es que yo me quedo con la disyunción de
ideas entre el mundo infantil y el adulto que sobre el concepto del tiempo tan
magníficamente nos presenta la Altés. Por un lado favorece lo paródico y nos
hace tomar con una perspectiva humorística el tema, por otro lado pone de
manifiesto una vez más lo subversivo del álbum como producción literaria,
poniendo en valor los pensamientos infantiles que se ríen de la terquedad y falta
de miras adultas.
Para finalizar, un consejo… Quizá deberían practicar el “mindfulness”,
adherirse al movimiento slow o bajar a por tabaco y darse el dos. No sé qué
será mejor, pero el caso es que la relatividad del tiempo a veces no es
saludable, sobre todo para esos adultos maduros y responsables que, como burros
de carga, supeditan la felicidad al reloj. Disfruten del tiempo invertido
(nunca se gasta, recuérdenlo) y no dejen que el “tic tac” con forma de
cocodrilo les devore como a Garfio, poco a poco.
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