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viernes, 29 de noviembre de 2019

Las vacas de mi infancia



No sé si alguna vez les he contado que mi abuelo era vaquero. No como los de las películas del oeste americano, que lo suyo eran las vacas lecheras. Recuerdo vagamente las cuadras donde las ordeñaba, cómo entraba la luz tenue del otoño por las ventanas. Por aquel entonces ya le quedaban muy pocas. Yo pasaba entre sus traseros con algo de cautela, pues nunca he sido muy amigo de las coces ni de las ventosidades.
Aunque las cosas han cambiado, hay que guardar la memoria a buen recaudo…

Talán, talán, telén, telén.
Último aviso “vacas al tren”.

Llega el otoño y se cae la hoja,
la lluvia a rayas todo lo moja.
El campo vuelve a ponerse verde.
Tal vez su hija no lo recuerde.

La vaca flaca aunque es octubre,
ya no despacha ni media ubre.

No le apetece ni la verdura
y apenas se hace la pedicura.

Todas las noches toma somníferos,
es la más triste de los mamíferos.

Para animarla, su cuidador
le ha regalado un ordeñador.

[…]

Raúl Vacas.
La vaca flaca.
Ilustraciones de Gómez.
2019. Salamanca: La guarida Ediciones.



jueves, 28 de noviembre de 2019

Una de cómic infantil y juvenil otoñal



Aunque tengo la narrativa bastante abandonada últimamente (el vértigo con el que me trata la vida en estos tiempos no me permite largas lecturas), sí les digo que estoy disfrutando mucho del cómic infantil. No sólo porque haya descubierto verdaderas joyas que me han ido encaminando hacia otras, sino porque cada vez se edita más y mejor, algo que bien merece la visibilidad de un género que según me cuentan los bibliotecarios nunca ha perdido aceptación a pesar de su poca renovación.
Si lo recuerdan, ya dediqué un monográfico al cómic infantil y juvenil en el que apuntaba a algunas claves sobre su idoneidad en la formación de los lectores, y en el que debido a la extensión, no pude comentarles muchos de los títulos. Es por ello que incluyo aquí algunos de estos ya clásicos, junto a otros de nueva hornada que no tienen ningún desperdicio, destacando aquellos que me han encantado con las consabidas tres estrellas [***]. Disfrútenlos porque merecen una lectura atenta y siempre enriquecedora.


Jay Lynch y Frank Cammuso. El día que Otto la lía. La casita roja. Empezamos esta tanda con un álbum en clave de humor sobre los anhelos infantiles. Otto recibe un regalo de su tía, una lámpara maravillosa con genio dentro. Al limpiarla el genio sale y le invita a pedirle un deseo. Como Otto está endiabladamente obsesionado con el color naranja (¿Se acuerdan de cuando eran pequeños y usaban la misma cera una y otra vez?). Pero ¿será un mundo enteramente naranja una buena idea? No se pierdan lo que viene después.


Geoffrey Hayes. Benny y Penny en Super-Prohibido. La casita roja. Alguien acaba de llegar a la casa de al lado y Benny y Penny están ansiosos por saber quién es. Ni cortos ni perezosos saltan la valla y se cuelan en el jardín de la nueva inquilina, Melina, una topita con la que no empezarán una relación muy cordial. Una suerte de dimes y diretes desembocará en un enfrentamiento poco agradable… Una historia sobre los encontronazos infantiles que no tienen nada que envidiar a los de los adultos, sino más bien al revés (¡Ojalá aprendiéramos de los niños!).



Sergio Ruzzier. Fox + Chick. La fiesta y otras historias. Liana Editorial. [***] Llega a las librerías la primera entrega de una de las series infantiles que más éxito tiene entre el público anglohablante. Y no es para menos pues Fox y Chick son de esos amigos que no tienen límites para montar las fiestas más extravagantes (si no me creen acudan a la primera historia), degustar las sopas más ricas (y eso que esta no lleva ningún pájaro desplumado) y disfrutar de la pintura al aire libre (a ver quién me pinta algún día un retrato). Unas historietas realmente entrañables que beben del universo absurdo pero maravilloso de los críos.



Gigi D. G. Pepino, héroe de leyenda. El Reino de la Rosquilla. La Cúpula. Basado en el webcomic del mismo publicado por primera vez en 2011, esta historia nos narra las peripecias de dos conejos hermanos, Pepino y Almendra (bastante antagonistas y que rompen con los roles de género) que deben salvar el mundo de Onirolandia de las manos del Señor de las Pesadillas. Es así como se embarcarán en una aventura con mucho chiste y acción acompañados de una cuadrilla “inmejorable”.



Jordan Crane. Por encima de las nubes. Bang Ediciones. [***] Hace poco saqué prestado de la biblioteca este cómic de notable formato (si hubiera sido pequeño, ni lo habría visto) que me sorprendió gratamente. No sólo por una historia que pone en entredicho la institución escolar (lo que mal empieza, bien acaba… ¿o no era así?) y echa mano de la desenfrenada imaginación de Simón y su gato para poner de relieve que muchas veces, llegar tarde al colegio puede propiciar una aventura sin límites. Con este batido de ingredientes actuales y otros tan clásicos como Jack y las habichuelas mágicas o la mismísima Matilda (no sé por qué me ha recordado a estas obras…), un universo de ensoñación que no deben perderse se abre camino en esta pequeña selección.


Katie O’Neill. La sociedad de los dragones de té  [***] / Bahía Acuicornio / Érase una vez dos princesas. La Cúpula. Atravesamos el ecuador de este listado de novedades (y no tanto) de comic infantil con las tres obras de una autora que lo está petando.


El primero de ellos es un álbum que fue la sorpresa de la temporada pasada en lo que a álbum infantil se refiere. Con una historia que destila colorido, cierto aire mangaka, mucho misterio y escenarios evocadores, La sociedad de los dragones de té se adentra en un mundo mágico habitado por unos seres (a veces mitológicos, otras no) que crían unos dragones muy especiales.


En segundo lugar toca hablar de Bahía Acuicornio, una alegato ecologista sobre la contaminación de los océanos embebido en un drama familiar no resuelto en el que la niña protagonista empieza a descubrir el pasado de su propia familia. Como en el caso anterior, es muy agradable a la vista, cierto aire enigmático y unos seres encantadores, los acuicornios, que recuerdan mucho a los dragones anteriores.


Para finalizar esta tríada de títulos apunto brevemente Érase una vez dos princesas, un título que como los dos anteriores pretende ahondar de manera más contundente en uno de los temas estrella de las dos anteriores, la visibilización de las parejas homosexuales. Una narración simpática que me recuerda a álbumes como Rey y Rey de Linda de Haan y Stern Nijland, o al Titiritesa de Quintiá y Quarello.



Bruno Gazzotti y Fabien Vehlmann. Solos. Dibbuks. [***] Hacía mucho tiempo que le tenía ganas a esta serie de cómic. El argumento es sencillo: un grupo de niños muy variopintos se despiertan un buen día y se enteran de que están solos en la ciudad. Todos los adultos han desaparecido y nadie sabe dónde están. Dodji, Leila, Celia, Iván y Terry son un posmoderno club de “Los cinco” (muy equilibrado, como nos gusta) que se entregarán a la aventura con mucho suspense a lo largo de los seis tomos que van publicados. Podría decirse que es una serie televisiva (unos dicen que “Perdidos” pero cualquiera que te haga darle al coco podría valer) en formato de papel, apta para todos los públicos.



Paolina Baruchello y Andrea Rivola. Lluvia de primavera. Liana Editorial. Ponemos punto y final a esta retahíla de títulos con una historia en blanco y negro de dos mujeres, Shu Mei y Chun Yu, que se ayudan, y en la que el kung-fu, es el protagonista. Sencilla y sin pretensiones, la historia se sustenta en el coraje, en el esfuerzo compartido y en el rico simbolismo oriental de las artes marciales donde los animales tienen mucho que decir.



Jean-Yves Ferri y Didier Conrad. La hija de Vercingétorix. [***] Salvat. Se acaba de publicar la nueva entrega del pueblo de bárbaros que resiste a la conquista romana, y yo que me alegro pues ya saben que es mi cómic favorito “ever”. En este episodio la cosa se pone tiznada gracias a la hija de Vercingétorix, el gran líder galo, una chica que me recuerda mucho a mis alumnos (osada, descarada y con muchas ganas de vivir) y heredera del torques de su padre, un símbolo de resistencia que puede reunir al pueblo sometido para encarar nuevamente al César. Astérix, Obélix y el resto de habitantes de la aldea gala, incluidos los hijos quinceañeros, serán los encargados de velar por su seguridad, una cosa bastante difícil siempre que las hormonas se interponen en nuestro camino. Con los detalles históricos a los que nos tenían acostumbrados Uderzo y Goscinny, un humor fino donde los juegos de palabras se suceden, guiños al presente recontextualizados, es una historia muy simpática donde el jipismo sale ganando.


Elisa Macellari. Papaya Salad. Liana Editorial. [***] Estamos sin duda ante una de las obras más aclamadas de la temporada. Una novela gráfica magnífica que no tiene ni un ápice de desperdicio, pues tomando como excusa la ensalada de papaya, Sompong, un anciano, narra a Elisa, una pequeña visitante, una personal historia donde se entremezclan el oriente y occidente de la primera mitad del siglo XX. Con un ritmo espléndido y multitud de referencias, es una forma excelente de conocer un mundo pasado del que somos resultado. Un canto al amor, a la esperanza y a la resistencia humana en la que muchos de esos lectores perdidos deberían sumergirse. Dibujo, color, portada, guardas..., todo es redondo en este libro-objeto exquisito.


miércoles, 27 de noviembre de 2019

Perder el alma



Cada día que pasa aumentan las probabilidades de chocarte con un alma perdida.
Algo sobrenatural está sucediendo pues antes no era tan frecuente toparte de golpe y porrazo con un espíritu errante. Sí, sí, no se hagan los extrañados, pues estos entes (por llamarlos de alguna forma) que deambulan en los vagones del tren, bajo el sol de noviembre o que se deslizan por los toboganes del parque, están multiplicándose a un vértigo de pasmo.
Fíjense bien, porque seguro que tienen uno cerca, casi al lado. No se diría que son informes, pues se aprecian bien sus rasgos. Unos dan la impresión de ser jóvenes mientras que otros parecen ser octogenarios. También hay diferencias de estatura. gruesos y delgados. Van como pueden. A pie, corriendo o al volante. Visten como tú y como yo (no se crean que Inditex© les da de lado…). Pero todos comparten algo: su mirada apagada, como las hojas que el otoño va amontonando.


El otro día hablé con una. Fue una sensación extraña... Las palabras eran quedas, aquejaban una inusitada calma, como cuando uno se deja llevar a la deriva, sin importarle nada, abandonadas… Me atravesó cierto miedo. Sentí frío. Un rumor inquieto: ¿Y si yo mismo hubiera perdido la mía? ¿Acaso estaba exento de no padecer ese extravío, de olvidar mis propios días?


Hoy me encuentro ante El alma perdida, un álbum de Olga Tokarczuk, la escritora polaca que recibió el premio Nobel en 2018, y Joanna Concejo, una de esas ilustradoras que exudan belleza en cada imagen, editado bellamente por la editorial Thule (¡Gracias por esa tisana plena de calma!). Aunque el libro recibió una mención especial en la categoría de ficción del premio Bologna Ragazzi en su edición del 2018, yo soy de los que prefiere opinar por mí mismo y aquí me tienen, concediendo mi propio galardón.
Les mentiría si les dijese que el libro no me atrapó desde el primer momento, pues es uno de esos álbumes en los que las imágenes donde priman el grafito y el lápiz de color, se desbordan por lo evocador. Una sensación que continua conforme lo abrimos y empezamos a leer… Trata sobre la historia de un hombre que  de tanto quehacer, de tanto ir y venir, se olvida de sí mismo y su  alma opta por marcharse. ¿Volverá?


Es así como Tokarczuck regresa al movimiento, esa idea generatriz de toda su obra (lean Los errantes para comparar) y que en parte también se relaciona con el desarraigo, una búsqueda constante de la verdad, en este caso monopolizada por ese yo individual que se ha convertido en el imposible de las sociedades modernas. Pone a viajar a ese alma olvidada, a ver la belleza de un mundo tan real como añorado, mientras su dueño permanece estático en una silla.


La espera es extraña para los dos. Alma y hombre necesitan encontrarse aunque se encuentran a gusto en su soledad. Un mensaje que Joanna Concejo presenta en cada doble página con eficaz dualidad. Mientras que las páginas izquierdas se parecen a fotografías antiguas, esas que guardamos en la vieja caja de zapatos (según me cuenta su autora están basadas en fotografías tomadas por su marido y ella misma), desdibujadas por el tiempo y que dan buena cuenta de nuestros años de niñez y juventud, etapas henchidas de libertad (Dense cuenta que ocupan todo el espacio), las de la derecha se centran en una mesa, un par de sillas y esa figura que mira hacia la ventana, un símbolo de anhelo y esperanza en ese universo donde el vacío lo acompaña.


También hay que llamar la atención en las dos ilustraciones que están impresas en papel vegetal y que se insertan en dos momentos clave de la narración, cuando se inicia la espera y como antesala al encuentro. Es así como una vez más una propuesta editorial relaciona este tipo de recurso con el paso del tiempo, ese que desdibuja la vida (¿A modo de ensoñación o a modo de telón?).
Por último, no deben pasar desapercibidas las plantas, esas que el hombre cultiva en pequeñas macetas y que poco a poco se apoderan de las escenas hasta llenarlas de un color tremendamente luminoso. Capuchinas (Tropaelum majus), costillas de Adán (Monstera deliciosa) o filodendros (Philodendron monstera), todo un exuberante ecosistema vegetal que, desorbitado, celebra lo inevitable…



martes, 26 de noviembre de 2019

¡Pájaros a volar!



El ser humano cuenta con muchas filias, unas confesables y otras no tanto. De entre ellas una de las que más me llama la atención es esa pasión que algunos, entre los que me incluyo, sentimos por las aves.
Siempre he experimentado una gran atracción hacia los pájaros. Aunque las plantas son mi ámbito de estudio preferido, estos animales emplumados han ocupado un honorable segundo puesto. Si bien es cierto que me sé pocos nombres científicos (abogo por los vernáculos en este caso), sí conozco muchas de las especies que pululan por nuestros bosques y sembrados.


Me preguntarán por las razones que me llevan a ello y les diré que las desconozco. Quizá sea su vuelo (a veces me siento como un Ícaro desemplumado) y otras, sus colores (no me negarán que los hay tan variopintos como el abejaruco o el martín pescador). También es curioso que se hayan adaptado a la mayor parte de los ambientes, y que tengan esos comportamientos tan intrincados (díganselo a los etólogos, que de eso saben un rato).
En dos palabras, me encantan. No puedo entender que algunos les tengan pánico (No creo que se deba exclusivamente a la película de Hitchcock aunque esta hiciera mucho mal). Unos me dicen que son sus movimientos (¿No creen que tienen cierto poso reptiliano?), otros que si el “¡Ay, que me pica!” Los raritos me hablan de plumas (Y yo les apunto que da lo mismo escama, que pelo o pluma, pues tienen el mismo origen dérmico) y los menos de su halo misterioso (¿Verdad que tienen cierta magia?).


Yo me quedo con mis impresiones esotéricas sobre alas (siempre infundadas, evidentemente), con el ave fénix (es bonito algo de estasis) y el trino de los canarios, aunque a veces se pongan pesados. Patos, gallinas, perdices y pavos han sido mis compañeros de infancia (sí, que en mi casa somos gente de campo), de ahí que siempre tuviera envidia de Nils Holgersson y Akka de Kebnekajse (aunque no sé si aguantaría tremendo viaje).


Y así, de tanto batir las extremidades, llegamos al libro de hoy, La búsqueda de Colette, el último de Isabelle Arsenault y publicado en nuestro país por La casita roja, una editorial que se lo está currando mucho. En formato cómic (esta es la antesala de una pequeña selección que publicaré este jueves sobre lo último editado y/o leído del género de las calles y viñetas para pequeños lectores), nos cuenta la historia de una niña que acaba de mudarse a un nuevo vecindario y se encuentra con la sorpresa de que su periquito ha desaparecido. Ni corta ni perezosa se lanza a su búsqueda en un contexto desconocido. Pregunta a todo niño que se cruza en su camino. Nadie lo ha visto pero todos se unen a la búsqueda aportando su pequeño grano de arena para dar con la querida y admirada Colette.


Sencillo y sin pretensiones, es un relato que nos habla de la naturalidad con la que los niños establecen relaciones (mi amigo el Alfon siempre dice que le maravilla el “¿Quieres ser mi amigo?” infantil), también de los recursos e invenciones que desarrollan para hacer frente a sus miedos (de eso, algo sé), y sobre todo de lo extraordinaria que puede ser la imaginación de un crío para construir un universo propio en el que se puedan sumergir los demás.



viernes, 22 de noviembre de 2019

¡Marchando tres clásicos del álbum informativo!





Cuando me enteré de que los libros que traigo hoy a la palestra se iban a reeditar en nuestro país, casi me pongo a llorar. No sólo porque son buenos libros sino porque son de esos libros que me acompañaron toda la infancia. Los tenía totalmente descuajaringados de tanto pasar las páginas. Y es que el Todos al trabajo, el Todos sobre ruedas y La vuelta al mundo de Richard Scarry (Duomo Ediciones) son de esos libros que hay que conocer sí o sí.
Excepto en una ocasión (he tenido que echar mano de la etiquetas de la derecha, que son muchas entradas ya), no he hablado del trabajo de este maestro del libro para niños, sobre todo en lo que a álbum informativo, el de mayor peso en su obra, y creo que este es el momento perfecto para resarcirse.
Aunque mucha gente tacha su obra de comercial (en cuanto alguien firma por una gran editorial y vende, ya estamos con lo comercial), creo que lo que Richard Scarry hizo es bastante loable (si consiguió convencer a millones de compradores, la cosa está bastante clara).
Scarry nació en Boston, estado de Massachusetts, en 1919. Sus padres regentaban un comercio y disfrutó de una vida normal y sin excesivas penurias, ni tan siquiera durante la Gran Depresión. Tras terminar la educación secundaria, se matriculó en una escuela de negocios, unos estudios que abandonó pronto. Tras aquello ingresó en la academia del Museo de Bellas Artes de Boston, donde permaneció hasta que fue llamado a filas para participar en la Segunda Guerra Mundial, siendo destacado en el Norte de África y Europa como redactor en la sección de arte de los boletines informativos de los “Moral Services” de las Fuerzas Aliadas entre 1942 y 1946.


Tras la guerra, Scarry trabajó en el departamento artístico de varias revistas y comienza a colaborar con algunas editoriales en el campo de la ilustración infantiles junto a escritoras como Patricia Murphy (su futura esposa, y con la que realizaría obras como Good Night, Little Bear, The Bunny Book y The Fishing Cat), Margaret Wise Brown y Kathryn Jackson.
En 1948 contrae matrimonio y un año más tarde, 1949, le llega su gran oportunidad de la mano de Little Golden Books que publica sus dos primeros libros, Rabbit and His Friends y Great Big Car and Truck Book (1951). Más tarde firma con Simon & Schuster que continua publicando unas historias coloristas que conectan estupendamente con el pequeño lector.




La fama le llega en 1963 con la publicación de Richard Scarry’s Best Word Book Ever, su primer superventas. Este álbum constituye un imagiario con más de 1400 elementos de la vida cotidiana protagonizado por una serie de animales antropomorfos. Osos, conejos, gatos, cerdos, ratones y perros son los protagonistas de un libro que, con mucho humor, se acerca al pequeño lector y le invita a ingresar en los entresijos del mundo real desde un prisma fantástico. Es así como el éxito de este álbum le lleva a plantearse dos cuestiones, por un lado decide centrarse en la producción de los libros informativos, y por otro, es un acicate para encontrar un estilo propio.


En 1965 publica Busy Busy World (traducido como La vuelta al mundo, uno de los títulos que traemos hoy aquí), un libro de viajes por todo el mundo con gran cantidad de medios de transporte, personajes de todos los continentes y montones de situaciones con mucho humor blanco, que no obtiene tanto éxito como el anterior pero le servirá como detonante para dar vida años más tarde a la Busy Town, uno de sus escenarios predilectos.
En 1966 firma con Random House y dos años más tarde, en 1968, empieza a realizar viajes a Suiza, donde finalmente adquiere un inmueble en la pequeña localidad de Gstaad y funda su estudio en 1972. Imparable, Richard Scarry pasa la mayor parte del día escribiendo e ilustrando libros como Todo sobre ruedas y Todos al trabajo, que sitúan la acción en la “Ciudad Laboriosa” (en esta edición aparece traducido como “Feliciudad”), una localidad en la que ninguno de sus habitantes para de hacer cosas y cuya fisionomía recuerda bastante a las de los típicos pueblecitos suizos con sus casas hechas de travesaños de madera y techos de paja (incluso hace guiños a la Swissair, la compañía aérea estatal).


Llegados los ochenta, comienza a tener problemas de visión, debido a una degeneración macular y empieza a abandonar su trabajo frente a la mesa de dibujo para asesorar a las productoras que adaptarían sus historias como series de animación (The Busy World of Richard Scarry o The Busiest Firefighters Eve) para la televisión, concretamente para la cadena Showtime. Es allí, en Gstaad, donde tras enfermar de cáncer de esófago y someterse a quimioterapia, fallece de un ataque al corazón en 1994 a la edad de 74 años.
Richard Scarry ha vendido más de 300 millones de copias de sus trabajos en diferentes lenguas de todo el mundo (¡Y lo que le queda!), algo que pone de manifiesto la profunda conexión con los pequeños lectores.


Aunque hoy en día su trabajo está cobrando mucha fuerza debido al auge del álbum informativo, es un autor sobre el que ha caído la losa de lo políticamente correcto (¡Qué hartazgo!) sufriendo la censura en varias ocasiones. Primero debido a los roles asignados a los personajes femeninos, y segundo por los animales que seleccionaba a la hora de representar a las personas de raza negra y asiática (grandes simios y cerdos respectivamente).
A pesar de lo anacrónico de las visiones artísticas (un día de estos van a prenderle fuego a La libertad guiando al pueblo por enseñar una teta…), el trabajo de Scarry es maravilloso por varias razones. La primera es que alejándose de libro puramente de conocimientos, inserta en sus libros otras historias y relatos, bien de situación, bien con cierta continuidad, que enriquecen las páginas de sus libros. Esto favorece que los lectores identifiquen a muchos personajes como Lowly Worm (en esta edición Serpentino), Huck el gato (sobrenombre con el que firma Richard Scarry Jr., en honor a este personaje) o el Sergeant Murphy (Sargento Multa) y su motocicleta roja.


La segunda es que tiene una capacidad descriptiva enorme en sus ilustraciones. Sólo hay que ver las maquinarias y los aparejos mecánicos que incluye en muchas de las páginas de sus obras que, a pesar de no ser comparables a las de David Macaulay, son bastante fieles a los principios de funcionamiento de estas y las aproximan a los pequeños lectores. Siempre quedará grabado en mi retina el interior de ese barco lleno de ratones.
Por último cabe destacar su gran capacidad de observación y un humor blanco que le permitió realizar asociaciones de ideas simpáticas y curiosas que se ven reflejadas en las formas (im)posibles de los vehículos, los nombres de los negocios o los decorados variopintos.


Lo dicho, que este autor me encanta y tienen que perderse en sus libros. Y si no tienen bastante, siempre les quedarán sus notas y dibujos, que se conservan en la colección de archivos de la Universidad de Connecticut.

miércoles, 20 de noviembre de 2019

Un sonoro grito de auxilio



Lo siento por todos aquellos que no quieran sumergirse en un universo de referencias personales, artísticas y sociales. Lo siento, pero hoy toca "día Maurice Sendak" con En el vertedero con Juan y Pedro, un libro que bien merece ser diseccionado.
Editado por primera vez en nuestro país (Kalandraka), es uno de esos libros a los que nos tiene acostumbrado el genio (hablo en presente porque todavía sigue entre nosotros), pero quizá más crítico y controvertido, y porqué no, mucho más complejo de lo habitual.
Publicado por vez primera en 1993, We Are All in the Dumps with Jack and Guy está escrito e ilustrado durante la última etapa de su vida (según él iba a escena por día, estaba tremendamente inspirado), y se construye sobre el pasado –su propia niñez- y el presente que vive -lo que acontece en la Norteamérica de los años noventa-.
El libro cuenta la historia de un niño negro que es secuestrado por un par de ratas (N.B.: Empezamos con la primera alusión a uno de esos episodios que impactarían profundamente sobre el niño Sendak, concretamente el del rapto del hijo del aviador Charles Lindbergh, y que también inspiraría su obra Al otro lado) para finalmente ser rescatado por otros dos niños, Juan y Pedro, con ayuda de una gata y la omnipresente luna.


Podemos decir que Sendak se representa a sí mismo bajo la piel de ese niño negro, la raza que clásicamente se relaciona con la inmigración en Estados Unidos. Esto se debe a que él mismo también se siente extranjero en el país que lo ve nacer (no olviden que sus padres eran de origen polaco). Si nos fijamos, a lo largo de toda la acción, ese niño sólo dice una única palabra, “Socorro”. Con una u otra entonación, el protagonista pide ayuda una y otra vez. Probablemente es el propio Sendak el que llama nuestra atención, ese hombre que llena de miedos y anhelos todas sus creaciones, utilizará nuevamente este libro para pedir auxilio.


Al mismo tiempo, Sendak ambienta esta historia en mitad de la noche neoyorquina (véase el puente de Brooklyn en una de las escenas) donde la pobreza, la infancia sin techo y la miseria llenan las calles (Otra nota: Les recomiendo que echen un ojo a los periódicos que cubren los cuerpos semidesnudos de los niños figurantes porque les pueden poner la piel de gallina). Incluso Sendak hace referencia a la epidemia de SIDA que asola a la comunidad gay de las principales ciudades de Norteamérica, dedicando este libro a Marc Lida, artista reconocido y amigo del autor que fallece víctima del SIDA en 1992 (un año antes de publicarse este libro) a los 35 años de edad.


Y ahora nos toca hablar de Juan y Pedro (¿Por qué el traductor habrá elegido estos dos nombres tan bíblicos, los primeros apóstoles?)… Llamados en el original Jack y Guy no sólo son los héroes de la historia, sino que en palabras de algunos allegados de Sendak, como por ejemplo Tony Kushner, un íntimo amigo, representan a las dos personas más importantes en su vida. Por un lado, Jack, su hermano en la vida real y cuya muerte lo devastó, y por otro, Guy, el alter ego de Eugene, su pareja (“guy” se traduce como “chico”), con quien el artista compartiría medio siglo. Es decir, Sendak dedica dos de los personajes principales de este libro a las dos personas que más quiere, a quienes lo salvan de esos temores, quienes lo cuidan y ayudan, como a ese niño huérfano e inválido que es raptado por los roedores.


En el desarrollo de la historia podemos ver numerosos guiños a la religión, sobre todo a la religión católica (una paradoja muy sorprendente, teniendo en cuenta que Maurice Sendak era judío)... En primer lugar destaca la portada de este libro, que se inspira en una pintura de Andrea Mantegna titulada Descenso al Limbo, un cuadro que forma parte de un díptico en el que Cristo se sitúa en la misma posición que Juan y Pedro (salvadores), y el alma descendiente ocupa el lugar del niño negro (salvado). En segundo lugar llaman la atención otro tipo de alusiones a la pasión de Cristo como son el episodio en el que las ratas y Juan y Pedro se juegan el niño a las cartas (veo algo de la partida de dados bíblica), o la imagen en la que Juan baja al niño dormido de la Luna pues ambos adoptan una posición que recuerda al Descendimiento de Cristo de Rubens. Incluso otras autoras como Sandra L. Beckett, observan en este nutritivo álbum ciertas referencias a la deposición, la piedad y la resurrección de Cristo.



Mientras que en obras como Chancho-Pancho, Sendak realiza claras alusiones al judaísmo, en este caso, una de las pocas evidencias a su propia religión consiste en la representación del jalá o pan de Shabat, un pan trenzado que se consume durante la festividad y que come el niño negro tras quedar a salvo de las ratas.


En parte, este libro también habla del Holocausto, pues en él aparece una referencia clara al campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau, concretamente a la torre de entrada del ferrocarril al citado campo y que Sendak dibuja fielmente en dos escenas en las que las ratas acarrean al niño y los gatos hacia el “Hospicio de San Pablo. Horno de pan” (un poco de humor negro nunca viene mal…).



Antes de terminar hay que hacer hincapié en algunos detalles de las ilustraciones... Vean los ángeles que aparecen en el libro, nunca miran hacia el lector, sino que están de espaldas a él. Esto me mueve a pensar en una crítica, un reproche hacia la Iglesia, una que prefiere no mirar hacia atrás para no darse cuenta de la triste realidad que nos presenta Sendak, esa misma que deja desvalida, desprotegida, a la infancia, más todavía si nos percatamos que todos excepto dos están leyendo el periódico con fruición (una paradoja más de esta sociedad hiper-informada pero super-desalmada). Y para rizar más el rizo, de esos dos, uno de ellos tiene el pelo largo y lo lleva sujeto con una cinta morada, un tocado que recuerda mucho al de Mozart, uno de los ídolos de Sendak y a quien le da permiso para acunar sobre la luna a esos niños que se han salvado de las garras de las temibles ratas, y que constituye un sincero tributo.


Como no tengo ni idea de póker, también les plantearé un par de incógnitas... Si se fijan en las tres cartas de la baraja que rodean la partida entre las ratas y Juan y Pedro, verán un as de tréboles, la jota de corazones y el nueve de picas. La jota se llama vulgarmente “jack”, como uno de los protagonistas y el hermano de Sendak, y casualmente aparece con los ojos cerrados… ¿Qué nos querrá decir con esto?). Por otro lado y como no tengo idea de póker, ¿querrá decirnos algo con la combinación de estos tres naipes?...
Como punto y final cabe destacar que en este libro se aúnan dos rimas infantiles tradicionales del mundo anglosajón, dos de las Mother Goose nursery rhymes más clásicas, concretamente In the Dumps y Jack and Gye (observen como Sendak ha hecho su adaptación particular), para dar lugar a un libro completamente nuevo y personal en el que se construye un potentísima crítica sobre la forma en la que el mundo adulto vapulea los derechos de la infancia sin olvidar dos de sus referencias literarias indiscutibles, Herman Melville y William Blake.


Lean este libro, unas veces absurdo, otras, altamente intrincado. No es ni más ni menos que otro juego del genio, una historia enormemente simbólica y sensible que debe interpretarse casi como un grito de misericordia, de luz y, probablemente, de resurrección en un momento de angustia y tristeza incomprensible.