En tiempos de coronavirus nos piden que le echemos agallas,
que luchemos esta batalla, que no cejemos en el empeño porque pronto
obtendremos nuestra recompensa… Y yo, atónito, me pregunto “¿Qué premio será ese
del que tantos hablan desde sus púlpitos televisivos?” Parece que un día de
estos van a organizar una rifa (espero que sea de puestos de trabajo, porque la ruina es inminente), o lo que
puede ser todavía mejor, condecorarnos uno a uno como en la antigua URSS (lo harán
con chapas de Mirinda, porque si no…).
Me surge una segunda pregunta: “Y esa condescendencia ¿dónde
la habrán mamado?” Resumiendo, se han creído que vivimos en los mundos de Yupi
y pueden extrapolar el lenguaje deportivo (Se habrán fijado que esto del
COVID-19 cada vez se parece más a un partido de fútbol, ¿no?) a este mal sueño. ¡Capullos,
que esto no es ficción y nosotros no somos guerreros ninja!
Sí, se habla de héroes y bajas, de guerra y calma, de armas y
guerreros… Y lo cierto es que esto tiene mucho de triste y poco de épico. Y en el caso de serlo, me llama mucho la atención que se hayan extrapolado
los papeles en esta contienda, y que nosotros, soldados rasos sin más recursos
que nuestro pellejo, seamos quienes debemos entrar en combate, mientras que
ellos, poderosos, se limitan a constatar embriagados por las mieles del éxito cómo se amontonan los cadáveres de los ciudadanos sobre el
terreno -aunque bien mirado es lo que siempre ha pasado... (mueca de resignación)-.
Por ello, como buen recluta que soy, les informo de que mientras me hago consciente de mi/nuestra mala suerte, me voy a entregar a mis
más bajas pasiones (esas no se confiesan, que les veo muy escandalizados y no
quiero que me amenacen con fragmentos literarios).
Y para despedirme, nada mejor que encaramarse a la
estantería y coger entre las manos un libro simpático. Así es como llegamos a Max el valiente, un álbum de la serie del
siempre genial Ed Vere (editorial Juventud) que se burla de esos excesos de
inocencia y valentía que cometemos los seres humanos por ignorancia. Y es que
Max, este gato que no gusta de la comodidad y los mimos innecesarios, no tiene
ni la menor idea de qué es un ratón. Y así pasa, que termina engullido por otro
de los personajes tan queridos de este autor.
Mientras les dejo que disfruten de esta colorida historia con sabor a sketch, se fijen en detalles que ayudan a seguir el hilo conductor (¿Donde está la mosca, aquí o aquí?), averigüen qué personaje infiltrado es ese, y de paso
se marquen unas risas con las disyunciones y descontextualizaciones de este álbum, sólo me queda advertirles que, como bien dice nuestro protagonista,
no siempre hace falta ser valiente. Que para eso están los generales.
Gracias, necesitaba leer algo así.Un abrazo.
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